“El mejor premio estando enferma es que me den trabajo” resume una dignidad que no se exhibe, se ejerce.
CUANDO EL CUERPO SE CONVIERTE EN ESCENARIO
Antonia San Juan volvió al plató de Late Xou con una serenidad que desarma. No buscaba compasión ni titulares. Solo quería trabajar. En su voz, el humor habitual, pero templado por una experiencia que ya no necesita explicarse. “El cáncer es como una ópera de Wagner”, dijo, y no lo decía por dramatismo sino por precisión: larga, agotadora, con momentos de furia y belleza, donde no se puede abandonar el escenario aunque duela.

El cuerpo se convierte en territorio político cuando enferma, especialmente el cuerpo de una mujer que vive del suyo, de su gesto, de su voz. En una industria que descarta a las actrices cuando envejecen y las oculta cuando enferman, reaparecer así es un acto de resistencia. San Juan no regresó para hablar de su enfermedad, sino para recordarnos que sigue siendo actriz. Y que trabajar —en su oficio, con su cuerpo, con su historia— es su forma de vencer.
“Lo peor es el pelo”, bromeó. Pero detrás del chiste, se adivina una crítica: el sistema que mide la salud en términos de apariencia, el que necesita que sonrías para soportar verte vulnerable. El cáncer, decía Susan Sontag, no solo se padece: se interpreta. Y San Juan, actriz incluso en la batalla, eligió el tono con el que narrarse.
EL TRABAJO COMO DERECHO, NO COMO CONSUELO
Cuando Antonia dice que su mejor premio es que le den trabajo, está señalando el núcleo más injusto del sistema cultural. El trabajo no debería ser un galardón por aguantar, sino una continuidad de vida. Pero vivimos en una industria que convierte cada gesto de supervivencia en espectáculo. Donde los cuidados se privatizan, la enfermedad se romantiza y la precariedad se disfraza de mérito.
San Juan agradece poder seguir, pero su frase resuena como un reproche colectivo: ¿cuántas y cuántos artistas enferman y desaparecen? ¿Cuántas enfermeras, actores, camareras, guionistas o técnicos pierden su sustento cuando la salud les falla? No hay red pública que sostenga la intermitencia, ni empatía estructural que sustituya el salario.
Por eso su vuelta importa. No por la lágrima, sino por la lección: el cuerpo enfermo no es menos válido, la vulnerabilidad no es un espectáculo, la dignidad no se negocia.
Antonia San Juan no pidió admiración, pidió trabajo. Y eso, en este país, es una denuncia.
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