El ataque contra el “Family”, barco que debía transportar a Greta Thunberg y al comité directivo de la Global Sumud Flotilla, eleva la intimidación israelí fuera de Gaza y desafía la soberanía tunecina.
La madrugada del 9 de septiembre se encendieron todas las alarmas: el barco “Family”, buque insignia de la Global Sumud Flotilla, fue golpeado presuntamente por un dron mientras se encontraba atracado en el puerto tunecino de Sidi Bou Said. La nave, que debía zarpar hacia Gaza el miércoles con más de 400 activistas de 44 países repartidos en 50 embarcaciones, resultó dañada pero no hundida. No hubo víctimas, pero el mensaje quedó claro: intimidar, paralizar y recordar al mundo que Israel no se limita a asediar Gaza, sino que extiende sus tentáculos más allá de sus fronteras.
Francesca Albanese, relatora de Naciones Unidas para Palestina, confirmó desde el puerto que estaba “tratando de esclarecer los hechos con las autoridades locales y con la gente de la flotilla”. El ataque ocurre en un contexto en que Israel lleva 23 meses bombardeando Gaza, dejando más de 180.000 muertos, y donde la resistencia civil internacional había apostado por una flotilla humanitaria como símbolo de dignidad.
UN Special Rapporteur Francesca Albanese from the port of Sidi Bou Said in Tunisia: The lead boat of the #SumudFlotilla was attacked by a drone inside the port.#SumudForGaza #Sumud#قافلة_الصمود # #sumudforgazza pic.twitter.com/hwjE9PK0dM
— Ab (@Abdnys) September 8, 2025
LA INTERNACIONALIZACIÓN DE LA GUERRA
Lo ocurrido en Túnez rompe un tabú. Un dron impactando contra un barco civil en un puerto extranjero no es un episodio aislado. Es la demostración de que la maquinaria bélica israelí se siente con derecho a actuar en cualquier lugar del planeta donde se cuestione su genocidio. El asedio a Gaza ya no está limitado al Mediterráneo oriental: se exporta como doctrina de terror.
Túnez, país soberano y con puerto bajo su jurisdicción, ve cómo su territorio se convierte en escenario de un ataque preventivo contra activistas desarmados. No hay diferencia sustancial entre este acto y un atentado contra diplomáticos o periodistas. Se trata de una agresión que desborda la legalidad internacional y que abre la puerta a una escalada peligrosa: si Israel puede atacar barcos en Túnez sin consecuencias, ¿qué impide que lo haga en Italia, España o Francia?
Este ataque se inscribe en la estrategia de Netanyahu y su gabinete ultraderechista de convertir cualquier solidaridad con Palestina en un acto “terrorista”. La Global Sumud Flotilla, que partía con alimentos, medicinas y la legitimidad de figuras como Greta Thunberg, era un blanco demasiado incómodo para dejarlo navegar.
EL VALOR SIMBÓLICO DEL BARCO “FAMILY”
No es un barco cualquiera. El “Family” fue designado como buque principal porque iba a transportar a Greta Thunberg, icono mundial del ecologismo, junto a integrantes del comité de dirección de la flotilla. Golpear esa nave significa golpear la visibilidad internacional. Significa mandar un mensaje a millones de personas que siguen la causa palestina a través de estas figuras: nadie está a salvo, ni siquiera en un puerto mediterráneo.
El ataque no buscaba tanto hundir como sembrar pánico antes de zarpar. Que la noticia no sea la flotilla partiendo hacia Gaza, sino un dron destrozando parte de su estructura. Que el relato cambie de la esperanza a la amenaza. Es la misma lógica con la que Israel bombardea hospitales para que los médicos huyan, o bloquea convoyes humanitarios para que los voluntarios se cansen.
El “Family” era un símbolo. Su nombre mismo era una declaración de intenciones: la idea de una familia global unida contra el genocidio. Israel lo sabía, y por eso lo puso en la diana.
LA RESPUESTA QUE NO LLEGARÁ
Tunisia tendrá que pronunciarse. Pero la experiencia indica que el margen de reacción será limitado. La Unión Europea, que en 2024 importó armamento israelí por más de 1.200 millones de euros, guardará silencio. Estados Unidos, cómplice habitual, justificará el ataque como una “operación preventiva”. Y Naciones Unidas, dividida entre resoluciones incumplidas y vetos cruzados, apenas logrará emitir comunicados.
Mientras tanto, los activistas siguen en pie. Ni la represión en aeropuertos, ni las amenazas de prisión, ni los ataques de ultraderecha han logrado detenerlos. La flotilla, incluso dañada, conserva su fuerza política: si Israel necesita usar drones contra barcos atracados en Túnez, significa que la solidaridad internacional le duele más que cualquier misil de Hamás.
El hecho de que Francesca Albanese estuviera en el puerto en el momento del ataque es también un recordatorio: la justicia internacional, aunque acosada y difamada, sigue observando. Los genocidas pueden golpear barcos, pero no pueden borrar los testimonios.
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