Intercepciones en aguas internacionales, asaltos a barcos humanitarios, hambre como estrategia: el apartheid israelí en Gaza no necesita camuflaje.
EL DERECHO INTERNACIONAL ES PAPEL MOJADO EN EL BLOQUEO DE GAZA
Lo que Israel practica sistemáticamente en el mar frente a Gaza no es defensa, ni siquiera seguridad. Es guerra contra la vida. El bloqueo naval israelí sobre la Franja es una operación de asfixia política y humanitaria que viola las normas más básicas del derecho internacional. Pero como tantas veces ocurre en este siglo XXI de cinismo diplomático, esa violación se tolera. Y por lo tanto se repite.
Primero, conviene recordar el marco legal que Israel pisotea. Según el derecho internacional consuetudinario, recogido en la Convención de San Remo sobre Derecho Internacional Aplicable a los Conflictos Armados en el Mar (1994), un bloqueo naval sólo puede establecerse de acuerdo con normas muy estrictas:
- Debe ser notificado y declarado formalmente.
- No puede impedir el acceso a bienes esenciales para la población civil.
- No puede tener como objetivo deliberado la inanición de civiles.
- No puede aplicarse en aguas internacionales fuera de la zona declarada.
- Los barcos humanitarios con ayuda vital deben ser permitidos si su misión es genuina.
Todo esto Israel lo incumple de forma sistemática. El bloqueo a Gaza no solo no ha sido validado por ningún organismo internacional, sino que sus efectos —hambre, sed, falta de medicinas, colapso sanitario— constituyen en sí mismos crímenes de guerra, como ya han advertido organismos como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Por si fuera poco, este 9 de junio de 2025, soldados israelíes volvieron a interceptar un barco humanitario —el Madleen, de la Flotilla de la Libertad— en aguas internacionales, es decir, fuera de cualquier jurisdicción israelí. Lo hicieron sin autorización legal alguna. Como en 2010. Como siempre.
DEL MAVI MARMARA A HOY: UNA ESTRATEGIA REPETIDA, UN SILENCIO CÓMPLICE
El asalto de esta semana es solo el último capítulo de una historia de impunidad. En 2010, la Flotilla de la Libertad ya fue brutalmente atacada en el caso tristemente célebre del Mavi Marmara. Nueve activistas fueron asesinados a bordo por comandos israelíes en aguas internacionales. Los informes de la ONU concluyeron entonces que el uso de fuerza letal fue “excesivo e injustificado”. Y que el propio bloqueo era contrario al derecho internacional.
¿Sirvió de algo? No. Ni un solo alto mando israelí fue juzgado. Al contrario: tras las protestas iniciales, la “comunidad internacional” acabó aceptando el statu quo. Y cuando la injusticia no se castiga, se normaliza. Desde entonces, el patrón se repite:
- Se organiza una flotilla humanitaria.
- Israel la intercepta ilegalmente en aguas internacionales.
- Se detiene y deporta a los activistas, se decomisa la carga, se criminaliza la misión.
- Los gobiernos europeos miran para otro lado. La narrativa oficial convierte el asedio en “medida de seguridad”.
Hoy se repite el guion. Activistas como Greta Thunberg han sido detenidas en el Madleen. Israel presume de “operación exitosa” mientras 2,2 millones de personas sobreviven en Gaza sin apenas acceso a agua potable, con hospitales desbordados y con la mitad de la población infantil desnutrida, según datos de UNICEF.
El bloqueo naval no es un episodio aislado. Es parte de una arquitectura genocida. Se impide la entrada de ayuda, se destruyen cultivos, se bombardean infraestructuras hidráulicas, se restringe el combustible, se corta la electricidad. No es un efecto colateral. Es una estrategia deliberada: cortar el acceso a bienes esenciales y degradar progresivamente las condiciones de vida de toda la población.
Esto es lo que define la utilización del hambre como método de guerra, tipificado como crimen de guerra por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional. Y pese a ello, las potencias occidentales siguen suministrando armas a Israel y reforzando su impunidad. Porque, como bien saben en Washington, en Bruselas y en Berlín, el derecho internacional es papel mojado cuando el aliado es Israel.
Mientras tanto, en el Mediterráneo, barcos solidarios vuelven a ser asaltados en alta mar. El mensaje es claro: no quieren testigos, no quieren ayuda, no quieren que Gaza respire. Por eso convierten el mar en una frontera letal. Por eso criminalizan a quienes llevan arroz, no rifles. Por eso persiguen a quienes se atreven a romper el muro del hambre.
No es defensa. Es una guerra sucia. Y es nuestra obligación seguir nombrándola como tal.
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