Gates acusa al magnate de Tesla de ser responsable indirecto de miles de muertes infantiles tras los recortes en ayuda humanitaria.
El 8 de mayo de 2025, Bill Gates dejó de lado el tono diplomático y soltó una acusación sin precedentes contra uno de los hombres más ricos e influyentes del planeta. En una entrevista para The New York Times, Gates apuntó directamente a Elon Musk y lo vinculó a la muerte de los niños más pobres del mundo. Literal. Así, sin metáforas.
Según Gates, el recorte del presupuesto de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) bajo la administración Trump —inspirado y celebrado por Musk— ha significado la cancelación inmediata de programas esenciales contra el VIH, la polio o la malaria en decenas de países del Sur Global. Programas que salvaban vidas. Programas que no salen en los telediarios pero marcan la diferencia entre vivir y morir para millones.
“La puso en la trituradora”, dijo Gates, en referencia a USAID. Y no como una crítica técnica. Como una denuncia política, moral y estructural. No se trata de un error presupuestario. Es una decisión ideológica deliberada: sacrificar la cooperación internacional en nombre de un ultraliberalismo despiadado que considera que salvar vidas no es rentable. O peor: que no merece la pena.
La afirmación no es gratuita. Gates lleva décadas financiando programas sanitarios en África, Asia y América Latina a través de su fundación. Y su diagnóstico es claro: el giro egoísta de los ultramillonarios actuales está matando. Literalmente.
TECNÓLATRAS QUE NO QUIEREN SALVAR VIDAS
Lo que Gates denuncia no es solo la desconexión emocional de quienes acumulan riqueza obscena. Es un cambio de paradigma. Un síntoma de época. Un signo de que la élite económica ha dejado de pretender siquiera que le importa el mundo real, mientras financia guerras, recorta presupuestos sanitarios y lanza coches al espacio como si eso sustituyera a los hospitales.
El problema no es solo Elon Musk, aunque él encarne la figura de este nuevo capitalismo nihilista con claridad quirúrgica. El problema es una clase dominante que ha renunciado a la responsabilidad social mientras predica sobre innovación, eficiencia y libertad de mercado. Una élite que se lava la conciencia hablando de inteligencia artificial mientras desmantela los sistemas que permitían a millones de personas acceder a medicamentos, vacunas y atención básica.
Gates también señala otra paradoja: los nuevos ricos no solo no donan, sino que consideran la filantropía una pérdida de tiempo, un gesto de debilidad. Su único dios es el algoritmo. Su única ideología: maximizar beneficios. Ni siquiera el espejismo del «capitalismo con rostro humano» sobrevive.
La Fundación Gates desaparecerá en 2045, porque ni siquiera las fortunas de hace veinte años creen que este modelo sea sostenible. Y Gates lo advierte con crudeza: “No nos estamos quedando sin ricos. Pero sí sin ricos que quieran salvar vidas”.
Los datos avalan su denuncia. Según el informe más reciente de Global Health Council, el recorte de USAID ha paralizado más de 120 programas sanitarios en 32 países. Las campañas de vacunación contra la polio en Nigeria y Afganistán han quedado suspendidas. En Mozambique, las muertes por malaria han aumentado un 14% en solo seis meses tras el corte de fondos. Y en Uganda, el 60% de las clínicas rurales han dejado de recibir medicamentos antirretrovirales.
Pero mientras tanto, Elon Musk invierte en colonizar Marte, despide masivamente trabajadores y apoya gobiernos autoritarios que recortan en cooperación internacional. ¿Se puede llamar progreso a eso? ¿Se puede llamar libertad?
Gates se resiste al pesimismo absoluto. Cree que este ciclo se romperá. Que no habrá una Administración tras otra recortando hasta la médula. Pero advierte: cada año perdido cuesta millones de vidas. Y cada millonario que calla o se sienta en consejos asesores de gobiernos criminales es cómplice.
Hay quien todavía aplaude la filantropía del Silicon Valley. Pero el modelo de Musk no es el de un benefactor. Es el de un tecnócrata inmune a la empatía, convencido de que la vida humana vale menos que una acción bursátil.
Mientras los algoritmos escriben poesía, los niños sin vacunas siguen muriendo por diarreas evitables. Y aunque Gates cree que la IA puede ser una herramienta para la equidad sanitaria, su crítica es clara: sin voluntad política ni inversión pública, será solo otro juguete de ricos para ricos.
La pregunta no es si Musk podría haber hecho más. La pregunta es cuántos murieron mientras él elegía no hacerlo.
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