No podemos, no puedo, permanecer en silencio ante la situación que se vive en Gaza. Desde las antiguas civilizaciones que florecieron en la región hasta las modernas luchas por la autodeterminación, Gaza ha sido testigo de innumerables conflictos y desplazamientos. Hoy, no puedo sino evocar las palabras de Edward Said, el erudito palestino, quien describió la experiencia palestina como «la interminable lucha por la tierra y la identidad».
Una nación que surgió de las cenizas del Holocausto como la de Israel y que lleva consigo el peso de milenios de persecución, parece haber olvidado las lecciones de su propio pasado. Su actuación en Gaza, lejos de reflejar los ideales democráticos que proclama, se asemeja más a las acciones de regímenes autoritarios. Si bien algunos podrían argumentar que Israel es una democracia liberal, la realidad en Gaza sugiere una narrativa diferente.
Israel está cometiendo actos que, según la Convención de Ginebra, pueden ser catalogados como crímenes de guerra. Lo contamos en este artículo. Estamos siendo testigos de una limpieza étnica en Gaza, con traslados forzosos de su población. En solo una semana, más de setecientos niños han perdido la vida, seis periodistas han sido asesinados, y trece trabajadores de la ONU han caído en el conflicto. Además, la Franja de Gaza ha quedado sin suministro básico, dejando a su población civil en una situación de vulnerabilidad extrema.
¿Podremos, como sociedad global, mirarnos al espejo de la historia y justificar nuestro silencio ante un genocidio en pleno siglo XXI?
Este castigo colectivo contra la población de Gaza es inadmisible. No podemos justificar la acción de un grupo, como Hamas, como razón para atacar a una población civil, donde más de un millón son niños. El silencio ante estos actos nos hace cómplices, a nosotras y nosotros y a la clase política que ha aprendido a mostrarse equidistante ante la barbarie.
Las acciones de Israel en la región pueden ser catalogadas, según la Convención de Ginebra, como crímenes de guerra. La historia nos ha mostrado, desde las Cruzadas hasta la Nakba de 1948, que la limpieza étnica y los traslados forzosos solo conducen a más sufrimiento. En una semana, la vida de más de setecientos niños ha sido truncada, periodistas y trabajadores de la ONU han sido asesinados, y la infraestructura básica de Gaza ha sido devastada.
La comunidad internacional, que ha condenado con firmeza acciones similares en otros contextos históricos, como la invasión de Rusia en Ucrania, parece titubear cuando se trata de Israel. ¿Acaso la memoria colectiva ha olvidado las lecciones de la historia?
El régimen actual de Israel, bajo el liderazgo de Netanyahu y con el apoyo de sectores ultraortodoxos, evoca sombrías reminiscencias de regímenes pasados que justificaron sus acciones en nombre de la seguridad y la autodeterminación. La pregunta que surge es: ¿Cómo puede la comunidad internacional permanecer en silencio? ¿Podremos, como sociedad global, mirarnos al espejo de la historia y justificar nuestro silencio ante un genocidio en pleno siglo XXI?
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