El primer ministro israelí ignora el sí de Hamás a un alto el fuego y acelera la maquinaria militar para expulsar a un millón de personas ya condenadas al hambre y al desarraigo.
NETANYAHU CONVIERTE EL “ALTO EL FUEGO” EN UNA MUECA DE CINISMO
El 19 de agosto de 2025, mientras los mediadores de Egipto y Qatar anunciaban que Hamás aceptaba una nueva propuesta de alto el fuego, Benjamín Netanyahu respondía con silencio, tan calculado como letal. Su prioridad no era la liberación de rehenes ni la apertura de un horizonte de paz, sino la ocupación total de Ciudad de Gaza.
La operación, ya en marcha, busca “mover a los civiles” hacia el sur. En lenguaje claro: expulsar a cientos de miles de gazatíes de la última gran urbe que queda en pie en la Franja. El propio ejército lo ha reconocido al anunciar la entrada de “materiales de refugio” —tiendas de campaña, mantas, colchones— como quien prepara un éxodo forzoso bajo fuego aéreo. Naciones Unidas lo califica sin rodeos: un traslado forzoso que agrava la catástrofe humanitaria.
Más de 62.000 personas han sido asesinadas desde el 7 de octubre de 2023. Los campamentos improvisados del sur están desbordados. 1,35 millones necesitan alojamiento urgente, 1,4 millones carecen de utensilios básicos para sobrevivir y 800.000 han sido desplazados varias veces en menos de un año. A esta ecuación del horror se suma un dato demoledor: 260 muertes por desnutrición, 112 de ellas niñas y niños. No son estadísticas: son vidas borradas por el hambre utilizado como arma.
Mientras tanto, el presidente Donald Trump —hoy principal valedor del Gobierno israelí— repite la consigna de “acabar con Hamás antes de poner fin a la guerra”, una meta que analistas militares tachan de inalcanzable. Netanyahu y Trump, juntos en la negación de lo evidente, optan por prolongar una carnicería con tal de salvar su propio poder político.
UNA SOCIEDAD ISRAELÍ DIVIDIDA ENTRE EL GENOCIDIO Y LA RESISTENCIA INTERNA
El 16 de agosto, más de dos millones de personas salieron a las calles de Israel para exigir un acuerdo. Madres, padres, hijas e hijos de rehenes gritaron frente a la base militar de Kirya en Tel Aviv que no permitirán que Netanyahu sabotee otra oportunidad de traerlos de vuelta. “Todo el pueblo de Israel no le permitirá perder la última oportunidad de traer a mi Matan”, declaró Einav Zangauker, madre de uno de los cautivos.
La fractura social es evidente: una ciudadanía que clama por el alto el fuego frente a una élite gobernante decidida a convertir Gaza en un cementerio. Incluso altos mandos militares, como el jefe del Estado Mayor Eyal Zamir, han mostrado reservas sobre el plan de ocupar toda la Franja por el riesgo para sus propias tropas y para los rehenes. Pero Netanyahu sigue adelante, sostenido por la extrema derecha de su coalición, que exige la reinstauración de asentamientos judíos en Gaza, desmantelados en 2005.
Lo que está en juego no es solo el futuro de los gazatíes, sino la propia capacidad de Israel de sostener una democracia interna mientras practica un genocidio al otro lado del muro. El discurso oficial insiste en que los ataques “crean las condiciones” para liberar a los rehenes, cuando la evidencia apunta en la dirección contraria: cada bombardeo los pone en mayor peligro.
La comunidad internacional, atrapada entre la tibieza diplomática y la complicidad, mira hacia otro lado. Catar ha recordado que la propuesta aceptada por Hamás es “casi idéntica” a las condiciones que Israel ya había aceptado en rondas anteriores. La ONU alerta de que el plan israelí “tendrá un terrible impacto humanitario” y podría equivaler a una limpieza étnica en toda regla. Más de 200 ONG exigen la entrada de ayuda masiva. Pero Netanyahu solo escucha a sus socios de gabinete y a un Trump obsesionado con posar como negociador providencial.
El mundo asiste a la demolición programada de Ciudad de Gaza como si fuese un trámite burocrático. La violencia se envuelve en comunicados militares, mientras cientos de miles de familias cargan con lo poco que les queda, expulsadas otra vez hacia el sur, hacia un desierto de tiendas de campaña sin agua, sin pan y sin futuro.
Necesitamos que el mundo no vea a Gaza solo como un número, sino como un pueblo al que se le arranca la vida día tras día.
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