En tiempos de crisis, la solidaridad y la denuncia unida pueden derribar incluso las torres más altas del poder.
En los oscuros corredores del poder deportivo, las figuras prominentes suelen ser el centro de todas las miradas, no solo por sus logros, sino también por sus controversias. Y cuando el escándalo toca la puerta, no hay fortaleza o barrera que lo contenga. Tal ha sido el caso de Luis Rubiales, quien, como una ficha de dominó, ha visto desmoronar todo su reinado en la Real Federación Española de Fútbol (RFEF).
La mecha de esta explosión, que ahora consume al fútbol español, fue el acto inesperado de Rubiales: el beso no consentido, y por tanto considerado agresión según las leyes españolas, a Jennifer Hermoso durante la celebración del mundial. «Piden la dimisión de Rubiales» rezaban los titulares, resumiendo la indignación colectiva que invadía el ambiente deportivo y mediático.
LA ESTREPITOSA CAÍDA DEL APOYO
Las y los aficionados al fútbol, al igual que las y los directivos de clubes y federaciones, no tardaron en mostrar su repudio hacia el polémico beso. Las federaciones territoriales y varios clubes comenzaron a retirar su apoyo, marcando así el comienzo del ocaso de Rubiales. Su aislamiento crecía proporcionalmente a la presión gubernamental, culminando con la FIFA abriendo un expediente disciplinario en su contra.
A esto se le suma una serie de acciones y declaraciones en contra de Rubiales por parte de entidades como la Federación Vasca de Fútbol, que se sumaba a la creciente lista de organizaciones y personalidades del deporte que se desvinculaban del presidente. «Ante la gravedad de lo sucedido (…) la Federación Vasca no acudirá a la Asamblea de la RFEF», declaraban, dejando en evidencia el descontento latente.
El ámbito político no se quedó atrás. Desde el Gobierno, múltiples voces se alzaron para condenar su conducta y urgir su dimisión. Una de las más resonantes fue la de Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno, que, junto a Irene Montero, ministra de Igualdad en funciones, celebraron la inminente renuncia del presidente.
UNA CRISIS SIN PRECEDENTES
A medida que se desvelaban más detalles, el abismo de Rubiales se profundizaba. Varios medios aseguraban que ya había comunicado a su círculo cercano su decisión de dimitir. Era solo cuestión de tiempo para que este escándalo encontrara su culminación en la asamblea de la RFEF.
Mientras el presidente de la federación afronta diversas denuncias y expedientes disciplinarios por sus actos en la celebración del mundial, el descontento generalizado se hacía más palpable. La Asociación de Jugadores y Jugadoras de Fútbol Sala, por ejemplo, expresó su repudio a los actos de Rubiales y pidió que «este tipo de conducta que atenta contra la dignidad de las mujeres no quede impune».
La tormenta perfecta había estallado, y con ella, los pilares que sostuvieron a Rubiales en su cargo comenzaban a tambalear. El clímax de esta historia se aproxima, y el fútbol español, con todas sus facetas, se prepara para un futuro incierto, pero con la esperanza de reconstrucción y justicia. Todo ello es una clara muestra de que, en tiempos de crisis, la solidaridad y la denuncia unida pueden derribar incluso las torres más altas del poder.
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