Negar el cambio climático ya no es ideología: es humo, desalojos y patrimonio arrasado
LA PREVENCIÓN, DESMANTELADA DESDE EL DESPACHO
Once incendios activos, ocho pueblos evacuados y un Patrimonio de la Humanidad en peligro. No es mala suerte ni fatalidad meteorológica. Es el resultado directo de años tratando la prevención como un gasto inútil.
El consejero de Medio Ambiente, Juan Carlos Suárez-Quiñones (PP), estaba en Gijón en actos oficiales mientras León y Zamora ardían. Preguntado por su ausencia, respondió que “comer es una obligación”. La imagen de responsables autonómicos compartiendo mesa en la Feria de Asturias mientras las llamas obligaban a evacuar municipios se convirtió en un símbolo del divorcio entre poder y territorio.
El presidente autonómico, Alfonso Fernández Mañueco, tampoco se desplazó en las primeras horas. Su único gesto fue un mensaje en redes sociales, insuficiente para quien gobierna una comunidad que ardía por los cuatro costados.
La hemeroteca confirma que no es casualidad. En 2018, Quiñones declaró que era “absurdo” y “un despilfarro” mantener todo el año el operativo contra incendios. Con el clima más cálido y seco, recortar prevención es preparar la gasolina antes del incendio.
CUANDO EL NEGACIONISMO CLIMÁTICO SE CONVIERTE EN POLÍTICA OFICIAL
Cinco de los incendios están en nivel 2, el máximo antes de la emergencia nacional. En Zamora, Molezuelas y Puercas han forzado evacuaciones y cortes de carreteras como la ZA-110 y la ZA-1511. En León, Yeres amenaza Las Médulas, con unas 800 personas desalojadas o confinadas. Otros focos, como Paradiña o Llamas de Cabrera, siguen sin control pese a días de trabajo de brigadas y medios aéreos.
La Agencia Estatal de Meteorología advierte que estos fuegos extremos son parte de un patrón que se repetirá: sequías prolongadas, olas de calor y abandono del monte. La prevención continua —limpieza de sotobosque, retirada de biomasa, mantenimiento de cortafuegos— es más barata que reconstruir y más eficaz que improvisar.
Pero cuando desde el poder se ridiculiza esa prevención, se legitiman recortes y se instala la idea de que el cambio climático es una exageración. La desinformación climática frena medidas urgentes y multiplica el coste económico, ambiental y humano. En regiones donde el negacionismo manda, las empresas degradan más el medio, aumentan las infracciones y crece la factura social.
Negar la crisis climática es elegir quién pierde su casa, su sustento y su tierra. Y siempre son las y los mismos quienes acaban pagando.
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