El fundamentalismo se disfraza de libertad religiosa para justificar la discriminación de las mujeres en la política de Países Bajos.
RELIGIÓN CONTRA CONSTITUCIÓN
En 2025, un siglo después de que las mujeres neerlandesas conquistaran el derecho al voto, un partido político con tres escaños en el Parlamento sigue defendiendo que ellas deben permanecer en silencio mientras ellos deciden. El Partido Político Reformado (SGP), fundado en 1918, ha vuelto a presentar unas listas electorales sin una sola mujer para las elecciones del 29 de octubre. No es un accidente. Es una declaración de principios: según su ideario, votar o presentarse a un cargo público contradice “la vocación femenina”.
La contradicción es flagrante. La Constitución neerlandesa prohíbe la discriminación de género. La Convención de la ONU sobre los Derechos de la Mujer, ratificada por Países Bajos, obliga al Estado a garantizar la participación política de las mujeres. En 2010, el propio Tribunal Supremo de Países Bajos dictaminó que las mujeres debían poder ser incluidas en las listas del SGP, y en 2012 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos repitió la sentencia. Sin embargo, el partido se aferra a su teología como si la Biblia estuviera por encima de la ley.
El portavoz del SGP admite abiertamente la “tensión” entre su fe y la legalidad. Traducido: reconocen que incumplen la Constitución y las resoluciones judiciales, pero continúan actuando como si la democracia fuese opcional. Es el mismo doble rasero que Tom Barkhuysen, abogado de la Fundación Clara Wichmann, ha denunciado con crudeza: si un partido islámico hiciera lo mismo, sería inmediatamente tachado de intolerante y antidemocrático. El cristianismo calvinista goza en Países Bajos de una tolerancia que se niega a otras religiones.
La ministra de Interior, Judith Uitermark, ha prometido reunirse con los dirigentes del SGP, pero la inacción institucional es evidente. Desde 2001 Naciones Unidas señaló que el veto a las mujeres violaba tratados internacionales. En 2025, casi un cuarto de siglo después, el partido sigue comportándose como si las resoluciones fueran papel mojado.
LAS MUJERES DEL SGP: ENTRE EL SILENCIO Y LA RESISTENCIA
La paradoja es brutal: más de la mitad del electorado del SGP son mujeres (51%). Ellas sostienen con su voto a un partido que las relega a la cocina o al banco de la iglesia. La edil Lilian Janse, concejala en Vlissingen desde 2014, es la prueba viviente de esa grieta interna. Apoyada por parte de su comunidad, defendió en mayo de 2025 una moción para abrir el partido a las candidaturas femeninas. El resultado fue una derrota aplastante: 299 votos en contra frente a 53 a favor.
Janse recuerda que en su comunidad religiosa las mujeres estudian y pueden ser médicas, abogadas o arquitectas, pero no políticas. La diferencia es clara: redactar leyes equivale a tener poder. Y el poder sigue reservado a los hombres. La frase bíblica que repiten como mantra es brutal en su sencillez: “Eva fue creada después de Adán”.
La misma doctrina que rechazó durante décadas la vacunación obligatoria —causando epidemias de polio y sarampión en sus comunidades—, que se opone al aborto, al matrimonio igualitario y a la eutanasia, es la que hoy defiende la subordinación de la mujer. El artículo 7 de su ideario no deja lugar a dudas: “el varón es la cabeza de la mujer”.
El argumento religioso se convierte así en un mecanismo de control político. Y lo que debería ser un debate sobre libertad de conciencia se transforma en un cerrojo que condena a miles de mujeres a la obediencia bajo amenaza de expulsión comunitaria.
Las palabras de Janse son un recordatorio incómodo: “Cuando Dios creó a Adán y dijo que no era bueno que estuviese solo, no creó a otro hombre, sino a Eva. Luego les encargó ocuparse juntos de la Tierra, con las mismas responsabilidades”. Una herejía para sus correligionarios varones, que ven en cualquier cambio el riesgo de perder votos y, sobre todo, poder.
En 1918, el mismo año en que las neerlandesas pudieron votar, el SGP conseguía su primer escaño. Más de cien años después, con apenas 30.000 afiliados, el partido continúa siendo el recordatorio de que la democracia no está blindada contra el fanatismo religioso cuando este se camufla bajo la bandera de la tradición.
Mientras tanto, en un Parlamento de 150 escaños, tres hombres calvinistas insisten en que la mitad de la población carece de vocación política por designio divino. Y lo más grave no es que lo digan. Lo insoportable es que el Estado lo tolere.
Porque cada vez que una mujer queda excluida de una lista electoral con la excusa de la Biblia, lo que se erosiona no es la fe, sino la democracia misma.
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