El presidente estadounidense usa los aranceles como látigo político y convierte la Alianza Atlántica en una extensión de su negocio personal.
EL IMPERIO EXIGE OBEDIENCIA
Donald Trump ha vuelto a señalar a España como enemigo interno. Esta vez, por no rendir pleitesía al mandato militar del 5 % del PIB en defensa. “España es increíblemente irrespetuosa y debería ser castigada”, dijo el presidente de Estados Unidos. No hablaba de derechos humanos, ni de democracia, ni de paz. Hablaba de dinero.
El magnate convertido en presidente considera que el país “vive a costa” de la protección norteamericana, y no oculta que su respuesta será económica: una nueva amenaza de aranceles, es decir, un castigo comercial contra un aliado. No es diplomacia, es extorsión.
Trump actúa como quien cobra peajes por pasar por su territorio. Su lógica es la del mafioso: quien no paga, se queda fuera del negocio. Por eso desliza la idea de “expulsar a España de la OTAN”, una organización que él trata como si fuera una empresa privada y no una alianza entre Estados.
El presidente estadounidense se queja de que España “recibe protección sin pagar lo suficiente”, y lo hace justo después de haberse felicitado a sí mismo en Egipto por el supuesto “fantástico trabajo” de los países que sí han aceptado doblar su gasto militar. Convertir la paz en un negocio redondo y el miedo en moneda de cambio es, desde hace tiempo, el eje de su política exterior.
La realidad es que España ha incrementado su gasto en defensa un 43 % desde 2024, pasando de 22.693 a 33.123 millones de euros, pero el dato no importa cuando el objetivo es otro: imponer una jerarquía imperial. Trump no busca aliados, busca deudores.
DEFENSA, NEGOCIO Y SUMISIÓN
Lo que en la Casa Blanca llaman “seguridad colectiva” es en realidad una red de contratos multimillonarios que benefician a la industria armamentística estadounidense. Lockheed Martin, Raytheon, Boeing y Northrop Grumman son las verdaderas beneficiarias de este “aumento del gasto en defensa” que Trump exige a Europa.
El nuevo objetivo del 5 % del PIB supone una militarización masiva del presupuesto público, mientras los servicios sociales, la sanidad y la transición ecológica siguen siendo sacrificados. Lo que antes era un “mínimo del 2 %” ahora se convierte en dogma de fe para entrar en el club.
El Gobierno español ha intentado frenar esa deriva. Pedro Sánchez defendió ante la OTAN un modelo vinculado a capacidades y objetivos concretos, no a un porcentaje arbitrario. Pero la respuesta del imperio ha sido inmediata: castigo o expulsión. Trump lo deja claro con su retórica autoritaria: “Si no pagan, los echamos”.
Y no está solo. Su secretario de Estado, Marco Rubio, ha acusado a España de tener “un gobierno de centroizquierda que gasta poco o nada en defensa”. Lo que realmente molesta en Washington no es la cifra, sino la resistencia a obedecer.
El mensaje es claro: quien no contribuye al negocio de las armas será castigado económicamente. Se llama guerra comercial, pero también podría llamarse colonialismo financiero.
Mientras tanto, la OTAN, que nació supuestamente para “garantizar la paz”, se ha transformado en un mercado cerrado donde cada país compra su cuota de lealtad. En ese contexto, España aparece como el socio incómodo, el que se atreve a cuestionar la tasa de entrada.
El secretario general de la Alianza, Mark Rutte, ha intentado suavizar el conflicto diciendo que en 2029 se revisará el acuerdo. Pero las palabras de Trump son inequívocas: “Vamos a hacer que paguen el doble”. No es cooperación, es un ultimátum.
Europa se enfrenta así a una encrucijada: seguir el juego del chantaje militar o romper la dependencia del complejo armamentístico norteamericano.
Porque lo que Trump llama “respeto” no es respeto, es sumisión con intereses de acero y pólvora.
Y lo que llama “protección” no es seguridad, es servidumbre.
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