La presión interna y las revelaciones periodísticas obligan a la multinacional a frenar su colaboración en la vigilancia de millones de palestinos
LA NUBE COMO ARMA DE GUERRA
Durante tres años, Israel convirtió la infraestructura de Microsoft en una pieza esencial de su maquinaria de espionaje. La Unidad 8200, equivalente israelí a la NSA, almacenó y procesó en los servidores de Azure hasta 8.000 terabytes de llamadas telefónicas de la población palestina, bajo un lema tan revelador como brutal: “Un millón de llamadas por hora”.
El proyecto, iniciado tras una reunión en 2021 entre Satya Nadella y Yossi Sariel —entonces comandante de la unidad de inteligencia—, no se limitaba al control en Cisjordania, donde viven 3 millones de palestinos bajo ocupación militar. También se usó en Gaza, en plena ofensiva que ha dejado más de 65.000 muertos, en su mayoría civiles, y ha sumido a la Franja en hambruna y ruinas.
Con el poder de cómputo de Azure y técnicas de inteligencia artificial, Israel transformó la nube en un laboratorio de exterminio digital. Las llamadas interceptadas servían para rastrear vidas, perfilar comunidades y afinar bombardeos. Lo que Microsoft vendía como innovación y eficiencia se convertía, en manos del ejército, en un engranaje más de un genocidio documentado por la ONU.
EL GIRO DE MICROSOFT Y EL PESO DE LA PROTESTA
La historia salió a la luz gracias a una investigación conjunta de The Guardian, +972 Magazine y Local Call. El impacto fue inmediato: protestas en la sede de Redmond y en centros europeos, presión de inversores y un movimiento obrero que alzó la voz bajo un lema claro: “No Azure for Apartheid”.
Ante la evidencia, Microsoft abrió una auditoría interna dirigida por el bufete Covington & Burling. El resultado fue demoledor: se constató que la Unidad 8200 había violado las condiciones de uso al almacenar datos masivos de civiles. La empresa anunció la suspensión de servicios clave de nube y de IA al Ministerio de Defensa israelí.
Brad Smith, vicepresidente y presidente de la compañía, comunicó la decisión a la plantilla el 25 de septiembre. En su correo dejó escrita la frase que quedará como testimonio del escándalo: “No proveemos tecnología para facilitar la vigilancia masiva de civiles”.
El corte no afecta a todos los contratos con el ejército israelí, cliente histórico de Microsoft. Pero supone un precedente insólito: por primera vez una tecnológica estadounidense retira servicios a las Fuerzas Armadas de Israel en pleno asedio a Gaza.
La medida llega tarde, tras tres años de complicidad activa. Y aunque Microsoft niegue haber tenido conocimiento directo del uso militar de sus servidores, resulta evidente que la empresa se benefició de un cliente tan lucrativo como letal. La nube fue cómplice antes de ser censora.
El desenlace deja una pregunta incómoda en el aire: ¿cuántas guerras actuales y futuras dependen de los algoritmos y servidores de Silicon Valley?
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