Cuando todo huele a cloaca, es porque estás en la sede del poder
Javier F. Ferrero
Isabel Díaz Ayuso termina mayo como empezó la pandemia: rodeada de muertos políticos y explicaciones que nadie le pidió. A su pareja la procesa una jueza por fraude fiscal y falsedad documental. A su partido, lo cercan los sumarios: el ex número dos de Interior, Francisco Martínez, confiesa que destruyó pruebas en la Operación Kitchen “por patriotismo”. Y la UCO, siempre alerta, sigue tirando del hilo que conecta a policías patrióticos, tramas mediáticas y sobres de dinero público con las siglas del PP.
El milagro madrileño, al parecer, era un excel.
UN NOVIO DEFRAUDADOR Y UNA PRESIDENTA OFENDIDA
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, está indignada. ¿Por la evasión fiscal? ¿Por los documentos falsificados? ¿Por el pelotazo de las mascarillas? No. Por el fiscal. Por el Gobierno. Por la prensa. Por el Estado. Por cualquiera que se atreva a ponerle un espejo delante.
El 29 de mayo, la magistrada Inmaculada Iglesias cerraba la instrucción contra Alberto González Amador, imputándole dos delitos contra la Hacienda Pública y uno de falsedad documental por haber defraudado más de 350.000 euros al fisco. Todo, tras haber ganado 1,7 millones con un negocio de mascarillas en la pandemia y presentar facturas falsas para no pagar impuestos. Una mecánica digna de los mejores años de Bárcenas.
Pero Ayuso no solo no se desmarca de él. Se victimiza. Habla de “operación de Estado”. Acusa a la Fiscalía de filtrar el caso. Reparte culpas a Moncloa y se presenta como una Juana de Arco fiscal, atacada por el sistema por amar demasiado la libertad.
El problema no es el fraude. El problema es que lo investiguen.
EL PATRIOTISMO SEGÚN LA KITCHEN: MENTIR, ESPIAR Y DESTRUIR PRUEBAS
Mientras Ayuso grita “conspiración” desde su púlpito de la Puerta del Sol, en los juzgados se reabre una de las cloacas más hediondas del Estado: la Operación Kitchen. Esta semana, Francisco Martínez, ex secretario de Estado de Seguridad con Rajoy, ha tirado de la manta. Pero no por ética, sino por miedo a comerse él solo la cárcel.
Martínez reconoce ahora que ordenó destruir los móviles de Villarejo y eliminar archivos comprometidos del Ministerio del Interior, todo “por lealtad” y “por sentido de Estado”. Ese Estado que, cuando lo gobierna el PP, permite desviar fondos reservados para espiar a Bárcenas, robarle documentación comprometedora y proteger a los verdaderos jefes de la mafia azul.
Y lo dice sin pestañear. Con una naturalidad que solo tienen quienes se saben impunes o bien conectados.
El patriotismo, en la derecha madrileña, consiste en proteger al partido por encima de la ley.
Lo que antes negaban con insultos y querellas, ahora lo admiten sin rubor: todo fue cierto. Hubo una policía política. Hubo espionaje ilegal. Hubo fondos públicos desviados para tapar la corrupción estructural del PP. Y nadie ha ido a prisión.
CUANDO EL PARTIDO ES MÁS IMPORTANTE QUE EL PAÍS
Si algo une estas dos tramas —la del novio de Ayuso y la de la brigada política del PP— es la idea de familia. No la de sangre, sino la omertá del partido, esa red de lealtades mafiosas donde el silencio se premia, el delator se castiga y el dinero circula mejor que la justicia.
Porque el PP madrileño no es un partido. Es una estructura. Una maquinaria de poder construida a base de favores, privatizaciones, concesiones, sobres, comisiones y silencios. Una familia que te lo da todo… mientras calles. Y si hablas, prepárate para caer como Cospedal, como Ignacio González o como el propio Martínez.
En esta familia, una pareja puede defraudar 350.000 euros y seguir saliendo en procesiones, siempre que no perjudique al relato. En esta familia, una presidenta puede sugerir que todo es una operación de Estado y nadie del partido le pedirá que dimita. En esta familia, la lealtad al logo es más importante que la Constitución.
Y cuando estalla todo a la vez —novios defraudadores, policías arrepentidos, patriotas de saldo—, el Partido Popular vuelve a hacer lo que mejor sabe: señalar al mensajero y gritar “¡ETA!”.
El problema no es una manzana podrida. El problema es que todo el árbol está cultivado con estiércol institucional.
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