Cuando los intereses de las grandes tecnológicas se entrelazan con la política, la democracia y la competencia pierden.
Por Javier F. Ferrero
UNA BATALLA POLÍTICA QUE PARECE ECONÓMICA
Donald Trump y Mark Zuckerberg se encuentran en una momento en donde el poder corporativo y político convergen de forma descarada. El posible veto a TikTok, promovido bajo argumentos de seguridad nacional y protección de menores, oculta un trasfondo mucho más prosaico: el beneficio económico para Meta, la empresa matriz de Facebook e Instagram. Esta maniobra sería una intervención directa del gobierno estadounidense en el mercado para aplastar a un competidor y favorecer a un gigante que lleva años perdiendo relevancia cultural y atracción entre las generaciones más jóvenes.
Meta, bajo el liderazgo de Zuckerberg, ha intentado incansablemente posicionarse como la alternativa “patriótica” frente a TikTok, argumentando que su supremacía es clave para preservar los valores occidentales frente a la amenaza de la expansión china. Sin embargo, esta narrativa está lejos de ser altruista. La realidad es que Meta se beneficiaría enormemente de la desaparición de TikTok en Estados Unidos, especialmente su producto Instagram Reels, que ha fracasado en replicar el magnetismo cultural que define a su rival.
La estrategia de Zuckerberg no es nueva. Desde 2019, en un discurso en la Universidad de Georgetown, ha insistido en que la competencia con China en el ámbito tecnológico es una lucha ideológica. Ha utilizado este argumento en el Congreso para justificar desde iniciativas fallidas como la criptomoneda Libra hasta evitar el desmantelamiento de su imperio bajo las leyes antimonopolio. En palabras de Zuckerberg, un golpe a Facebook sería un regalo a Xi Jinping y su visión del internet autoritario. Pero este discurso, plagado de referencias a la libertad de expresión y los valores democráticos, contrasta con la realidad de una empresa que elimina derechos laborales, margina comunidades vulnerables y prioriza beneficios sobre ética.
El esfuerzo por vetar a TikTok no comenzó con Trump, pero su regreso al poder puede convertir esta vieja aspiración de Meta en realidad. El coste, sin embargo, no solo será económico o cultural; será un golpe a la credibilidad de un sistema político que debería garantizar la competencia justa, no favorecer a quien tiene más dinero para presionar en los pasillos del poder.
ZUCKERBERG Y SU DANZA DE LA SUPERVIVENCIA
Lo que resulta especialmente revelador en este momento es la descarada transformación ideológica de Mark Zuckerberg. Desde su reciente giro hacia la derecha, su coqueteo con el trumpismo y sus gestos hacia sectores conservadores, todo apunta a un objetivo claro: garantizar que una administración republicana no solo no interfiera en los planes de Meta, sino que la proteja activamente.
Zuckerberg ha adaptado su narrativa, incluso llegando a minimizar los intentos de regulación bajo la administración de Biden y desplazando culpas hacia los medios y el gobierno. Durante una entrevista con Joe Rogan, llegó a mostrar un completo desconocimiento –o fingimiento del mismo– sobre el interés legítimo de entidades como la CFPB en las actividades financieras de Meta. Esta desinformación selectiva es solo otra herramienta en su arsenal para evitar que su empresa sea supervisada y regulada.
A pesar de que Meta ha negado haber presionado directamente para el veto de TikTok, los hechos cuentan otra historia. En 2024, la compañía batió récords en gasto de lobby, incluyendo inversiones significativas en temas de “seguridad nacional”. Documentos revelados en 2022 mostraron cómo Meta contrató firmas de relaciones públicas para difundir mensajes alarmistas sobre TikTok, calificándola de peligrosa para la juventud. La estrategia es clara: desviar la atención de las fallas internas de Meta y pintarse como un defensor de los intereses estadounidenses frente al enemigo común, China.
Sin embargo, lo que subyace a este enfrentamiento no es solo la rivalidad económica. Es una pugna por quién define el discurso, los valores y los estándares culturales en un mundo cada vez más digitalizado. En este contexto, Zuckerberg no es un defensor de la libertad ni un cruzado contra la censura; es un empresario que busca consolidar su monopolio bajo la bandera del interés nacional.
Trump, por su parte, tiene la oportunidad de convertir este veto en un acto simbólico de reafirmación de su poder. La paradoja es que, aunque Zuckerberg intenta alinearse con él, el expresidente no olvida las críticas y tensiones pasadas. Lo que tenemos ante nosotros no es una alianza ideológica, sino un pacto de conveniencia, frágil y lleno de hipocresías mutuas.
El destino de TikTok está ahora en manos de un hombre cuya gestión ha estado marcada por decisiones impulsivas y cuyo regreso al poder representa un reto para la estabilidad democrática global. Si Trump concede a Zuckerberg este deseo, consolidará el control de Meta sobre un mercado que, por su propia naturaleza, debería ser diverso y competitivo. Pero no será una victoria limpia; será un recordatorio de cómo el poder económico y político conspiran para moldear el mundo a su imagen y semejanza, sin importar los costes humanos o sociales.
Zuckerberg puede sentir que está cerca de la meta. Pero ese triunfo, si llega, será una cicatriz más en un sistema ya profundamente herido.
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