Las palabras tienen consecuencias, y los discursos de odio, cuando se normalizan, pueden llevar a actos de violencia.
La derecha española, liderada por el Partido Popular, está utilizando la xenofobia como una herramienta electoral para intentar ganar terreno frente a sus competidores. Ante la presión de Vox y la irrupción de figuras ultraconservadoras como Alvise Pérez, la estrategia se ha centrado en vincular a las personas migrantes con la criminalidad, exacerbando así un discurso de odio que pone en peligro la cohesión social del país. Este uso descarado del miedo y la desinformación no solo es irresponsable, sino que tiene consecuencias devastadoras para las comunidades afectadas.
El reciente asesinato de un niño en Mocejón, Toledo, es el ejemplo más reciente de esta dinámica. La tragedia fue aprovechada por sectores de la derecha para difundir bulos que culpaban a migrantes del crimen, a pesar de que el único detenido es un joven español sin ninguna relación con personas extranjeras. La Fiscalía ya investiga si estos mensajes constituyen delitos de odio, pero el daño está hecho: una vez más, se ha criminalizado a un grupo vulnerable por el simple hecho de ser diferente.
LA XENOFOBIA COMO HERRAMIENTA POLÍTICA
El discurso xenófobo no es nuevo en la derecha española, pero en los últimos tiempos ha alcanzado un nuevo nivel de virulencia. Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, ha sido uno de los principales promotores de esta narrativa. Durante la campaña de las elecciones catalanas de mayo pasado, Feijóo no dudó en manipular los datos para alimentar el miedo hacia la inmigración, sugiriendo que los migrantes ocupan ilegalmente viviendas y causan inseguridad. Este tipo de declaraciones, que buscan ganar votos a costa de estigmatizar a un colectivo, son un ejemplo claro de cómo la política de la derecha ha perdido cualquier atisbo de ética.
El alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, es otro ejemplo de esta estrategia. Utilizando sus redes sociales, García Albiol ha señalado a personas por su supuesta procedencia, asumiendo de antemano que su comportamiento sería delictivo. Esta criminalización preventiva es peligrosa y recuerda a épocas oscuras de nuestra historia, donde el miedo al otro justificaba cualquier abuso.
Estoy en un ferry de Balearia desde Ibiza a Barcelona. Han embarcado a unos diez hombres marroquíes – todos con una bolsa de una entidad social- de entre 25 y 40 años, todos con teléfono, casi todos con gafas de sol, aspecto saludable, alguno incluso con un cuerpo de gym y…
— Xavier García Albiol (@Albiol_XG) August 19, 2024
Este endurecimiento del discurso antiinmigración, como señalan los politólogos, no es una novedad, pero sí ha ganado fuerza debido a la competencia con Vox y figuras como Alvise Pérez. La irrupción de estos actores ha empujado (más bien se ha dejado empujar) al PP a adoptar posiciones cada vez más extremas, en un intento desesperado por no perder el favor de un electorado cada vez más radicalizado. Sin embargo, la historia y la evidencia empírica indican que esta estrategia es perdedora: cuando la derecha tradicional intenta arrebatar el discurso xenófobo a la extrema derecha, termina siendo percibida como menos auténtica, y por lo tanto, menos creíble.
LAS CONSECUENCIAS DE JUGAR CON EL ODIO
Más allá del terreno electoral, las consecuencias de esta retórica son alarmantes. La repetición constante de mensajes que vinculan a la inmigración con la criminalidad no solo deshumaniza a las personas migrantes, sino que también siembra la semilla de la violencia. El caso de Mocejón es solo un ejemplo más de cómo cualquier suceso puede ser utilizado por la derecha para azuzar el miedo y la desconfianza hacia las personas extranjeras.
El problema se agrava cuando estas tácticas coinciden con momentos de gran sensibilidad social, como la negociación de la reforma de la ley de extranjería. En este contexto, el PP se encuentra en una encrucijada: mientras que sus gobiernos autonómicos, como los de Canarias y Ceuta, apoyan la reforma, la dirección nacional del partido se opone, cayendo en una evidente contradicción. Esta falta de coherencia no solo refleja una crisis interna, sino que pone en peligro las políticas migratorias del país, que requieren de una gestión seria y responsable, no de una utilización electoralista.
El riesgo de que esta retórica agresiva se traduzca en violencia real es muy real. Los disturbios recientes en el Reino Unido, donde la extrema derecha ha utilizado un discurso similar para movilizar a sectores descontentos, son un claro ejemplo de lo que podría suceder en España si no se actúa a tiempo. Aunque España, por ahora, parece estar a salvo de una explosión de violencia a gran escala, no debemos confiarnos. Las palabras tienen consecuencias, y los discursos de odio, cuando se normalizan, pueden llevar a actos de violencia. Gran Bretaña está en la retina.
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