Groenlandia, país que Trump intentó comprar en 2019, ha declarado su apoyo al boicot europeo.
Donald Trump ha vuelto a declararle la guerra al multilateralismo, esta vez desde el proteccionismo más descarnado. Con la excusa de defender a su industria, el presidente estadounidense ha firmado una orden ejecutiva que impone aranceles de hasta el 50% a las importaciones de más de 150 países. Europa, China, Japón, India, Corea del Sur o Brasil están en el punto de mira. España, como parte de la Unión Europea, soportará un impuesto del 20% sobre sus exportaciones.
“Hoy América empieza a ser rica de nuevo”, dijo Trump desde la Casa Blanca, dejando claro que el objetivo no es la justicia comercial sino la supremacía económica. Mientras exime a Canadá y México por interés estratégico, castiga a sus antiguos aliados y convierte el comercio internacional en una herramienta de extorsión y dominio geopolítico. Esta ofensiva no es otra cosa que un intento más de someter al resto del mundo a su lógica empresarial: si no me compráis a mis condiciones, os castigo.
La lista de países afectados incluye tanto potencias económicas como países empobrecidos, desde Japón (24%) y Corea del Sur (25%), hasta Laos (48%), Camboya (49%) o Lesoto (50%). No se trata de un reequilibrio de fuerzas, sino de un ataque global contra la soberanía económica. Y al igual que con sus anteriores guerras comerciales, Trump vuelve a utilizar la política exterior como un reality show de castigos y recompensas.
Según datos del Peterson Institute for International Economics, en su anterior mandato las guerras comerciales provocaron pérdidas millonarias tanto para exportadores estadounidenses como para sus socios internacionales. El retorno de esta estrategia sólo augura nuevas disrupciones en cadenas de suministro, inflación global y conflictos diplomáticos.
EL BOICOT COMO RESPUESTA POLÍTICA Y MORAL
La reacción no se ha hecho esperar. Mientras los gobiernos se reúnen en Bruselas y Pekín, la ciudadanía ha empezado a responder con el arma más directa: el boicot. Miles de personas en Europa están llamando a dejar de consumir productos y marcas estadounidenses. Coca-Cola, McDonald’s, Starbucks, Nike, Tesla, Disney o Apple se han convertido en símbolo de un sistema depredador que quiere forzar su hegemonía con amenazas fiscales.
Desde universidades en Alemania hasta ayuntamientos en Francia, se están retirando contratos con multinacionales estadounidenses. En ciudades como Lyon, Utrecht o Florencia se han lanzado campañas para promover el consumo local frente a las grandes corporaciones extranjeras. En Dinamarca, asociaciones de hostelería han llamado a sustituir el café de Starbucks por marcas cooperativas y el vino californiano por vinos regionales. Groenlandia, país que Trump intentó comprar en 2019, ha declarado su apoyo al boicot europeo.
La respuesta es transversal: no se trata solo de aranceles, sino de soberanía, dignidad y modelo económico. Trump quiere que el mundo siga financiando su industria a cambio de castigo. Pero la gente ha empezado a decir que no. Porque cada vez más consumidores entienden que su dinero financia guerras, explotación y chantaje económico.
El boicot no es solo una herramienta de presión, es un acto político colectivo. Ya lo fue frente al apartheid sudafricano, lo es hoy contra las empresas cómplices del genocidio en Gaza, y lo está siendo ahora frente a la ofensiva comercial de Estados Unidos. Dejar de comprar Coca-Cola es un gesto tan válido como votar. No se trata de patriotismo económico, sino de justicia global frente a una potencia que quiere imponer su ley por la fuerza del dólar.
Trump ha dejado claro que no respeta alianzas, tratados ni equilibrios. Su lógica es la del matón que cobra por no pegarte. Europa tiene dos opciones: agachar la cabeza o responder. Y por primera vez en mucho tiempo, parece que la respuesta viene desde abajo, desde los mercados, los hogares, los móviles y las redes sociales.
No puedes imponer sanciones al mundo entero y esperar que nadie se levante. No puedes llenar el planeta de McDonald’s y pensar que no habrá indigestión.
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