El electorado neerlandés sorprende y castiga el extremismo y premia la cooperación.
LA DERROTA DEL MIEDO
El guion de los Países Bajos ha dado un giro inesperado. El país que hace solo dos años puso a la ultraderecha de Geert Wilders al frente del Gobierno ha dicho basta al populismo xenófobo y al caos institucional. Las urnas han hablado con claridad: empate técnico entre el ultraderechista PVV y los liberales progresistas de D66, pero con trayectorias opuestas. Mientras Wilders se desinfla y pierde 11 escaños y casi siete puntos porcentuales, D66 protagoniza una subida histórica: de 9 a 26 diputados.
El Parlamento neerlandés, con 150 asientos, deja ahora a Wilders tan cerca del poder como siempre y tan lejos como nunca. Su sueño de gobernar la quinta economía de la Unión Europea se ha vuelto a evaporar. El “voto del miedo” ha sido sustituido por un voto de reconstrucción, de cordura, de cansancio ante el grito vacío.
Rob Jetten, de 38 años, líder de D66, lo resumió en una frase que define el espíritu de la noche electoral: “Hoy millones de neerlandeses han dicho adiós a la política del miedo y han elegido las fuerzas positivas”. Su rostro joven y su tono pragmático han conectado con una sociedad que, tras una legislatura de fractura y promesas incumplidas, parece querer volver a la estabilidad y al europeísmo.
D66, con un programa nítidamente progresista en derechos sociales, climáticos y educativos, ha ganado apoyos en prácticamente todos los frentes ideológicos. Ha recuperado la palabra “centro” como algo decente, no como un disfraz para los intereses del poder económico.
Wilders, en cambio, ha pagado el precio de su propia trampa. Rompió su Gobierno en 2024 para imponer una ley de asilo inhumana y perdió el relato. El líder xenófobo que prometía firmeza ha terminado siendo el símbolo de la inestabilidad. Su partido, el PVV, ha pasado del 23,6% al 16,7% de los votos, quedando a la altura de su rival liberal progresista, pero sin aliados posibles.
UN NUEVO CENTRO EUROPEÍSTA
Los números son contundentes: D66 y PVV empatan con 26 escaños, pero el bloque moderado sale reforzado. Los conservadores del VVD obtienen 22, los socialdemócratas y verdes de GroenLinks-PvdA 20, y los democristianos del CDA suben hasta 18. En conjunto, las fuerzas centristas y progresistas suman la mayoría moral y política del país.
En un Parlamento fragmentado con 15 partidos representados, el futuro Gobierno dependerá de pactos. Pero la tendencia está clara: el electorado neerlandés ha virado hacia la responsabilidad democrática. Jetten ya ha tendido la mano a los socialdemócratas, los verdes y los cristianodemócratas para construir un Ejecutivo de cooperación “estable y ambicioso”. Una alianza de estas fuerzas alcanzaría 64 escaños, insuficientes aún para la mayoría, pero muy por encima del bloque ultra.
La gran incógnita es si el VVD, el partido del ex primer ministro y hoy secretario general de la OTAN, Mark Rutte, se sumará al pacto centrista. De hacerlo, sumarían 86 diputados. Sería una coalición de reconstrucción democrática, capaz de dejar fuera del poder al extremismo y devolver a los Países Bajos su papel de referencia institucional en Europa.
La alta participación, del 78,4%, demuestra que la ciudadanía no se ha resignado. El voto ha sido un gesto de resistencia frente al discurso del odio. El fracaso del PVV no es solo electoral: es cultural y moral. Después de años normalizando la intolerancia, los Países Bajos se han negado a convertir el racismo en rutina parlamentaria.
Wilders, que ya había encabezado las encuestas durante toda la campaña, se despidió con resignación. “Esperábamos un resultado diferente, pero nos mantuvimos firmes”, dijo en X. Traducido: su estrategia del enfrentamiento ha tocado techo.
La caída de Wilders, además, es un espejo para el resto de Europa. En un momento en que las ultraderechas crecen alimentadas por la frustración social y la precariedad, el caso neerlandés demuestra que el populismo puede ser derrotado con más democracia, más diálogo y más políticas públicas.
No hay victoria más rotunda que la que se consigue contra el miedo. Países Bajos lo acaba de demostrar. El odio no gobierna cuando la sociedad se atreve a votar en voz alta.
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