Vox ha hecho de la política del «todo vale» su marca personal, y ese «todo vale» incluye insultos, bulos y promesas vacías.
El discurso político en España sigue alcanzando nuevos niveles de bajeza, y el líder de Vox, Santiago Abascal, ha vuelto a demostrarlo con un insulto más propio de una conversación de bar que de un debate serio sobre la política fiscal del país. Al calificar a Pedro Sánchez de «puto ladrón», Abascal no solo intenta avivar el fuego del resentimiento y la polarización, sino que demuestra la desesperación de un líder que carece de argumentos sólidos y que se escuda en la agresión verbal como su principal arma política.
ABASCAL Y LA POLÍTICA DEL INSULTO: UNA FUGA HACIA ADELANTE
No es la primera vez que Abascal recurre a los insultos para ganar protagonismo mediático. Su política se basa en gritos y rabietas, pero lo más preocupante es que esto no es un simple arrebato emocional; es una estrategia deliberada. El presidente de Vox sabe que la crispación es un combustible potente para sus seguidores, quienes encuentran en su retórica simplista y agresiva un refugio ante las complejidades del mundo real. Pero, ¿es esto lo que España necesita en un momento de crisis económica y social?
En lugar de participar en un debate serio sobre las medidas fiscales propuestas por el Gobierno para gravar las grandes fortunas, Abascal opta por la descalificación personal. El populismo de la derecha radical no ofrece soluciones, solo busca culpables. Pedro Sánchez, su familia, los inmigrantes, los catalanes, cualquiera que no entre en su estrecha visión de España es objeto de su ira. Mientras tanto, las propuestas concretas de Vox para resolver los problemas económicos del país siguen siendo un misterio.
El insulto a Sánchez no es solo una falta de respeto hacia el presidente del Gobierno, sino hacia el propio sistema democrático. La política no puede reducirse a la guerra de insultos. Si bien las discrepancias son parte del juego democrático, hay una línea que no debe cruzarse, y Abascal la ha cruzado una vez más. Pero, en lugar de castigar este tipo de comportamientos, parte de su electorado lo aplaude, perpetuando una espiral de odio y crispación que solo beneficia a quienes no tienen nada que ofrecer.
VOX Y LA DEFENSA DE LOS PRIVILEGIOS
Lo más irónico de la furibunda respuesta de Abascal a las medidas fiscales anunciadas por Sánchez es que se presenta como el defensor de las clases trabajadoras mientras, en realidad, su partido se dedica a proteger los intereses de los más ricos. Sánchez ha sido claro: se busca gravar a quienes tienen fortunas suficientes como para vivir varias vidas sin trabajar, y destinar esos recursos a fortalecer los servicios públicos. Pero Abascal prefiere defender a los millonarios que a las familias trabajadoras. En su visión distorsionada, cualquier intento de redistribuir la riqueza es un ataque contra la libertad.
El líder de Vox se posiciona como el protector de «los diésel de los trabajadores», en contraposición a los Lamborghinis, pero lo que realmente hace es desviar la atención de su agenda de ultraderecha, que no busca mejorar la vida de la clase media ni trabajadora. Vox ha votado sistemáticamente en contra de las políticas sociales que podrían ayudar a quienes más lo necesitan, ya sea el aumento del salario mínimo, la protección laboral o la mejora de los servicios públicos. Abascal critica los impuestos, pero no ofrece ninguna alternativa real para financiar los recursos que el país necesita.
EL NACIONALISMO ECONÓMICO COMO EXCUSA PARA EL RACISMO
El ataque de Vox no se limita al plano fiscal. La ofensiva contra el Gobierno tiene múltiples frentes, y uno de los más peligrosos es su constante utilización de la inmigración como chivo expiatorio de todos los problemas del país. Abascal ha vinculado la cuestión migratoria con la ruptura de acuerdos regionales con el PP, como si el control de fronteras fuese la solución mágica para los problemas económicos y sociales de España. Este tipo de discurso no solo es demagógico, sino que alimenta el odio y la división en un momento en el que el país necesita unidad y soluciones reales.
Vox, al igual que otras fuerzas de extrema derecha en Europa, utiliza el miedo a la inmigración para ocultar su falta de propuestas económicas serias. Pero lo cierto es que la presión migratoria en lugares como Canarias no se resolverá con discursos xenófobos ni con el levantamiento de muros, sino con políticas integrales que aborden las causas de la migración y que ofrezcan una gestión humanitaria y eficiente.
UNA OPOSICIÓN QUE CARECE DE IDEAS, PERO ABUNDA EN GRITOS
En lugar de ofrecer soluciones, Vox se dedica a la confrontación constante. El cupo catalán, la amnistía a los independentistas, los impuestos a los más ricos, todo es presentado como parte de un complot de Pedro Sánchez para «destruir España». Pero lo que en realidad destruye a España es la falta de propuestas constructivas por parte de una oposición que prefiere el griterío antes que el diálogo.
Abascal y su partido son expertos en agitar la indignación de sus seguidores, pero cuando se trata de ofrecer un plan coherente para mejorar la vida de la mayoría de los españoles y españolas, su discurso se desinfla. Vox ha hecho de la política del «todo vale» su marca personal, y ese «todo vale» incluye insultos, bulos y promesas vacías.
El problema es que, mientras se juega a la política del insulto y la descalificación, los problemas reales de la ciudadanía siguen sin resolverse. Las familias que no llegan a fin de mes, los jóvenes que no pueden independizarse, las y los pensionistas que ven cómo sus recursos menguan, todos ellos siguen esperando respuestas que Vox, y otros partidos que se dedican a sembrar odio, no les van a dar.
El insulto es la herramienta de quien no tiene argumentos.
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