La intervención de Estados Unidos, Israel y Turquía acentúa la crisis mientras se consolida la inestabilidad de la región. Todos quieren su parte del pastel.
Siria, un país devastado por más de una década de guerra civil, ha vivido otro vuelco histórico: la caída del régimen de Bachar al Asad el 9 de diciembre de 2024. Este acontecimiento, celebrado por algunos y temido por otros, no solo marca el fin de una dictadura de más de cinco décadas, sino también la profundización de una crisis que parece no tener fin. Lo que para Occidente se presenta como el triunfo de la democracia es, para quienes conocen la historia, el preludio de un nuevo abismo.
La salida apresurada de las tropas rusas y el repliegue iraní han dejado el tablero sirio en manos de potencias como Estados Unidos, Israel y Turquía, quienes ahora maniobran para imponer sus propios intereses. Mientras tanto, el pueblo sirio continúa pagando el precio más alto. Según datos de la ONU, más de 600.000 personas han muerto desde el inicio del conflicto en 2011, y la cifra de desplazados supera los 14 millones.
En este contexto, Israel ha intensificado sus incursiones en Siria, justificándolas con la necesidad de garantizar su seguridad tras el ataque de Hamás en octubre de 2023. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no dudó en vincular la caída del régimen sirio con la posibilidad de avanzar en sus propios objetivos geopolíticos. Las acciones militares en los Altos del Golán, territorio ocupado desde 1967, subrayan la voluntad de Tel Aviv de expandir su influencia mientras aprovecha la debilidad siria.
Sin embargo, el mayor beneficiado podría ser Turquía. A través del respaldo al Ejército Nacional Sirio, Ankara busca consolidar una zona de control en el norte de Siria para debilitar a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), aliadas de Estados Unidos y lideradas en gran parte por combatientes kurdos. Esta lucha encarna una de las contradicciones más flagrantes de la política internacional: dos miembros de la OTAN enfrentados de forma indirecta en un conflicto donde las víctimas son siempre civiles.
EL REGRESO DEL YIHADISMO Y EL VACÍO DE PODER
Mientras las potencias extranjeras mueven sus fichas, el espectro del yihadismo vuelve a surgir en Siria. Hayat Tahrir al Sham (HTS), grupo sucesor de Al Qaeda en Siria, se ha consolidado como el principal actor opositor tras la caída de Al Asad. Su victoria, aclamada en algunos sectores como un avance contra el autoritarismo, es en realidad un recordatorio de las peligrosas alianzas que Occidente ha tejido en la región.
El HTS, que hasta hace poco defendía la creación de un estado islámico bajo la sharia, se ha reinventado para ganar legitimidad internacional. Abu Mohamed al Julani, su líder, ha abandonado su vestimenta tradicional para adoptar un aspecto más cercano al de un militar moderno. Pero el pasado no se borra: Washington aún mantiene una recompensa de diez millones de dólares por su captura debido a sus vínculos con el terrorismo y las violaciones de derechos humanos.
La posibilidad de que Siria se convierta en un estado fallido similar a Libia o Afganistán es cada vez más real. El caos político y el vacío de poder generado tras la retirada de Rusia e Irán pueden ser aprovechados por grupos radicales para expandir su influencia. Según estimaciones de la organización International Crisis Group, al menos un tercio del territorio sirio está ahora bajo control de facciones islamistas, muchas de ellas con historial de crímenes de guerra.
Por si fuera poco, las tensiones en el norte del país podrían desembocar en un enfrentamiento directo entre Turquía y los kurdos, quienes ven sus aspiraciones de autonomía amenazadas. Mientras tanto, las personas refugiadas y desplazadas internas siguen viviendo en condiciones inhumanas, sin perspectivas claras de retorno ni reconstrucción.
En medio de este desastre, Estados Unidos continúa desplegando su maquinaria militar, argumentando que su presencia es clave para combatir al Estado Islámico. Sin embargo, la realidad demuestra que su interés principal radica en controlar los recursos energéticos de la región y mantener una influencia estratégica en el Medio Oriente.
La pregunta que queda en el aire no es quién gobernará Siria, sino si quedará algo de Siria para gobernar.
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