Por Iván Igea Durán – Muévete a tu bola Podcast
“Quien muere por la libertad universal, tiene siempre razón ante la historia”. Estas palabras las dijo Emmanuelle Macron el pasado 21 de febrero de 2024, en el homenaje por el 80º aniversario del fusilamiento del comunista armenio Missak Manouchian a manos de las tropas invasoras del ejército nazi. Entre los 23 fusilados homenajeados que lideraba Manouchian, figuraba el nombre de un español, Celestino Alfonso, un comunista que luchó contra Franco y que posteriormente se enroló en las Brigadas Internacionales para liberar a Europa del Fascismo.
Es por esa lucha por la libertad y la democracia, que el nombre de Celestino está escrito hoy en el Panteón francés, junto al de personajes históricos para Francia como Voltaire, Rosseau, Victor Hugo o el matrimonio Curie. Para la celebración de este evento con honores de Estado, todos los partidos políticos y los familiares de los homenajeados pidieron a Marine Le Pen que no acudiera al acto, ya que el partido al que representa colaboró con el ejército nazi durante la invasión de Francia. El propio Jefe del Estado dijo que su presencia no era bienvenida, pero la líder ultraderechista hizo caso omiso, ya que esta es plenamente consciente de que la única manera de hacerse pasar por un partido democrático y que respeta los Derechos Humanos, pasa por posicionarse, claramente y sin medias tintas, contra el fascismo y por lo tanto homenajear a los que dejaron su vida en esa lucha; aunque se trate de comunistas como Celestino Alfonso.
Ya, ya sé lo que estáis pensando todas y todos ahora mismo… ¿Os imagináis que ocurriera lo mismo en España?… No. Aquí, hoy por hoy, sería imposible. Es más, aquí Manuela Carmena colocó una placa en homenaje a los republicanos ejecutados en el cementerio de la Almudena y la primera medida de Jose Luis Martínez Almeida como alcalde de la ciudad de Madrid fue retirarla a martillazos. En política los gestos tienen mucha importancia y éste fue, sin duda, un mensaje de Almeida acerca de su respeto hacia la memoria histórica. Del mismo modo que Rajoy presumía en una entrevista de que su asignación presupuestaria a la Ley de Memoria Histórica de 2004 había sido exactamente de “cero euros” durante los años de su gobierno.
Es importante resaltar que, lejos de disputas internas entre la derecha y la izquierda o del relato de “no hay que reabrir viejas heridas” que se asumió en España durante la transición, es el Comité contra la Desaparición Forzada de Naciones Unidas el que lleva instando a España desde hace años (las últimas veces en 2014 y 2021) a alcanzar el pleno cumplimiento de los derechos y obligaciones previstos en la Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas. Es decir, la Memoria Histórica no es una cuestión partidista. Es una cuestión de derechos humanos.
¿Por qué en Francia se tiene tan claro que esto no va de ideologías y que hay que abrazar los derechos humanos como condición sine qua non para la participación democrática y en España son, incluso, los partidos progresistas los que aceptan mirar para otro lado en la lucha por la verdad, justicia y reparación de las víctimas del franquismo?
Si nos remontamos al pasado, cuando el 2 de mayo de 1808 expulsamos a los franceses y se restauró la monarquía al grito de “¡Viva las cadenas!”, lo que se impuso en la idiosincrasia del pueblo español fue el rechazo al pensamiento ilustrado y la aceptación de la existencia de seres superiores de cuna. De aquellos polvos, estos lodos.
Si a esto le sumamos el pacto de silencio durante la transición, partiendo de la Ley de Amnistía de 1977 (mencionada por Naciones Unidas como un obstáculo para la actuación judicial contra los responsables de los crímenes del franquismo) tenemos la tormenta perfecta del sistema para justificar la impunidad de los crímenes del franquismo.
Fernando Berlín contó hace un tiempo en La Cafetera que, en cierta ocasión, entrevistó a Felipe González y este le contó que cambió su punto de vista respecto al “no” a la entrada de España en la OTAN, cuando descubrió que los cañones del cuartel de El Goloso no apuntaban hacia ningún enemigo exterior, sino hacia La Moncloa. Ese miedo que se instauró en la mente de los ciudadanos durante la Transición (más aún después del 23-F), ha sido la excusa durante años para justificar el “de eso no se habla”, “ese tema no lo toques”, “la mierda cuanto más la remueves peor huele”… Miedo y más miedo. El libro “La Doctrina del Shock” de Naomi Klein explica que, después de un gran trauma colectivo, estaremos dispuestos a renunciar a nuestras libertades con tal de que cese ese shock.
