28 Mar 2024
DESTACADA, MEDIO AMBIENTE

Cuatro motivos por los que Jane Goodall considera que aún hay esperanza para salvar el planeta 

Los cuatro motivos de esperanza ante el cambio climático serían el poder de los jóvenes, el espíritu humano indomable, el poder del intelecto humano y la resiliencia de la naturaleza

Jane Goodall, primatóloga, conservacionista y mensajera de la paz de Naciones Unidas, impulsa desde hace más de cuatro décadas sus programas de conservación y llama constantemente a proteger la vida, un trabajo que continúa con 87 años.

Una de sus iniciativas es Roots and Shoots (Raíces y Brotes), un programa educativo para niños y jóvenes que está presente en más de 60 países, incluyendo muchos de América Latina.

Antes de la pandemia Goodall viajaba durante 300 días al año, pero ahora transmite su mensaje al mundo en forma virtual, a través de charlas, entrevistas y su podcast sobre la esperanza, Hopecast.

La científica y conservacionista británica habló con BBC Mundo desde Bournemouth, en el sur de Inglaterra, en la casa donde creció y donde viven su hermana y la familia de esta, sobre su nueva obra, «El libro de la esperanza», y por qué no se deja ganar por la tristeza ante los enormes desafíos que enfrenta la humanidad, como el calentamiento global y la pérdida de la biodiversidad. En su obra relata su vida y los cuatro motivos que le dan esperanza en estos tiempos de emergencia climática.

Los cuatro motivos por los que Jane Goodall considera que aún hay esperanza para salvar el planeta
Los cuatro motivos por los que Jane Goodall considera que aún hay esperanza para salvar el planeta

Muchos conocen sus investigaciones pioneras sobre los chimpancés, pero tal vez pocos sepan que cuando viajó con 26 años a estudiarlos en el bosque de Gombe, en lo que hoy es Tanzania, lo hizo con su madre, quien apoyó su amor por los animales durante toda su infancia.

Investigaciones pioneras sobre chimpancés

Jane Goodall decidió que quería ir a África y vivir con animales salvajes cuando tenía 10 años, pero todos se rieron de ella y le decían que nunca llegaría a África, que estaba demasiado lejos y que no tenía dinero.

A pesar de que la Segunda Guerra Mundial estaba en pleno apogeo su madre la animó y le dijo: «Si realmente quieres hacer esto, tendrás que trabajar muy duro. Aprovecha cada oportunidad. Y si no te rindes, tal vez encuentres la manera».

Cuando ya trabajaba y había ahorrado dinero, una amiga de la escuela la invitó a visitarla en Kenia, en donde conoció al famoso antropólogo Louis Leakey, quien le ofreció la oportunidad de estudiar a los chimpancés, algo que nadie había hecho.

A Goodall le costó obtener el permiso de lo que entonces era el gobierno colonial británico, pero como el antropólogo insistió, accedieron pero con la condición de que tenía que ir alguien con ella y su madre se ofreció voluntaria.

La madre, a pesar de no ser doctora ni enfermera, montó una pequeña clínica con remedios sencillos como aspirinas, tiritas y cosas por el estilo y estableció una gran relación con la gente local, algo que ayudó mucho a Jane.

En el libro relata que esos primeros seis meses fueron muy duros porque no obtenía los resultados que esperaba y se sentía desanimada, y fue su madre quien la ayudó a seguir adelante.

A pesar de que sabía que con el tiempo podría lograr que los chimpancés confiaran en mí, solo tenía fondos para seis meses y los cuatro chimpancés seguían huyendo cada vez que la veían.

Jane salía hacia las montañas antes del amanecer y volvía al anochecer y aprendía cómo los chimpancés hacían nidos por la noche, cómo viajaban en grupos de diferentes tamaños, a veces todos juntos, a veces de a uno, lo que comían y las llamadas que hacían.

Dos semanas antes de la primera observación sin precedentes, cuando vio a un chimpancé, al que puso el nombre de David Greybeard, fabricar y usar herramientas para extraer termitas del interior de montículos de tierra, su madre ya había regresado.

Por aquel entonces se pensaba que solo los humanos usaban y fabricaban herramientas, o eso creía al menos la ciencia occidental.

Después de aproximadamente un año y medio de observaciones, Leaky la envió a la Universidad de Cambridge para obtener un título y que no había tiempo para una licenciatura, así que fue directamente a obtener un doctorado, un PhD.

