La situación empeora y la ignorancia en esta era de la información se ha convertido en una norma, al tiempo que el escepticismo y la rebeldía se dirigen contra todo lo científico.
Artículo original de Álvaro Soler en Al Descubierto
La búsqueda de respuestas a preguntas transcendentales es algo que siempre ha caracterizado a la civilización humana. Esas preguntas inabordables que es muy posible que jamás lleguen a ser contestadas han sido el principal motor para la elaboración de cosmovisiones en cada civilización y en cada época. Es decir, han servido de engranajes para plantear el entendimiento de la realidad y, a su vez, se crearan una serie de discursos que iban enfocados a responder estas cuestiones. Así, está búsqueda de respuestas ha dado lugar a la filosofía, a la ciencia, a la religión, etc.
De esta manera, el sentido de la vida, el origen primigenio de la Humanidad, la muerte… son preguntas transcendentales que se van repitiendo a lo largo del tiempo y en todas las sociedades. Sin embargo, con el surgimiento del método científico y el desarrollo de las ciencias modernas se crea un nuevo paradigma que afronta estos interrogantes a través de un método de investigación, recolección de información, análisis, comprobación y replicación de datos que se ha demostrado ser, al menos de momento, la mejor forma de obtener conocimiento.
Asimismo, gracias a los avances científicos logrados con estas herramientas, se ha arrojado algo de luz sobre las incógnitas más transcendentales que se han ido fraguando con el devenir de las épocas, generando un enorme avance en los últimos cien años. Así, la ciencia moderna ha ido ganando terreno a otras formas que, históricamente, han tenido las culturas de encontrar respuestas.
El auge de las pseudociencias y de la conspiración
Por tanto, podría decirse que existen dos enfoques diferentes que afrontan las cuestiones vitales de la Humanidad. Por un lado, la ciencia; por otro, el pensamiento más subjetivo y abstracto ligado al mito y a la fábula que tiene su máxima expresión en las religiones, pero que puede reflejarse en otro tipo de creencias.
Los científicos, en otras palabras, son cazadores de mitos; se esfuerzan por sustituir imágenes de secuencias factuales, mitos, creencias y especulaciones metafísicas no comprobables sobre la base de la observación de hechos por teorías, es decir, modelos de interrelaciones susceptibles de control, comprobación y corrección mediante observaciones de hechos – Elias, Nortbert (1999), Sociología fundamental, p. 62
Hoy en día, los discursos religiosos han ido perdiendo fuelle en contraposición a una ciencia cada vez más creciente que ha acabado asentándose como hegemónica en las explicaciones sobre el funcionamiento de las leyes físicas, del papel de los seres humanos (y los seres vivos en general) en La Tierra y el propio universo, el origen de las especies, etc.
En las explicaciones sobre la realidad social, económica y política, también ha ocurrido esto, y las ciencias sociales, jurídicas o económicas se han consolidado como paradigmas predominantes en cuanto a las explicaciones sobre el funcionamiento de la sociedad.
No obstante, la modernidad se caracteriza también por el surgimiento de unos discursos acientíficos o pseudocientíficos, los cuales, han cubierto el espacio que las explicaciones religiosas y míticas antes ocupaban casi en su totalidad. Estos nuevos discursos son altamente flexibles y conjugan diferentes aspectos: místicos, científicos, históricos… y acaban generando un relato que no se apoya en las premisas de comprobación, experimentación y análisis.
En definitiva, no se basan en el método científico, ni están contrastados, ni se apoyan en datos objetivos. De este modo, las conceptualizaciones ligadas al pensamiento abstracto, las fábulas, mitos o leyendas que a través de las metáforas o las moralejas intentan transmitir valores, o en cierto grado, obtener una explicación sobre ciertos fenómenos, no tienen una dimensión negativa en su origen y cumplen una función. Al igual que la ciencia, intentan arrojar luz donde nuestro entendimiento solo vislumbra sombras e incertidumbre.
Los peligros de los discursos pseudocientíficos
La ciencia ha demostrado ser un método mucho más fiable a la hora de acercarse a la verdad y, por tanto, la herramienta más eficaz para perseguir el conocimiento y, en general, mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población.
Por otro lado, los relatos pseudocientíficos actuales se presentan como potencialmente peligrosos, ya que siembran una dosis plena de ignorancia. El efecto de estos es claramente alejar a las personas de la realidad y, además, son en cierto modo más atractivos que los discursos sometidos a la objetividad científica, ya que muchos de ellos ofrecen explicaciones absolutas y simples a problemas altamente complejos.
