La propaganda convierte la masacre en espectáculo y borra del mapa el derecho a informar
EL ASESINATO COMO POLÍTICA DE ESTADO
“Hizo bien en eliminarlos”. Así, sin disfraz ni vergüenza, presentadores y tertulianos de la televisión israelí justifican el asesinato de 247 periodistas palestinos en apenas 23 meses de genocidio. No son daños colaterales. No son errores de cálculo. Son ejecuciones premeditadas contra quienes narran la barbarie. La censura se ejerce con bombas, no con tijeras.
En diciembre de 2023, un colono israelí y periodista de Cisjordania llegó a decir en directo que las Fuerzas de Defensa de Israel tendrían que haber empezado con 100.000 muertos de golpe. La frase no generó escándalo, sino aplausos. Israel ha normalizado el exterminio como si fuera una opción política legítima.
Mientras tanto, la población de Gaza muere de hambre. Desde octubre de 2023, más de 300 personas han fallecido oficialmente por inanición, porque el gobierno de Netanyahu bloquea la entrada de ayuda humanitaria. Sin embargo, en los televisores israelíes no aparecen cadáveres famélicos ni hospitales reducidos a polvo. En su lugar, series patrióticas que humanizan a soldados y tertulias que repiten como papagayos la propaganda oficial.
TELEVISIÓN QUE BORRA A LAS VÍCTIMAS
Según el periódico Haaretz, reporteros de los principales medios reconocen que tienen prohibido mostrar el sufrimiento palestino. En los platós no se habla de niñas muertas bajo los escombros, sino de “escoria”, “infrahumanos” y “gente que no tiene derecho a existir”. El genocidio se retransmite como una gesta de venganza.
El 20 de mayo de 2025, mientras la comunidad internacional veía cómo Gaza se hundía en la hambruna y la ONU denunciaba el bloqueo de camiones de ayuda humanitaria, la televisión israelí mostraba una versión edulcorada. Nada sobre el hambre, nada sobre el asedio. Solo entrevistas a soldados que son presentados como héroes y ciudadanos que piden “fumigar Gaza con gasolina”.
La omisión es tan brutal como la bala. El relato oficial no solo silencia a las víctimas, sino que da voz a quienes celebran su exterminio. Israel no solo mata, sino que blanquea y televisa el asesinato.
Netanyahu gobierna con un aparato mediático entregado al odio. Los canales más vistos del país se convierten en correa de transmisión de una doctrina que define a todo un pueblo como desechable. Periodistas, médicos, maestras y niños son borrados del mapa televisivo para ser convertidos en enemigos a exterminar.
El periodismo israelí, en lugar de cuestionar el poder, ha aceptado ser su maquinaria de propaganda. La censura se ha interiorizado hasta el punto de que no mostrar la verdad se considera patriotismo. La mentira se viste de deber nacional.
Y mientras tanto, los periodistas palestinos son cazados uno a uno. Cada cámara destruida es un testimonio menos del horror. Cada voz silenciada es un crimen que queda impune. La televisión israelí no solo no lo denuncia, sino que lo celebra.
Matar al mensajero se ha convertido en política de Estado.
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