¿Es casualidad que las y los jóvenes, aquellos que más sufren la precariedad laboral y la dificultad de acceso a la vivienda, se inclinen cada vez más hacia opciones políticas de derechas?
Javier F. Ferrero
La juventud ha dejado de ser el motor del cambio social para convertirse en la víctima silenciosa de un sistema que les ha robado el futuro. La precariedad laboral y la falta de acceso a la vivienda no solo son síntomas de una crisis económica, sino de un profundo fracaso de la izquierda para ofrecer una alternativa viable.
EL TRIUNFO DEL NEOLIBERALISMO SOBRE LAS NUEVAS GENERACIONES
¿Hasta qué punto la precariedad es el resultado de un sistema económico que ha renunciado a cualquier noción de justicia social? Esta pregunta debería estar en el centro de cualquier análisis político serio sobre la crisis de la izquierda, pero rara vez se formula. Y menos aún se aborda con la profundidad que requiere. Porque la precariedad juvenil no es una circunstancia desafortunada, es la manifestación más evidente del éxito del proyecto neoliberal: un sistema que busca despolitizar a las y los jóvenes a través de la inseguridad y la incertidumbre constante.
La juventud de hoy, especialmente las y los nacidos a partir de los años 90, han sido educados en la inestabilidad. Contratos temporales, salarios que apenas alcanzan para cubrir lo básico y una vida marcada por la incertidumbre son la norma. El neoliberalismo ha colonizado sus mentes, haciéndoles creer que la precariedad es inevitable, que su situación es consecuencia de un “mercado” impersonal y no de decisiones políticas concretas.
Pero esta precariedad, que afecta tanto a la vida laboral como a la emocional, no es una consecuencia natural del progreso económico. Es una herramienta diseñada para mantener a una generación entera fuera del juego político. La inseguridad laboral se traduce en inseguridad vital. Sin estabilidad, sin un salario digno, sin la posibilidad de acceder a una vivienda, las y los jóvenes no tienen tiempo ni energía para organizarse, para luchar por sus derechos o para cuestionar un sistema que les ha fallado.
Y aquí es donde la izquierda ha fracasado. En lugar de ofrecer una visión radicalmente distinta del futuro, ha optado por jugar dentro del marco neoliberal. Ha aceptado la precariedad como un mal menor, una realidad que no puede ser cambiada, solo gestionada. El discurso de “adaptarse” al mercado laboral ha sustituido a la lucha por cambiarlo. Y la juventud ha respondido votando con los pies, alejándose de una izquierda que ya no representa sus intereses ni sus esperanzas.
EL DESENCANTO POLÍTICO COMO CONSECUENCIA DEL VACIAMIENTO IDEOLÓGICO
Este desencanto juvenil con la política no es simplemente el resultado de una campaña eficaz de la derecha. Es, sobre todo, el reflejo de una izquierda que ha perdido su capacidad de articular un proyecto de futuro. La generación Z, y en gran medida también los millennials, no ven en la izquierda una opción real de cambio. Ven un discurso agotado, una promesa incumplida.
Los partidos de izquierda han dejado de hablar de revolución, de transformación radical, y han adoptado el lenguaje del consenso y la gestión. Esto puede funcionar en épocas de bonanza económica, cuando las necesidades básicas están cubiertas. Pero en un contexto de precariedad extrema, este discurso suena vacío. Prometer pequeños avances cuando lo que se necesita es un cambio sistémico es, en el mejor de los casos, insuficiente.
El análisis de las encuestas recientes es revelador. Según el último estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas, las y los jóvenes de entre 18 y 24 años se sitúan más a la derecha en el eje ideológico que cualquier otra generación. Este dato, aunque sorprendente a primera vista, refleja una tendencia más profunda: la juventud se ha alejado del ideal de la izquierda porque ya no lo perciben como una opción transformadora.
La derecha, especialmente en su versión más autoritaria y populista, ha sabido aprovechar este vacío. Vox, con su discurso simplista y maniqueo, ofrece certezas en un mundo incierto. El auge de la ultraderecha entre las y los jóvenes no es un signo de adhesión al neoliberalismo, sino de rechazo al vacío político e ideológico que ha dejado la izquierda. Mientras que los partidos progresistas siguen aferrados a un discurso moderado y gestionador, la derecha se presenta como la única fuerza que desafía el status quo, aunque sea desde el odio y la exclusión.
EL FUTURO DE LA IZQUIERDA PASA POR REINVENTARSE O DESAPARECER
El gran reto de la izquierda no es solo electoral, es existencial. Si no logra articular un nuevo relato que conecte con la realidad de la precariedad juvenil, su desaparición será inevitable. El problema no es solo de comunicación o de liderazgo, sino de proyecto político. La izquierda necesita volver a sus raíces, a su capacidad de imaginar un mundo distinto, uno en el que la precariedad no sea la norma, sino una aberración que debe ser erradicada.
Esto no significa que deba volver a las viejas fórmulas. La realidad del siglo XXI exige nuevas respuestas, pero esas respuestas deben ser radicales en su propuesta y en su implementación. La vivienda no puede seguir siendo un bien especulativo, debe ser un derecho garantizado. El empleo no puede seguir siendo un privilegio, debe ser una garantía básica de dignidad. La izquierda debe dejar de gestionar la crisis y empezar a imaginar un futuro diferente.
Y esto solo será posible si se enfrenta al sistema que ha creado la precariedad, en lugar de tratar de adaptarse a él. El neoliberalismo ha ganado la batalla cultural y política, pero no porque sea invencible, sino porque la izquierda ha renunciado a combatirlo de frente.
La precariedad juvenil no es un accidente, es el corazón del sistema económico actual. Si la izquierda no lo entiende, no solo perderá el voto joven, perderá su razón de ser.
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