De esta forma, a través de las nuevas tecnologías su expansión ha sido global, encontrando discursos de estas características no solo en las redes o en Internet (su sitio predilecto) sino también en medios más tradicionales como programas de televisión o de radio.
A pesar de esto, las pseudociencias y discursos basados en la conspiración no son exclusivos de la época actual, ya que fueron usados por regímenes totalitarios.
Tal fue el caso del nazismo alemán en los años 20 y 30 a través de su teoría antisemita, la cual se engloba dentro de la teoría de la conspiración judía y que tiene sus raíces siglos atrás. Un buen ejemplo del antisemitismo en épocas pasadas puede ser la obra de La isla de Monopantos (1650), un alegato antisemita del famoso escritor español Francisco de Quevedo, aunque se pueden encontrar obras similares, incluso más antiguas.
Siguiendo la estela de las conspiraciones en España, hay que mencionar la conspiración judeo-masónica-comunista internacional, la cual fue un discurso fundamental del imaginario franquista y uno de los relatos principales de propio dictador, Francisco Franco, y sobre el que apoyó toda su agenda política y social de clara inspiración fascista.
No obstante, los relatos pseudocientíficos y las creencias basadas en la conspiración no implican únicamente al ámbito político. Personalidades carismáticas, determinados grupos o incluso personajes poco conocidos se han apoyado en estos relatos para aprovecharse de la gente y llevar a cabo complejos timos que no tienen otro objetivo que usar debilidades psicológicas y emocionales por interés personal, ya sea en forma de dinero, adulación, sexo…
Algunos ejemplos de esto último pueden verse en las famosas terapias alternativas, en las sectas o en las estafas piramidales.
Las teorías de la conspiración y la extrema derecha
En la actualidad, existe una discursiva renovada de estas premisas, unos discursos que se expanden a través de Internet y que se entremezclan con bulos y “fake news” y demás productos comunicativos, formando parte de la gran oleada de desinformación y manipulación que azota el mundo hoy en día.
Partidos políticos de extrema derecha han absorbido estos relatos a su favor, unos discursos que les sirven muy bien para completar su argumentación basada en la creación del “chivo expiatorio”, ya que la extrema derecha utiliza un modus operandi en el cual siempre se culpabiliza a uno o varios colectivos a través de la figuración de estos como un “otro, extraño y dañino”.
Por tanto, las teorías de la conspiración le vienen como anillo al dedo para argumentar y generar este relato inculpatorio: así, la culpa de todo la tienen los judíos, los comunistas, los republicanos, las feministas, los musulmanes, los indígenas… el discurso es simple, adaptable y eso lo hace peligroso, ya que, además, cuenta con la baza de ofrecer una verdad absoluta hacia problemáticas sociales complejas y difíciles de comprender.
Es mucho más fácil creer que si no tienes trabajo es culpa de un inmigrante, hacia el cual además ya has generado prejuicios basados en estereotipos racistas, que comprender cómo son las dinámicas económicas, sociales y laborales dentro de la sociedad capitalista y cómo eso puede tener como consecuencia que pierdas tu empleo. Incluso sin necesidad de acudir al argumento sociopolítico: es más fácil echar la culpa a otro que asumir cierta responsabilidad por el hecho de que no encuentres un empleo.
La ciencia es una vacuna contra los charlatanes del mundo que explotarían tu ignorancia – Neil deGrasse Tyson, astrofísico y divulgador científico
Existe, por tanto, una realidad oculta en las grandes teorías conspirativas, ya que en muchos casos pueden parecer inofensivos pasatiempos o deliberaciones. Sin embargo, cuando se utilizan con intencionalidad manipulativa para describir la realidad social pueden ser desastrosas. Un claro ejemplo se ha visto en las manifestaciones de negacionistas del coronavirus que se han dado en multitud de países, como en España, Estados Unidos o en Alemania, y que están poniendo en jaque la estabilidad en Países Bajos.
La utilización de estos relatos para sembrar incomprensión y odio alejan a la ciudadanía de la realidad. Además, perjudican claramente a los sistemas democráticos, ya que una ciudadanía que se guíe a través de estos discursos no va a poder tomar decisiones de manera coherente.