Así, varias generaciones han tenido que renunciar a los derechos humanos más básicos, a la verdad, la justicia y la reparación, con tal de no sacudir el avispero de los poderes políticos, militares, judiciales, empresariales y mediáticos. Miedo, porque todos sabíamos, y así nos lo habían transmitido los silencios de nuestros mayores, que la Transición había sido un artefacto político para cambiar lo justo y necesario con el objetivo de que nada cambiara. Había quedado todo atado y bien atado. Y, si alguien tenía intención de ir más allá, sería reprimido a base de más miedo.
Ahora se sabe que el sentimiento contrario al amor no es el odio, sino el miedo. Por lo tanto, luchar por la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas de cualquier tipo de violencia tiene que ser un acto de amor. Algo que corresponde hacer a nuestra generación para honrar la lucha por la democracia de quienes están enterrados aún en fosas comunes y también de nuestros antepasados y nuestros padres, que fueron víctimas de la violencia de la dictadura o, simplemente, víctimas del miedo.
En el podcast Muévete a tu Bola he podido abrir los ojos ante esta realidad gracias a haber entrevistado a Luda Merino, una joven de veintiún años que restaura fotos de víctimas del fascismo con el objetivo de honrar su memoria. Gracias también a Willy Veleta, siempre con su cámara a pie de fosa, entrevistando a familiares de víctimas como Maruja, una mujer de 94 años que, en 1938, vio cómo se llevaban a su padre de casa y que imploraba a los trabajadores de la ARMH que trabajaban en la exhumación “aunque sea un huesín de mi padre” y les daba las gracias por su trabajo. Sin duda, he tomado conciencia de la importancia de mantener viva la memoria, gracias a entrevistar a Carlos Hernández, periodista que ha documentado la existencia de más de 300 campos de concentración del franquismo y de los 7.251 españoles que fueron enviados a Mauthausen y otros campos de concentración nazis, con el beneplácito de Franco. También gracias al trabajo en favor de la memoria histórica llevado a cabo por Olga Rodríguez, que nos contó en su primera entrevista en el podcast que, durante la inauguración de una placa conmemorativa en el cementerio de Villadangos del Páramo, donde había sido fusilado, entre otras personas, un abuelo suyo, su hija de 12 años escribió en el libro de visitas “Querido abuelo, sé quién eres”. Y por supuesto, gracias a Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que desde su lucha personal primero y desde su trabajo para conseguir en España una legislación que responda a los requerimientos de los organismos internacionales en materia de memoria histórica, ha conseguido dar pasos pequeños pero firmes para hacer de nuestro país un lugar más digno; además de hacer una labor impagable como divulgador.
En cualquier terapia, la exploración de nuestro pasado es una herramienta útil para cerrar heridas. El argumento de no revisar el pasado para no reabrir heridas ya no puede ser una excusa que apele a nuestra generación. Revisar el pasado para que las victimas obtengan verdad, justicia y reparación es un acto de amor que nos hará más humanos, más libres y nos ayudará, como sociedad, a recuperar los doscientos años perdidos en la concepción de los valores de la Ilustración que alumbran a los principales países europeos.
Como dijo Walt Whitman:
“¿Qué de bueno hay en medio de estas cosas, oh mi yo, oh vida?
Respuesta: Que estas aquí, que existe la vida y la identidad,
Que prosigue el poderoso drama
Y que puedes contribuir con un verso”
En la película “El Club de los Poetas Muertos”, el Profesor Keating, tras recitar estos versos a sus alumnos, dirigió la mirada hacía el alumno más tímido de todos y le preguntó con rostro amable “¿Cuál será su verso?”
Quizás nuestro verso en el poderoso drama de la memoria histórica pueda ser, siguiendo el ejemplo de la niña de 12 años que escribía a su bisabuelo con su inocente sabiduría, decir a las decenas de miles de seres humanos que fueron asesinados por defender los valores de la democracia en este país: “os recordamos, sabemos quiénes sois”.
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