Un presidente atrapado entre sus mentiras, sus viejas amistades y su propio cinismo
EL DIBUJO QUE TRUMP NEGÓ
Donald Trump lleva décadas construyendo una marca de impunidad. Primero como magnate inmobiliario, después como estrella televisiva y más tarde como presidente. Siempre se presentó como un hombre fuerte, inmune a la crítica y al ridículo. Sin embargo, un simple dibujo obsceno, recuperado del archivo de un pederasta, amenaza con derrumbar esa imagen blindada.
El Congreso de Estados Unidos ha hecho público el documento que Trump juró no haber firmado nunca: una felicitación de cumpleaños a Jeffrey Epstein en 2003, donde se mezcla complicidad, guiños sexuales y un boceto de mujer desnuda cuya zona púbica fue firmada por el hoy presidente. Un gesto que, más que chiste privado, se convierte en símbolo de la podredumbre que conecta dinero, poder y silencio.
Trump había demandado al Wall Street Journal por 20.000 millones de dólares tras publicar la existencia de la carta, acusando al diario de libelo. Negó haber dibujado nada, pese a que varias subastas de sus garabatos existen desde hace años. El resultado es grotesco: el presidente que prometía acabar con las “fake news” ha sido desenmascarado por su propia letra y por su propio trazo.
UNA AMISTAD QUE PERSISTE COMO SOMBRA
La relación entre Trump y Epstein no es una invención de la prensa. Fotografías, testimonios y registros confirman que compartieron durante 15 años fiestas, negocios y amistades comunes, incluida la intermediaria Ghislaine Maxwell. La felicitación ahora publicada demuestra no solo cercanía, sino también confianza suficiente para bromear con lo sexual. El hombre que se presenta como guardián de la moral conservadora aparece, en los documentos del Congreso, como un socio de juergas de uno de los mayores depredadores sexuales del siglo XXI.
Trump insiste en que rompió con Epstein en 2004, antes de las primeras acusaciones judiciales. Pero la cuestión ya no es cuándo dejó de ser su amigo, sino por qué mintió sobre un detalle concreto que podía verificarse. Si ocultó la carta, ¿qué más ha ocultado? ¿Qué significa ese “secreto maravilloso” que menciona en el texto dirigido a Epstein?
Los demócratas en el Comité de Supervisión lo subrayan: el problema no es solo un dibujo obsceno. Es la mentira sistemática, la falta de transparencia y la sospecha permanente de que el poder protege a los suyos mientras entierra las pruebas.
EL ESCÁNDALO COMO RITUAL POLÍTICO
Trump convierte cada crisis en un espectáculo. Demanda a la prensa, grita “caza de brujas”, moviliza a sus bases con teorías conspirativas y, al mismo tiempo, logra desplazar el debate de lo esencial (los crímenes de Epstein, la red de abusos, la lista nunca publicada) a lo anecdótico: un garabato pornográfico. Es su estrategia de siempre: tapar la podredumbre estructural con su propio show.
Pero esta vez el espectáculo tiene consecuencias. Porque no es un montaje mediático, sino un documento entregado por los herederos de Epstein al Congreso. No es rumor, es prueba. Y llega en el peor momento para su segunda presidencia, cuando incluso en su movimiento MAGA crecen las grietas. Algunos de sus seguidores más fanáticos llevan años obsesionados con la “lista Epstein”, convencidos de que ahí se esconden los secretos del “Estado profundo”. Ver a su líder atrapado en la misma telaraña erosiona ese relato mesiánico.
Trump quiso ridiculizar al Wall Street Journal. Ahora es él quien queda ridiculizado: un presidente que firma dibujos obscenos a un depredador sexual y que, veinte años después, lo niega con la misma torpeza que usó para negar fraudes, estafas y abusos.
No es la obscenidad del trazo lo que lo condena. Es la obscenidad de la mentira y la obscenidad de un poder que sigue protegiendo a quienes nunca deberían haber estado cerca de la Casa Blanca.
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