La presidenta madrileña se aferra a un relato de victimismo y confrontación que ya no convence ni dentro ni fuera de su partido.
AYUSO CONTRA EL MUNDO
Isabel Díaz Ayuso construyó su imagen política sobre dos pilares: la confrontación permanente con el Gobierno central y la exaltación de un supuesto liberalismo madrileño que reduce todo a impuestos bajos, barra libre inmobiliaria y privatización sanitaria. Durante años ese guion le funcionó. Le permitió erigirse como referente del PP en la capital y como modelo exportable para la derecha española.
Pero su estrategia presenta grietas. El relato de la presidenta ya no se sostiene sin el enemigo exterior. Cuando no acusa al Gobierno de manipular los tiempos judiciales, apunta contra la Agencia Tributaria por destapar delitos fiscales, o desacredita a juezas y jueces llamándoles “transitorios”. Ha convertido la sede de la Puerta del Sol en un altavoz para teorías de la conspiración que recuerdan más al trumpismo que a una administración autonómica.
A la vez, su defensa cerrada de su pareja, investigado por delitos fiscales y presunta pertenencia a organización criminal, ha terminado por arrastrar su imagen pública. Ayuso se ha identificado tanto con esa causa que ha acabado vinculando su propio cargo a un entramado delictivo. La política madrileña, que siempre presumió de independencia, ahora aparece atrapada en una red de intereses privados que ella misma ha blanqueado desde la tribuna institucional.
EL AISLAMIENTO INTERNO Y EL DESGASTE
La otra gran trinchera que mantiene a Ayuso es la internacional. Mientras líderes autonómicos de su propio partido reconocen lo evidente y hablan de genocidio en Gaza, ella se aferra al discurso de apoyo irrestricto a Israel y al mantra de los rehenes de Hamás. Ese alineamiento la sitúa en el ala más dura del tablero, desconectada de la sensibilidad social en Madrid, donde miles de personas se han movilizado en solidaridad con Palestina.
Su soledad política empieza a hacerse evidente. El PP estatal la desautoriza cada vez que intenta presentar los procesos judiciales de su entorno como lawfare. Los barones territoriales ya no la citan como referente, sino como problema. El espejismo de Ayuso como “estrella ascendente” se ha convertido en un foco de desgaste para su propio partido.
A ello se suma su silencio calculado en temas como la vivienda. Mientras Madrid sufre precios récord en alquiler y compra, la presidenta es incapaz de actuar porque su entorno empresarial ha hecho negocio con la especulación de pisos turísticos. Tampoco hay avances en la sanidad pública, deteriorada tras años de privatización encubierta y externalizaciones que benefician a grupos afines.
El modelo Ayuso, basado en vender Madrid como tierra de oportunidades para fondos de inversión, muestra ya su cara real: desigualdad creciente, expulsión de vecinas y vecinos de sus barrios y un sistema sanitario en manos privadas. Su política no es liberalismo, es clientelismo. No es gestión, es saqueo.
Ayuso se enfrenta al futuro sin red de seguridad. Su discurso contra todos y todas, su incapacidad para asumir responsabilidades y su empeño en convertir los problemas judiciales en ataques políticos la colocan en un callejón sin salida. Puede que aún conserve el tono desafiante en cada rueda de prensa, pero su relato está cada vez más desgastado.
Ayuso ya no es una líder imbatible, sino una figura atrapada en sus propias sombras.
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