La inflación se dispara, el consumo se enfría y la “época dorada” de Trump se convierte en un espejismo económico y diplomático.
UNA POLÍTICA COMERCIAL DISEÑADA PARA EL CAOS
Donald Trump ha declarado la guerra al comercio internacional sin más estrategia que su propia megalomanía. La madrugada del 7 de agosto de 2025, el presidente republicano activó una nueva oleada de aranceles globales con un mensaje triunfalista en su red social Truth Social, presumiendo de que “billones de dólares están fluyendo hacia Estados Unidos”. La realidad, sin embargo, se parece más a un incendio descontrolado que a una bonanza económica.
Trump ha impuesto un 10% de arancel generalizado, un 50% sobre el acero y un 15% a los productos europeos. A esto se suman aranceles específicos para 70 países que no firmaron nuevos acuerdos bilaterales y medidas negociadas in extremis con otros 34. Entre ellos, los 27 de la Unión Europea, que ven cómo sus productos son penalizados sin que la Casa Blanca haya publicado un solo documento técnico que regule los criterios.
Mientras Bruselas suplica una exención para el vino y la cerveza europea, Trump exige 600.000 millones de dólares en inversiones, como si fueran un tributo feudal. En sus propias palabras: “Puedo hacer lo que quiera”. No hay contrato. Solo chantaje. Y la Comisión Europea se comporta como lo que es: una gestora de intereses corporativos sin herramientas políticas para enfrentarse a Washington.
India ha sido la siguiente víctima. Tras una reunión de un emisario estadounidense con Vladímir Putin, Trump decidió castigar a Nueva Delhi por seguir importando petróleo ruso. Un 25% de arancel adicional ha sido suficiente para demostrar que en esta cruzada no hay aliados, solo súbditos bajo sospecha.
Trump no distingue entre diplomacia y extorsión, y no es la primera vez. Ya en mayo, amenazó a la UE con imponer un 35% de arancel si no cumplía sus exigencias energéticas, como informó Cadena SER. La amenaza ahora es real. Y la factura, imposible de prever.
LA ECONOMÍA DE LOS RICOS SE DISFRAZA DE MILAGRO
Mientras los precios suben y el empleo se estanca, Trump se limita a despedir a quienes se atreven a mostrarle los datos. El último ejemplo ha sido Erika McEntarfer, directora de la Oficina de Estadísticas Laborales, fulminada tras conocerse que en julio solo se crearon 73.000 empleos, muy lejos de los 110.000 esperados. El paro ronda el 4,2%, pero la precariedad y la inestabilidad se disparan en sectores que hasta ahora eran relativamente estables.
La inflación ha alcanzado el 2,7% en junio, frente al 2,4% de mayo. Y lo ha hecho mientras Trump presume de haber “liberado” la economía el 2 de abril con un espectáculo grotesco, anunciando aranceles con una pizarra frente a las cámaras. Un show para la galería mientras las empresas, previendo el desastre, se aprovisionaban para aguantar unos meses de caos.
La consultora Morgan Stanley prevé que el crecimiento del consumo privado pase del 5,7% en 2024 al 3,7% en 2025. No es una casualidad: los productos básicos se encarecen, los salarios reales se estancan y la clase trabajadora empieza a notar que el “milagro Trump” es solo un cuento de ricos para ricos. Las grandes tecnológicas y los bancos multiplican beneficios, mientras el comercio minorista ve desplomarse sus márgenes.
Y cuando se agoten los stocks, llegarán las verdaderas consecuencias. Según Financial Times, muchas compañías ya se preparan para trasladar el sobrecoste a los consumidores. Pero el daño no será igual para todas y todos: la élite podrá pagar más. El resto, solo podrá endeudarse o prescindir.
En paralelo, Trump sigue amenazando con despedir al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, por negarse a bajar los tipos de interés al ritmo que exige el delirio presidencial. ¿La independencia de los organismos reguladores? Un obstáculo a eliminar. ¿La credibilidad del dólar? Un precio asumible. El objetivo es uno: someter la economía a su ego.
La obsesión de Trump por los aranceles se enmarca en una lógica profundamente reaccionaria. No busca repatriar industrias por justicia social, sino por nostalgia imperial. No le importan las y los trabajadores de Detroit, sino el poder de chantaje que le dan las cifras. Como un patrón mafioso que reparte sobres con amenazas, Trump exige obediencia con sonrisa de vendedor de crecepelo.
Pero ni las amenazas están dando los frutos que pretende. China y México, dos de sus principales focos de presión, siguen sin cerrar acuerdos. El 12 de agosto vence el plazo para negociar con Pekín, y los aranceles del 30% siguen en vigor. En octubre termina el periodo de gracia para México, principal exportador de productos frescos a EE.UU. Cuando el precio del tomate, del aguacate o de los limones se dispare, veremos si el “pueblo americano” sigue aplaudiendo.
Los únicos anuncios millonarios que puede mostrar Trump son el de Apple, que promete invertir 500.000 millones de dólares en Texas en cuatro años, y el de la taiwanesa TSMC, que destinará 100.000 millones a una nueva planta de semiconductores. Pero incluso estas cifras esconden letra pequeña: subvenciones públicas, exenciones fiscales y privilegios garantizados a cambio de titulares.
Mientras tanto, el tejido productivo se resiente, las familias gastan menos y las empresas no saben si producir más o huir a tiempo. No es una época dorada, es un incendio con banda sonora de Twitter y fuego amigo económico.
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