Este domingo electoral, Europa se miró en dos espejos. En uno, Rumanía frenó a tiempo el ascenso de la ultraderecha. En el otro, Portugal la dejó pasar, le abrió el Parlamento y empezó a hablar su idioma.
Mientras el trumpista George Simion se autoproclamaba presidente en Rumanía, desoyendo sondeos y resultados oficiales como si de una versión balcánica de Bolsonaro se tratase, la ciudadanía votaba en masa y elegía a Nicusor Dan, un matemático independiente y europeísta que había quedado muy por detrás en primera vuelta. Dan no solo venció, sino que lo hizo sin necesidad de alianzas con el sistema, con un discurso claro contra la corrupción y por la defensa de las libertades democráticas.
En Portugal, en cambio, el relato es otro. Aunque el conservador Luís Montenegro logró mantenerse en el poder sin mayoría absoluta, fue la extrema derecha de Chega la que celebró como si hubiera ganado. André Ventura no solo empató en escaños con los socialistas, sino que se permitió declarar el “fin del bipartidismo” y presentarse como la “alternativa de gobierno”. Y nadie en el bloque conservador se atrevió a desmentirlo.
¿La diferencia? Rumanía rechazó la mentira y el miedo; Portugal la asumió como parte del paisaje.
Simion, que ha pasado de ultra de fútbol a líder de masas trumpista, venía precedido por denuncias de injerencia rusa, autoproclamaciones golpistas y una retórica incendiaria contra Europa, Ucrania, las mujeres, la izquierda y cualquier forma de disidencia. Su modelo era un autoritarismo desatado, sin filtros. Y eso, por ahora, ha sido frenado por las urnas.
Chega, en cambio, ha ido creciendo desde dentro del sistema. En 2019 tenía un solo diputado. Hoy tiene casi 50. Ha normalizado su discurso racista, antifeminista y reaccionario en prime time. Ventura no necesita proclamarse presidente en la tele: tiene a media clase política repitiendo sus eslóganes. Y eso es más peligroso.
Rumanía ha demostrado que se puede parar a la bestia. Portugal, que si no se planta cara a tiempo, acaba devorando el debate democrático.
En un mismo día, Europa ha vivido dos historias opuestas: la de una ciudadanía que se moviliza para defender sus derechos… y la de otra que, por miedo o resignación, empieza a ceder terreno a quienes desprecian la democracia.
La pregunta no es solo qué camino elige cada país. La pregunta es: ¿cuál vamos a elegir nosotros?
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