Las férulas que porta bajo su ropa son indicativas de una discapacidad que, si bien puede no ser visible a primera vista, dicta sus decisiones y movimientos diarios. Nadie preguntó
En la vorágine del ritmo cotidiano, “Vengo a explicar algo que me ha puesto fatal esta mañana”. Así, una joven llamada Sonia, desataba en la red social X (anteriormente Twitter) una de las historias más conmovedoras y desgarradoras que han circulado por la web en tiempos recientes. Acorde a la rutina, Sonia se dirigía a su trabajo en el Metro de Barcelona, cuando fue víctima de un episodio que resalta el prejuicio y la falta de comprensión de la sociedad. La joven relata, “Una mujer mayor quería sentarse y yo no la he visto y me he sentado. La gente en el metro me ha empezado a insultar”, antes de descubrir la sorprendente razón detrás de su decisión de permanecer en su asiento.
El conflicto del espacio en el transporte público nunca ha sido ajeno a las discusiones. Pero lo que se omite, casi siempre, es la perspectiva humana detrás de cada elección, y en el caso de Sonia, el dilema supera lo trivial. Las férulas que porta bajo su ropa son indicativas de una discapacidad que, si bien puede no ser visible a primera vista, dicta sus decisiones y movimientos diarios.
¿Y SI CAMBIAMOS TODO?
El comentario de Sonia, “Ninguna persona con discapacidad merece pasar por algo así”, nos remite a una realidad: la invisibilidad de ciertas discapacidades y la rápida inclinación del público a juzgar sin tener todos los datos en la mano. Esta situación podría haberse evitado con un poco más de empatía por parte de las y los pasajeros. Pero más allá de Sonia, la pregunta es: ¿cuántas personas enfrentan situaciones similares cada día sin que se conozca su historia?
Pareciera que la percepción generalizada es que las y los jóvenes deben aguantar y ser resilientes a todo. Sin embargo, el mensaje es claro: no todas las discapacidades son evidentes. La idea de “ojalá hubiese podido cederle el asiento a esa mujer mayor, pero no podía” resume el dolor y la frustración de una sociedad que tiende a sobresimplificar los desafíos diarios de cada individuo.
Las respuestas en la red social X dan fe de este dilema. Una persona con una discapacidad debido a una escoliosis congénita destaca cómo las y los demás asumen que por ser joven puede “soportarlo todo sin conocerme”. Estos comentarios nos recuerdan que no estamos solos en nuestros retos, pero aún hay un largo camino por recorrer para que la empatía prevalezca.
En última instancia, el llamado de Sonia no solo es para las personas en ese metro de Barcelona, sino para todas y todos nosotros. “Seamos más empáticos” no debería ser una súplica, sino una práctica diaria, porque nadie debería sentirse humillado o incomprendido por simplemente intentar vivir su vida lo mejor posible. Y si se requiere cambiar todo para que este ideal sea una realidad, que así sea.
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