En el crepúsculo de una era que prometía pragmatismo y progreso, la derecha española parece haberse desviado hacia un teatro del absurdo, donde la estridencia y la provocación han sustituido al debate y la propuesta. El reciente espectáculo frente a la sede del PSOE en Ferraz no es más que el último acto de una tragicomedia política que se aleja cada vez más de la razón y se acerca peligrosamente al ridículo.
La escena podría haber sido sacada de una obra de Valle-Inclán: figuras de la política, que en su día ostentaron el poder con la gravedad que el cargo requiere, ahora cortando calles con una frivolidad que raya en lo grotesco. La presencia de Esperanza Aguirre, liderando un corte de tráfico, evoca imágenes de ‘Esperpento’, donde los espejos deforman la realidad hasta convertirla en una caricatura de sí misma.
La derecha, que una vez se enorgullecía de su apego a la ley, la orden y la unidad de España, ahora parece encontrar un deleite casi infantil en el caos y la desobediencia. ¿Es acaso este el legado que desean dejar? ¿Un legado de gas lacrimógeno y pelotas de goma, de enfrentamientos con la policía que ellos mismos encomiaron como garantes del orden?
España merece una derecha que eleve el nivel del debate, que aporte soluciones y que construya, no que destruya.
La ironía de la situación no escapa a quienes observan con una mezcla de asombro y desencanto. La misma derecha que acusa al gobierno de pactar con independentistas, se comporta de manera que socava los cimientos de la democracia que dicen defender. Se han convertido en actores de una farsa, donde el guion parece escrito más para entretener y escandalizar que para gobernar y solucionar.
La política es, y siempre ha sido, un escenario para el debate y la discrepancia, pero lo que estamos presenciando hoy es una degeneración del discurso político. La derecha española debe recordar que su papel no es el de un bufón en la corte del rey, sino el de un contrincante leal que lucha con ideas y propuestas, no con tácticas de intimidación y espectáculo.
España merece una derecha que eleve el nivel del debate, que aporte soluciones y que construya, no que destruya. Merece una derecha que se mire en el espejo de la historia y reconozca que su reflejo actual dista mucho de ser el que sus votantes y la democracia española necesitan. La pregunta que queda flotando en el aire, como el eco de un grito en las calles de Ferraz, es si la derecha española está dispuesta a abandonar el camino del esperpento y retomar el de la seriedad y la responsabilidad. Por el bien de España, esperemos que así sea.
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