Allí los profesores le dijeron que había hecho todo mal ya que no debería haber dado nombres a los chimpancés, sino números, y que no podía hablar de su personalidad, de sus mentes capaces de resolver problemas ni de sus emociones, que eso se daba únicamente en los seres humanos.

Además, le dijeron que no podía sentir empatía con su sujeto de estudio, que tenía que ser objetiva. Pero ella sabía que los profesores estaban equivocados. Tras obtener su título regresó a Gombe en donde pasaba horas en la selva tropical intentado comprender lo interconectado que estaba todo.

En 1986 la gente ya estudiaba a los chimpancés en otros seis lugares más allá de África, así que Jane ayudó a organizar una conferencia para que pudiesen discutir si el comportamiento de los chimpancés era diferente o igual en distintos entornos y si tenían algo parecido a una cultura, algo que sí existe según la científica.

En la conferencia tuvieron una sesión en la que desvelaron que en todos los lugares donde se estudiaban los bosques estaban siendo diezmados y el número de chimpancés estaba disminuyendo. También hubo una sesión sobre las condiciones en laboratorios de investigación médica, donde tenían cautivos en jaulas de 1,5 metros por 1,5 metros a chimpancés.

Tras la conferencia algo cambió dentro de Jane. Llegó como científica y naturalista y se fue como activista y defensora de la vida silvestre.

Lo primero que hizo fue conseguir algo de dinero para ir a África y aprender más de primera mano. Aprendió sobre chimpancés, pero también sobre la difícil situación de la gente, la pobreza, la falta de servicios de salud y educación.

Y todo llegó a un punto crítico cuando voló sobre el diminuto Parque Nacional de Gombe, que había sido parte del Gran Bosque Ecuatorial en África y a finales de los años 80 era solo una pequeña isla de bosque, todas las colinas estaban desnudas debido a que la pobreza hizo que la gente comenzase a talar árboles para obtener más tierra para sus cultivos o para ganar dinero quemando árboles y vendiendo carbón vegetal.

Ahí se dio cuenta de que había que ayudar a esas personas a encontrar formas de vida sin destruir el medio ambiente porque sino no podrían salvar a los chimpancés, los bosques o ninguna otra cosa.

Fue entonces cuando el Instituto Jane Goodall comenzó el programa llamado Tacare, de take care (o «cuídate»), que es muy holístico y está funcionando ahora en otros seis países.

El poder de los jóvenes

Según Jane, una de las cuatro razones de esperanza es es el poder de los jóvenes. «Sí, hablo de la asombrosa determinación, la pasión de los jóvenes, una vez que comprenden los problemas y los capacitamos para que actúen», señala la conservacionista británica.

«Siempre les digo: ‘No sean agresivos, solo intenten llegar al corazón. Si comienzan a señalar con el dedo a las personas diciéndoles que son malas, diciéndoles ‘están destruyendo mi futuro’, entonces no escucharán'». «Encuentren una historia que llegue al corazón. La gente cambia desde adentro».

Roots and Shoots

En 1991 comenzó su programa Roots and Shoots porque en sus viajes encontraba a jóvenes deprimidos que habían perdido la esperanza. Empezó con 12 estudiantes de secundaria en Tanzania. El mensaje principal era que todos importan y que todo el mundo tiene un papel que desempeñar. Incluso si no lo saben, todos tienen un impacto en el planeta todos los días.

En Roots and Shoots se reúne a un grupo de jóvenes que debaten y deciden qué quieren hacer. Tienen que elegir un proyecto para ayudar a las personas, otro para ayudar a los animales y otro para ayudar al medio ambiente, porque todo está interconectado. Cuando empiezan a actuar, enseguida sienten que han marcado una diferencia.

Para Jane es como si estuviéramos en un túnel muy oscuro en el que al final hay una pequeña estrella brillante. Esa estrella es la esperanza, pero para llegar a ella tenemos que trepar, arrastrarnos y sortear todos los obstáculos del túnel. Tenemos que actuar.

Los niños de Roots and Shoots están cambiando a sus padres y maestros, las empresas están comenzando a cambiar, en parte debido a la presión de los consumidores, que están empezando a exigir productos de origen responsable y podemos presionar para elegir gobiernos que se preocupan por el medio ambiente y apoyarlos, señala la científica.

Jane también le ha dado la vuelta a la frase: «Pensar globalmente, actuar localmente» por: «Actuar localmente primero, luego pensar globalmente» y considera que algo que podrían hacer los medios es compartir más historias sobre buenas noticias como proyectos que restauran la naturaleza, animales rescatados del borde de la extinción, personas que abordan las discapacidades físicas de una manera que inspira a los demás… porque cuando los medios difunden pesimismo las personas se deprimen y se sienten impotentes y desesperanzadas.

