El petróleo, el oro y las armas: el triángulo que sostiene una guerra interminable
EL NEGOCIO DETRÁS DE LA MASACRE
Miles de personas asesinadas en un solo día en Elfashir, entre ellas mujeres, niñas, niños y pacientes hospitalarios, ejecutadas a sangre fría por la milicia Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). Imágenes satelitales confirman que se preparaban fosas comunes para ocultar el crimen. Esa matanza no fue un acto aislado. Fue posible gracias a un flujo constante de armas que tiene un nombre detrás: Emiratos Árabes Unidos (EAU).
Desde abril de 2023, Sudán vive una guerra que enfrenta al ejército nacional con las RSF, un conflicto que ya ha dejado miles de muertos y millones de desplazadas y desplazados, además de una crisis de hambruna inminente. Pero detrás de ese desastre hay intereses económicos muy concretos: control del oro, del territorio y de las rutas comerciales africanas.
Las RSF no son una milicia improvisada. Nacieron en 2013 como el nuevo rostro de los yanyawid, los paramilitares responsables de la limpieza étnica en Darfur. En 2017, el Parlamento sudanés las legitimó legalmente. Desde entonces, se las ha acusado de ejecuciones sumarias, violaciones, incendios de aldeas y persecución de periodistas. La violencia no fue un exceso: fue un método.
Detrás de cada fusil, hay un contrato. Detrás de cada dron, una factura sellada en Dubái.
EL IMPERIO ARMADO Y SUS CÓMPLICES
Una investigación de abril de 2025 desveló el papel clave de la empresa International Golden Group, con sede en Abu Dabi, conocida por violar embargos internacionales. La compañía compró munición búlgara y la envió a las RSF a través de Libia, aunque parte del cargamento fue interceptado antes de llegar. Paralelamente, drones chinos y sistemas de defensa aérea financiados por los EAU se desviaron desde Chad, mientras armamento británico y canadiense vendido legalmente a los Emiratos apareció en el campo de batalla sudanés.
Treinta vehículos blindados canadienses, rifles procedentes de fabricantes de Ontario y equipos de puntería británicos se han encontrado en manos de la milicia responsable de crímenes contra la humanidad. No son incidentes aislados, sino un patrón de reexportación encubierta que viola los embargos de armas de la ONU y de la Unión Europea, vigentes desde 1994 y ampliados en septiembre de 2025.
Mientras las víctimas sudanesas son enterradas en silencio, los despachos de Europa y Norteamérica siguen firmando contratos con los Emiratos. Suecia, Canadá, Reino Unido y Bulgaria figuran entre los principales proveedores. La ministra sueca de Exteriores llegó a asegurar que “ninguna de las armas vendidas a los EAU ha llegado a Sudán”. Una frase tan vacía como los hospitales arrasados de Darfur.
La presión internacional empieza a romper el muro de silencio. Amnistía Internacional exigió la suspensión inmediata de las ventas de armas británicas a los Emiratos. Parlamentarias y parlamentarios de Reino Unido pidieron revisar toda la política de exportaciones. En Canadá, la organización CJPME reclamó detener los envíos. Y el movimiento Campaign Against the Arms Trade denunció que el comercio de armas con los Emiratos prolonga y financia la guerra en Sudán.
El flujo de armas no solo cambia el equilibrio militar: define quién vive y quién muere.
LA COMPLICIDAD GLOBAL Y EL SILENCIO OFICIAL
La impunidad de los Emiratos Árabes no se explica sin la complicidad de sus socios occidentales. Durante años, las potencias que hoy hablan de “estabilidad” en el Cuerno de África han mirado hacia otro lado mientras Abu Dabi convertía el embargo internacional en un papel mojado. Lo han hecho por petróleo, por oro y por contratos de defensa que mueven miles de millones.
Mientras tanto, la población civil sudanesa vive entre el hambre y el fuego cruzado. Las RSF han bombardeado mercados, arrasado aldeas y ejecutado prisioneros. El país se desangra, pero el dinero del Golfo sigue circulando.
En esta guerra, los Emiratos no son mediadores. Son proveedores. Han convertido a Sudán en un laboratorio donde prueban la eficacia de su influencia y la elasticidad del derecho internacional.
Cada contrato de exportación firmado en Londres o Estocolmo es una bala en el pecho de una niña en Darfur.
No habrá paz en Sudán mientras el negocio de las armas siga camuflado de diplomacia. Mientras los gobiernos europeos hablen de derechos humanos y vendan drones a quien los viola. Mientras la economía de los Emiratos se construya sobre el comercio de la muerte.
El silencio también mata.
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