Europa vuelve a esconder su cobardía tras el lenguaje burocrático mientras Israel sigue matando con impunidad.
UN ACUERDO COMERCIAL ENSANGRENTADO
La Comisión Europea ha anunciado la suspensión parcial del acuerdo comercial con Israel, un tratado en vigor desde hace más de treinta años. Pero no se engañe nadie: el golpe no es total, ni siquiera contundente. Bruselas plantea retirar el trato arancelario preferente a productos israelíes por valor de 5.800 millones de euros, apenas un 37% del total exportado a la UE. Eso se traduciría en un sobrecoste de 227 millones de euros anuales para Israel. Una cifra ridícula frente a los 65.000 civiles palestinos asesinados en Gaza por la maquinaria bélica de Netanyahu.
La UE presume de ser el principal socio comercial de Israel, representando el 32% de su comercio global. Ese dato convierte a la decisión en una palanca real de presión. Pero inmediatamente, el propio Ejecutivo comunitario rebaja la expectativa: todo dependerá de que 15 de los 27 Estados miembros, representando al menos el 65% de la población europea, voten a favor. Alemania, Italia y Polonia son decisivos. Hungría, Austria y República Checa, aliados incondicionales de Tel Aviv, ya afilan sus vetos. La valentía europea se desvanece en cuanto aparece la aritmética.
LA DIPLOMACIA DEL CINISMO
Mientras tanto, Ursula von der Leyen sigue intentando lavarse la cara tras meses de complicidad explícita con Netanyahu. Congela apenas 20 millones de euros en programas bilaterales con Israel, salvo lo destinado a la “sociedad civil” y al memorial del Holocausto. Una jugada calculada: mostrar firmeza con una mano y seguir protegiendo la narrativa histórica con la otra. El Holocausto sí, Gaza no.
La alta representante Kaja Kallas propone sancionar a dos ministros israelíes, Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir, ambos responsables de políticas abiertamente racistas y genocidas. Pero aquí el muro es más alto: se necesita unanimidad de los Estados miembros. Una sola capital europea que vote en contra basta para blindar a los extremistas. El “consenso europeo” convertido en coartada para la parálisis.
La Comisión justifica sus pasos hablando de proporcionalidad y de respeto al derecho internacional. Pero es la misma UE que firmó con Israel la etiqueta de “socio privilegiado” en los años noventa. La misma que siguió enviando armas y tecnología mientras los bombardeos pulverizaban barrios enteros. La Unión se mueve ahora porque la presión ciudadana es insoportable. No por principios.
El presidente del Consejo, António Costa, intenta maquillar la maniobra asegurando que las medidas “no van contra el pueblo israelí”. El pueblo palestino, mientras, entierra cada día a sus hijas e hijos bajo ruinas y polvo. Europa nunca tiene reparos en sancionar a Rusia, Irán o Venezuela sin matices semánticos. Solo Israel goza de ese blindaje de excepciones.
Bruselas lanza mensajes de advertencia pero suplica al mismo tiempo mantener el diálogo con Netanyahu. El lenguaje de la diplomacia europea oscila entre el reproche tibio y la negociación servil. La realidad es más cruda: cada día de espera significa más cuerpos bajo los escombros de Gaza.
Europa habla de “proporcionalidad” mientras se acumulan las cifras de muerte. Habla de “consenso” mientras Hungría y Austria dictan el rumbo. Habla de “responsabilidad histórica” mientras la sangre palestina se convierte en moneda de cambio.
La UE no necesita más informes, necesita valor. Porque lo que se está decidiendo no es un tecnicismo arancelario de 227 millones de euros. Es si Europa está dispuesta a aceptar que el genocidio forme parte de su política exterior.
El miedo de Bruselas es el combustible del exterminio en Gaza.
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