El Departamento de Justicia de Trump dinamita el derecho a un proceso justo
LA JUSTICIA COMO ESCENARIO POLÍTICO
Un tribunal federal en Nueva York ha encendido todas las alarmas: el caso de Luigi Mangione, acusado del asesinato del CEO de UnitedHealthcare, Brian Thompson, ya no se dirime en la sala, sino en los platós y redes sociales de la administración Trump. La jueza Margaret M. Garnett lo dejó escrito en su orden del 24 de septiembre: funcionarios del Departamento de Justicia han violado la norma que prohíbe pronunciarse sobre la culpabilidad de un acusado, y lo han hecho de manera reiterada.
Las y los juristas conocen la regla: ningún miembro del gobierno puede opinar públicamente sobre un proceso en marcha si pone en riesgo la imparcialidad del juicio. No es un capricho, es la base misma de un Estado de derecho. Sin embargo, en el trumpismo, la justicia se convierte en un instrumento propagandístico. Lo vimos cuando el propio presidente afirmó en un mitin que Mangione “disparó por la espalda, instantáneamente muerto”, y lo remató como si fuera un narrador omnisciente de la historia. El daño no lo borró ni la eliminación posterior del vídeo.
El caso no es menor. El gobierno pide la pena de muerte. La maquinaria estatal señala al acusado como “asesino de izquierdas” o “revolucionario comunista” antes incluso de que comience el juicio. La balanza no está inclinada: está rota.
DELITO POLÍTICO Y NARRATIVA DE ODIO
El ataque no va solo contra Mangione, sino contra todo un sector social al que Trump quiere retratar como enemigo interno. En una rueda de prensa, la portavoz de la Casa Blanca no dudó en presentarlo como un “asesino de izquierdas”, y Stephen Miller fue aún más lejos en Fox News: “por supuesto que fue un comunista antifascista celebrando el asesinato”. Los abogados del acusado subrayaron lo obvio: esas afirmaciones son falsas, y el gobierno lo sabe.
Aquí la cuestión central no es si Mangione es culpable o inocente. Eso le corresponde a un jurado imparcial, si es que todavía existe algo así bajo este régimen. Lo relevante es cómo el aparato estatal usa un proceso judicial para reforzar un relato de guerra interna. Se trata de convertir a un acusado en símbolo de la amenaza comunista, de la izquierda como violencia, de un país fracturado en dos bandos.
La muerte de Charlie Kirk, comentarista ultra, ha sido utilizada también para cargar contra Mangione, pese a que no existe ninguna relación entre ambos hechos. El objetivo no es la verdad, sino la propaganda. Los enemigos de Trump tienen que aparecer siempre como extremistas peligrosos.
En este marco, la figura del CEO asesinado se convierte en mártir del capital. Thompson, director de una de las mayores aseguradoras privadas, símbolo de un sistema sanitario que expulsa a millones, es elevado a víctima ejemplar. El mensaje es claro: quien se opone a las élites económicas será pintado como un terrorista.
EL TEATRO JUDICIAL Y LA HORCA ESPERANDO
El juez Garnett advirtió que futuras violaciones de la norma pueden acarrear sanciones específicas contra la acusación. Traducido: si el gobierno insiste en dinamitar el proceso, el caso puede tambalearse. Pero ¿de qué sirve un aviso si el poder político se burla de la independencia judicial cada día en directo?
El juicio contra Mangione se parece más a un reality televisivo que a un proceso garantista. El presidente dicta sentencia en los medios, sus funcionarios aplauden en redes, y el acusado se sienta frente a un jurado contaminado por ese ruido ensordecedor. Lo que se juega no es solo la vida de un hombre, sino la credibilidad de todo el sistema.
La pena de muerte planea sobre este circo. No como castigo legal fruto de un proceso limpio, sino como escenografía del poder. Un verdugo político que necesita sangre para alimentar el relato de orden frente al caos.
Mangione se ha declarado inocente. Puede que lo sea o puede que no. Lo que está claro es que la justicia de Trump no busca la verdad, busca espectáculo y venganza. Y en ese escenario, el veredicto está escrito antes de que suene el primer alegato.
En Estados Unidos, un país que presume de democracia, la horca se convierte en trending topic y la justicia en propaganda barata.
El juicio imposible de Luigi Mangione
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