Berlín convierte las calles en un clamor que desarma el relato oficial: no quieren ser cómplices del pilar europeo de Israel.
ALEMANIA, ENTRE LA CALLE Y LA RAZÓN DE ESTADO
Entre 60.000 y 100.000 personas salieron este 27 de septiembre a las calles de Berlín en una de las mayores movilizaciones contra el genocidio en Gaza vistas en Alemania desde octubre de 2023. La policía habla de 60.000, los organizadores —una amplia plataforma de ONG, activistas y la comunidad palestina, respaldada por el partido La Izquierda— elevan la cifra hasta las 100.000. Más allá del baile de números, el mensaje fue inequívoco: la sociedad alemana exige cortar los lazos militares con Israel, imponer sanciones y reconocer de inmediato al Estado palestino.
La marcha principal transcurrió de forma pacífica hasta desembocar en el Monumento de la Victoria, en pleno Tiergarten. Hubo otra protesta en Kreuzberg disuelta por la policía con cargas y detenciones. Las imágenes difundidas muestran forcejeos, arrestos y hasta una “emergencia médica” durante una detención. La doble vara de medir quedó al descubierto: cuando se trata de denunciar la masacre en Gaza, la represión policial se multiplica.
“Hemos sacado a las calles la opinión mayoritaria de la población”, afirmó Ines Schwerdtner, líder de Die Linke, al término de la marcha. Sus palabras señalan la brecha que crece entre el pueblo y el Gobierno de Friedrich Merz. Porque mientras decenas de miles de personas llenaban las calles con pancartas de SOS Gaza y Free Palestine, el ministro de Exteriores Johann Wadephul, sustituto de Merz en la Asamblea de la ONU, insistía en la fórmula gastada de “dos Estados para dos pueblos” sin renunciar a la doctrina que ha convertido el apoyo a Israel en “razón de Estado”.
El contraste es sangrante. Wadephul calificó la situación de “infierno en la Tierra” pero en el mismo discurso prometió que “la existencia y la seguridad de Israel serán siempre parte de nuestra razón de Estado”. El Gobierno alemán reconoce el horror, pero mantiene intacta la complicidad.
DE BERLÍN A TURÍN Y CIUDAD DEL CABO: EL MUNDO SE REBELA
Las calles de Berlín no fueron un caso aislado. Ese mismo día, miles de personas marchaban en Turín para bloquear el aeropuerto y denunciar a la multinacional Leonardo, acusada de armar a Israel con drones y sistemas bélicos. La policía italiana respondió con gases lacrimógenos, cañones de agua y porrazos. En Sudáfrica, centenares de personas marcharon desde una mezquita del Distrito Seis de Ciudad del Cabo exigiendo el cierre de la embajada israelí y el fin de la complicidad de su gobierno.
Cada protesta dibuja un mapa distinto al que pretenden los gobiernos occidentales. Mientras en la ONU se lanzan discursos de diplomacia muerta, la sociedad civil global se articula como el único poder real contra el genocidio.
En Berlín, la jornada terminó con conciertos en el Tiergarten, pero la fiesta no tapaba la rabia. Las pancartas eran claras: “El genocidio no se negocia, se detiene”. En Turín, las piedras contra la policía eran el eco de una juventud que no acepta convivir con una industria armamentística que se enriquece a costa de la sangre palestina. En Ciudad del Cabo, las banderas palestinas recordaban la memoria del apartheid sudafricano y la obligación moral de no repetir la historia.
La hipocresía alemana queda expuesta. El mismo país que asegura que Gaza es un “infierno en la Tierra” sigue vendiendo armas y blindando a Netanyahu. La pregunta es evidente: cuántos muertos más necesitan para romper con Israel.
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