Ejemplo de esto se puede observar en el auge de la ultraderecha en todo el mundo, donde se ha producido una aceptación por un porcentaje importante de la ciudadanía de discursos populistas y anticientíficos: Donald Trump (EUA), Jair Bolsonaro (Brasil), Jeanine Áñez (Bolivia), Santiago Abascal (España), (Italia)… son algunos ejemplos de líderes políticos que se apoyan en pseudociencias y en conspiraciones para divulgar sus ideas: racismo, ultranacionalismo, clasismo, machismo, negacionismo del cambio climático, etc.
Uno de los ejemplos más célebres y más comentados últimamente es la teoría QAnon, que para algunos se parece cada vez más a un culto sectario, y que defiende que Donald Trump es el héroe que detendrá a una supuesta red de pedofilia encubierta por la élite del Partido Demócrata y progresista de Estados Unidos gracias a un plan maestro. QAnon a asentado las bases teóricas de la línea política de Trump, incluyendo las acusaciones de fraude electoral.
De esta manera, que dichos discursos calen en un porcentaje considerable de la población pone en una situación de posibles riesgos y problemáticas sociales muy graves. Las teorías conspirativas (o, coloquialmente, conspiranoicas) pueden conducir a un estado colectivo de paranoia e irrealidad, a menudo denominado posverdad.
Acontecimientos como el ocurrido el 6 de enero de 2021, con el asalto al Capitolio por parte de grupos de extrema derecha partidarios de Donald Trump, representa un ejemplo de las consecuencias que estos pensamientos pueden tener en la consecución de acciones violentas e irracionales a gran escala.
Sin embargo, el asalto al Capitolio palidece al lado de decisiones políticas que han conducido a la eugenesia o el genocidio y que se han apoyado en falsas creencias deliberadamente difundidas entre la población. Siempre se pone de ejemplo en este caso el Holocausto, pero esto se ha dado en muchas otras ocasiones a lo largo de la Historia.
Confrontando las creencias pseudocientíficas y las teorías basadas en la conspiración
En definitiva, enfrentar este problema pasa principalmente por dos factores fundamentales. En primer lugar, unos medios de comunicación comprometidos con la veracidad. Esto no significa que tenga que haber un recorte en la pluralidad de la información, pero sí que quizá se deberían excluir debates inocuos y absurdos sobre temas hace cientos de años superados: La Tierra no es plana y existen además miles de evidencias científicas que lo corroboran. El debate planteado por el terraplanismo es totalmente vacío y es uno de los ejemplos más evidentes de debates absurdos llevados a cabo por las pseudociencias.
En segundo lugar, más importante si cabe, la educación. No hay herramienta más liberadora que la capacidad crítica de discernir y analizar de una manera objetiva la información, y eso, solo se consigue a través de la educación. Educación en valores científicos, pero también humanísticos, donde las ciencias humanas tienen igual o más que decir sobre esta perspectiva.
Volviendo al terraplanismo, una encuesta publicada en 2018 revelaba que solo el 66% de la juventud estadounidense entre 18 y 24 afirmaba con rotundidad que La Tierra no era plana. Es decir, casi 3 de cada 10 jóvenes tenía dudas sobre este hecho. Además, la creencia de que hay una conspiración alrededor de ocultarle a la gente “la verdad” sobre la forma del planeta cada día tiene más adeptos pese a lo absurdo que es.
Por lo tanto, se debe enseñar a la gente a pensar por sí misma. Aunque sea un tópico, sigue siendo utópico. Es más, la situación empeora y la ignorancia en esta era de la información se ha convertido en una norma, al tiempo que el escepticismo y la rebeldía se dirigen contra todo lo científico.
Así pues, hace falta un sistema educativo que no se dedique concienzudamente a educar futura mano de obra, si no a ciudadanos libres con herramientas básicas para saber desenvolverse dentro de la compleja realidad social de la que forman parte activamente.
Hablamos a los niños de Papá Noel y el ratoncito Pérez por razones que creemos emocionalmente sólidas, pero los desengañamos de esos mitos antes de hacerse mayores. ¿Por qué retractarnos? Porque su bienestar como adultos depende de que conozcan el mundo realmente como es. Nos preocupan, y con razón, los adultos que todavía creen en Papá Noel – Carl Sagan, El mundo y sus demonios, 1997, p. 229
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Artículo original de Sociología Inquieta: Las conspiraciones: el peligro de caer en la manipulación y en la intolerancia
– Carl Sagan, (1997), El mundo y sus demonios.
– Elias, Nortbert (1999) Sociología fundamental.
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