El silencio tiene su lugar en los momentos de paz y serenidad, como cuando las niñas y los niños duermen y el mundo parece detenerse en un instante de calma. Es en esos momentos cuando el silencio se siente como un bálsamo, protegiendo la inocencia y la tranquilidad. Sin embargo, ese mismo silencio puede transformarse en un arma poderosa y dañina cuando se utiliza para ignorar o encubrir las atrocidades que ocurren a nuestro alrededor, como los crímenes de guerra en Palestina.
Cuando niñas y niños mueren a causa de conflictos y agresiones, el silencio no es una opción. Cerrar los ojos y callar ante tales injusticias es ser cómplice de ellas. La indiferencia y la inacción ante el sufrimiento de los inocentes perpetúan el ciclo de violencia y opresión. Es nuestra responsabilidad colectiva alzar la voz, denunciar las injusticias y luchar por un mundo donde los menores no sean víctimas de la crueldad humana. El silencio puede ser dorado, pero no cuando se utiliza para ocultar el dolor y el sufrimiento.
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