Tras más de 55.000 muertos, Bruselas aún habla de “indicios” de violaciones y evita cualquier medida concreta
LA INDIGNIDAD COMO POLÍTICA EXTERIOR
Tras casi nueve meses de asedio ininterrumpido a Gaza, más de 55.000 personas asesinadas —la mayoría civiles, niñas y niños— y un desplazamiento forzoso que ha vaciado el 90% del enclave, la Unión Europea ha decidido que… quizás haya “indicios” de violaciones de derechos humanos por parte del Gobierno israelí. Indicios. Como si los cadáveres se pudieran confundir con escombros.
El informe elaborado por el Servicio Europeo de Acción Exterior, dirigido por la nueva alta representante Kaja Kallas, ha sido presentado con sigilo, filtrado en viernes por la tarde y despojado de cualquier consecuencia real. Ni una sola propuesta de suspensión del acuerdo comercial, ni una referencia concreta al artículo 2 que Israel lleva meses pisoteando.
Lo que iba a ser “una revisión con resultados”, prometida por la propia Kallas semanas atrás, se ha convertido en un ejercicio de retórica diplomática hueca. El Consejo de Asuntos Exteriores de este lunes no tomará ninguna decisión. Y lo que es peor: la suspensión total del acuerdo comercial con Israel ni siquiera se plantea, a pesar de que las propias instituciones comunitarias reconocen el incumplimiento sistemático del derecho internacional humanitario.
NEGOCIOS SÍ, JUSTICIA NO
El cinismo no acaba ahí. Varios países miembros, entre ellos Irlanda, Eslovenia o Bélgica, habían solicitado ya en febrero de 2024 —cuando la cifra de muertos era “solo” de 30.000— revisar el acuerdo. La respuesta mayoritaria fue el silencio, cuando no el desprecio. Solo siete estados (Portugal, Polonia, Finlandia, Suecia, Luxemburgo y los ya mencionados) han pedido cortar el comercio con los territorios ocupados, en cumplimiento de la opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia, que en 2023 declaró ilegales dichos asentamientos.
Pero nada. Bruselas se limita a “tomar nota”.
Y mientras tanto, países como Hungría bloquean sanciones a los colonos más violentos de Cisjordania, que incluso Reino Unido, Canadá y Australia —sí, esos adalides del cinismo neoliberal— ya han sancionado. ¿La razón? Incitación a la violencia, algo que parece no tener importancia si lo practican aliados de Netanyahu con carné de ministro.
La excusa de Kallas para no actuar es que suspender el acuerdo comercial no detendría la matanza. Una frase tan ofensiva como reveladora. Es la misma lógica que dice que no se debe dejar de financiar a empresas que contaminan porque “el cambio climático seguirá ocurriendo”. O que no hay que dejar de vender armas a dictaduras porque “habrá guerras igualmente”.
¿Para qué sirve entonces el artículo 2 del acuerdo de asociación UE-Israel, que obliga a respetar los derechos humanos? ¿Para decorar los PDFs? ¿Para tranquilizar conciencias mientras se siguen firmando contratos?
El mensaje es claro: Europa está dispuesta a tolerar cualquier nivel de barbarie si los acuerdos de libre comercio siguen su curso.
UN PROCESO DISEÑADO PARA NO LLEGAR A NINGUNA PARTE
En Bruselas nadie se sonroja. “La maquinaria, hasta que se pone en funcionamiento, cuesta”, dicen fuentes diplomáticas. ¿Cuántos miles de muertos más hacen falta para que esta maquinaria disfuncional empiece a moverse?
Desde el entorno de Kallas se insiste en que esto es “un proceso político”, que hay que ir “paso a paso”, que la presión ya está haciendo efecto porque “Israel está preocupado”. Pero Netanyahu no está preocupado: está celebrando. Porque sabe que la Unión Europea no se atreverá a dar un paso real si eso pone en peligro sus acuerdos energéticos, tecnológicos o armamentísticos con Tel Aviv.
Israel ha vulnerado el derecho internacional de forma flagrante. Ha bombardeado hospitales, escuelas y convoyes humanitarios. Ha convertido Gaza en una prisión de escombros y muerte. Y la respuesta europea ha sido esperar. Esperar a que todo termine. Esperar a que nadie pregunte. Esperar a que sea demasiado tarde para hacer algo que no parezca una farsa.
Los diplomáticos comunitarios hablan de “hitos” como si fueran conquistas. Pero lo único que se acumula es el tiempo, la impunidad y la vergüenza.
Mientras las y los líderes europeos se lavan las manos con declaraciones vagas, los tratados siguen intactos, las exportaciones crecen y los compromisos se entierran bajo toneladas de polvo y sangre.
Israel no necesita aliados. Ya los tiene. Se llaman cobardía, doble rasero y cálculo geopolítico.
Y en Bruselas, esos aliados siempre tienen mayoría.
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