El asesinato de Kirk le sirve para encender la maquinaria represiva y victimista del MAGA.
DE LA MEDALLA A LA VENGANZA
Donald Trump no perdió ni un minuto en convertir el asesinato de Charlie Kirk en un trampolín político. Lo llamó “miembro de la familia”, le concedió póstumamente la Medalla Presidencial de la Libertad y juró “dar una paliza a los lunáticos de la izquierda radical”. El gesto no es un homenaje, es una coartada. En un país con más de 189 muertos en el Pentágono el 11-S y decenas de miles por armas cada año, Trump señala a un enemigo interno, convenientemente vago, al que culpar de todos los males.
El féretro de Kirk viajó en el Air Force 2, acompañado por el vicepresidente J. D. Vance y su esposa. La Casa Blanca desplegó pompa y símbolos, con la viuda y los hijos en primer plano. Lo personal y lo político se funden en un relato que presenta a Trump como protector de los suyos y verdugo de los otros. La frase que repitió ante la prensa, “les daremos una paliza”, no es metáfora: es la normalización de la violencia como programa de Gobierno.
UNA COARTADA AUTORITARIA
El mensaje grabado desde el Despacho Oval dejó claro el guion. Trump habló de “uno de los momentos más oscuros de la historia de Estados Unidos” y culpó solo a la “izquierda radical”. Ignoró que la violencia política en EE.UU. golpea a todas las ideologías y que las armas son la verdadera epidemia. El FBI, mientras tanto, ni siquiera había identificado al asesino cuando Trump ya había decidido su filiación política.
El presidente recordó solo ataques contra conservadores: el tiroteo de 2017 contra congresistas republicanos, los intentos de atentado contra él mismo, el caso Luigi Mangione. Ninguna mención a las víctimas de Buffalo, a las matanzas racistas ni al asalto al Capitolio de 2021. La violencia, en la narrativa MAGA, es exclusiva del adversario.
Incluso antes de que existieran pruebas, el Departamento de Estado anunció que quienes celebraran la muerte de Kirk en redes sociales no serían bienvenidos en EE.UU.. El enemigo externo se mezcla con el interno: censura, exclusión y persecución, todo legitimado por un crimen aún sin esclarecer.
Trump se envuelve en la bandera del 11-S y del Pentágono para fabricar un nuevo consenso: el país está en guerra contra “lunáticos de izquierda” que no han sido identificados, pero que ya son culpables. Lo personal es político y lo político es venganza.
El féretro de Kirk viaja como símbolo. La medalla que se le concede póstumamente es un arma. Y la amenaza presidencial es el preludio de un proyecto que se alimenta del miedo y se traduce en poder.
Trump no quiere justicia, quiere enemigos.
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