Ya no es un empresario excéntrico; es un actor político que representa una amenaza para la estabilidad internacional.
Más de 150.000 personas han firmado una petición para que Elon Musk pierda su ciudadanía canadiense. La razón no es trivial: el magnate sudafricano, nacionalizado canadiense y estadounidense, se ha convertido en una pieza clave de la administración de Donald Trump, un gobierno que amenaza con absorber Canadá como su estado número 51. En este contexto, la ciudadanía canadiense de Musk no es vista como un simple documento burocrático, sino como un símbolo de la complicidad con un proyecto expansionista que atenta contra la independencia del país vecino.
La petición parlamentaria, impulsada por el activista Qualia Reed y el diputado Charlie Angus, acusa a Musk de formar parte de un gobierno extranjero que actúa en contra de los intereses de Canadá. Y no es una teoría conspirativa: desde el inicio del segundo mandato de Trump, tanto el presidente como sus aliados han multiplicado los discursos en los que ponen en duda la soberanía de Canadá.
El apoyo masivo a la iniciativa refleja un hartazgo generalizado con los multimillonarios que, lejos de ser simples empresarios, juegan a la geopolítica como si el mundo fuera su tablero personal. La petición ha conseguido más de 165.000 firmas, un número muy superior al mínimo requerido para su certificación y presentación en la Cámara de los Comunes. Ahora, el gobierno de Justin Trudeau se enfrenta a la disyuntiva de ignorar la demanda ciudadana o iniciar un proceso que marcaría un precedente en la historia política del país.
ELON MUSK, DE MAGNATE A OPERADOR POLÍTICO FALLIDO
La presencia de Musk en la administración Trump ha sido una de las decisiones más polémicas del nuevo gobierno estadounidense. Mientras que el multimillonario ha intentado presentarse como un innovador y defensor de la libertad de expresión, la realidad es que su papel dentro del círculo de poder trumpista ha erosionado aún más su imagen pública.
En Estados Unidos, su popularidad está en caída libre. Según una encuesta de The Washington Post, solo el 34% de los ciudadanos aprueban su desempeño en el gobierno de Trump, mientras que el 54% de los encuestados por la CNN consideran que su presencia es perjudicial para la presidencia. Musk, que en algún momento fue visto como un genio visionario, ahora es percibido como una figura tóxica, ligada a la radicalización del discurso político y al debilitamiento de la democracia.
Pero su problema no es solo de imagen. Su gestión al frente de Twitter (rebautizado como X) ha sido un desastre: desde su compra, la plataforma ha visto un desplome en su valor, una fuga de anunciantes y un incremento en la difusión de discursos de odio. Ahora, con su rol dentro del gobierno estadounidense, Musk está repitiendo la misma fórmula: decisiones erráticas, declaraciones incendiarias y una incapacidad absoluta para la gestión política.
En este contexto, la petición canadiense no es solo un trámite burocrático, sino un reflejo del rechazo global a la figura de Musk. Ya no es un empresario excéntrico; es un actor político que representa una amenaza para la estabilidad internacional.
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