Aún así, Jane anima a la gente a hacer algo donde vive: desde plantar árboles, cultivar alimentos orgánicos en el jardín de una escuela, recaudar dinero para las personas sin hogar, proporcionar alimentos a un banco de alimentos… ya que «cuando empiezas a hacer algo y ves que tienes un impacto, eso te hace sentir bien, y cuando te sientes bien quieres hacer más. Y a medida que haces más, inspiras a otros y ellos quieren ayudar».

El «espíritu humano indomable»

Otro motivo de esperanza del que habla en el libro es el no darse por vencido ante la adversidad. La científica cree que todos tenemos en nosotros un espíritu humano indomable, pero que hay mucha gente que no se da cuenta de que lo tiene.Los otros dos motivos de esperanza

Además del poder de los jóvenes y el espíritu humano indomable, los otros dos motivos de esperanza son: el asombroso poder del intelecto humano y la resiliencia de la naturaleza.

«Muchas veces hemos usado bien el intelecto humano. No tiene sentido que esta criatura intelectual esté ahora destruyendo su único hogar. Hemos perdido la sabiduría», señala Jane.

Y añade: «Sabiduría es que la cabeza y el corazón trabajen juntos y tomemos decisiones basadas no en cómo esto me ayuda ahora, en mi reunión de accionistas, o en mi próxima campaña, sino en cómo mis decisiones afectarán a las generaciones futuras y al planeta».

En cuanto a la resiliencia de la naturaleza, la científica pone como ejemplo su programa Tacare. «Si sobrevuelas el Parque Nacional de Gombe hoy ya no verás colinas desnudas. Con el tiempo, con algo de ayuda, la naturaleza vuelve, se recupera».

En cuanto a su «próxima gran aventura» sobre la que le preguntaron en una conferencia con unas 10.000 personas, Jane señala que: «Nunca antes me lo habían preguntado y si lo hubieran hecho hace unos 10 años, habría dicho que quiero ir a los lugares salvajes de Papúa Nueva Guinea. Siempre me han fascinado. Pero no puedo hacer eso ahora. Tengo 87 años. Estoy muy en forma, pero tengo una rodilla un poco débil que a veces simplemente se da por vencida. Así que pensé y respondí: ‘Morir'».

Y añadió: «Bueno, cuando mueres, o no hay nada después, en cuyo caso, bien, te vas, las preocupaciones del mundo ya no pesarán sobre tus hombros, o sí hay algo. Y por diversas experiencias de mi vida yo creo que, de hecho, sí hay algo».

«Y si eso es cierto, ¿puede haber una aventura más grande que descubrir qué es ese algo. ¿Y sabes qué? Lo que tememos no es en realidad la muerte. Es el proceso de morir, que a veces es doloroso y horrible».

En su libro, Jane lanza un mensaje de esperanza y dice que aún hay una ventana de oportunidad y nos alienta a decir no solamente «sí, podemos», sino «sí, lo haremos».

La conservacionista británica cuenta que estando en una ocasión en Tanzania en una reunión regional de miembros de Roots and Shoots, los jóvenes estaban diciendo: «Juntos podemos cambiar el mundo».

Y yo les dije: «Sí podemos, sabemos lo que tenemos que hacer, sabemos que tenemos que dejar de talar bosques y contaminar el océano con plástico. Sabemos que tenemos que acabar con las granjas industriales por el daño que infligen. Conocemos todas estas cosas. Pero lo que se necesita es la voluntad de hacerlas». Así que ahora, los jóvenes dicen: «Juntos podemos, juntos lo haremos».

Intenté esto mismo con un grupo de empresarios y delegados de gobiernos en el Foro Económico Mundial en Davos a quienes les preguntó: «Si están conmigo, si creen que necesitamos y podemos cambiar el mundo, ¿se unen a mí diciendo «juntos podemos, juntos lo haremos»?.

Según relata, al principio hubo una respuesta patética. Entonces les dijo: «Los niños lo hacen mucho mejor que ustedes. ¿Podemos intentarlo una vez más?». Y toda la sala se puso de pie y gritó: «¡Juntos podemos juntos, juntos lo haremos!».

Un reportero de uno de los principales periódicos estadounidenses que estaba presente se le acercó y le dijo: «He estado en Davos todos los años y cuando escuché esa respuesta de estas personas, se me llenaron los ojos de lágrimas. No pensé que fuera posible».