Puerto Rico vuelve a ser el trampolín militar de Washington contra América Latina.
PUERTO RICO: LA COLONIA MÁS ANTIGUA DEL SIGLO XXI
Cuando el presidente Donald Trump anunció que la CIA tenía vía libre para operar dentro de Venezuela y, casi al mismo tiempo, drones estadounidenses bombardearon una lancha frente a sus costas, pocos en Estados Unidos se preguntaron desde dónde despegan esos aviones. La respuesta es tan incómoda como reveladora: Puerto Rico, el territorio que vive bajo ocupación estadounidense desde 1898, vuelve a ser utilizado como base para una nueva guerra imperial.
Tras invadir la isla durante la guerra hispano-estadounidense, Washington la convirtió en su “Gibraltar del Caribe”. De Ceiba a Vieques, levantó bases navales y aeródromos para controlar el Caribe oriental y proteger el paso estratégico del Canal de Panamá. Desde entonces, Puerto Rico ha servido de plataforma de guerra para cada intervención estadounidense en la región, de República Dominicana en 1965 a Panamá en 1989.
Mientras tanto, miles de puertorriqueñas y puertorriqueños fueron enviados a morir bajo una bandera que jamás les reconoció la plena ciudadanía. Su tierra fue expropiada y sus costas bombardeadas. Durante seis décadas, la Marina estadounidense usó Vieques como campo de tiro, arrojando napalm y uranio empobrecido sobre la población. Los resultados fueron devastadores: suelos contaminados, mares muertos y una de las tasas de cáncer más altas del Caribe.
En 2003, tras años de desobediencia civil, el pueblo logró expulsar a la Marina. Fue una victoria histórica, pero efímera. Dos décadas después, el monstruo regresa.
LA NUEVA GUERRA DE LAS VIEJAS COLONIAS
En 2025, Washington reactivó operaciones militares en suelo puertorriqueño, desplegando cazas F-35, aviones de patrulla marítima P-8 y unidades de operaciones especiales. El pretexto oficial es la “lucha antidrogas”, pero el objetivo real es otro: preparar una ofensiva regional contra Venezuela y, por extensión, contra cualquier país latinoamericano que desafíe la hegemonía de Estados Unidos.
Trump ha acusado al presidente colombiano Gustavo Petro de ser “líder del narcotráfico” después de que este denunciara los ataques con drones frente a las costas venezolanas, uno de los cuales mató a ciudadanos colombianos. En vez de rendir cuentas, Washington respondió con insultos y chantaje económico.
El nuevo marco legal —una supuesta “guerra no internacional contra los cárteles”— permite a Estados Unidos ejecutar bombardeos y operaciones encubiertas sin pasar por el Congreso. Puerto Rico, al no ser un Estado soberano, es el escenario ideal para esa impunidad: ni debate público, ni autorización parlamentaria, ni control democrático.
Para la población local, esta militarización no es una cuestión abstracta. Supone más vigilancia, más contaminación y el riesgo de volver a ser objetivo militar. Es la reedición del viejo patrón imperial: usar territorios ocupados para proyectar violencia sobre el resto del continente.
Puerto Rico sigue siendo la colonia más antigua del mundo moderno, una “posesión” cuyos habitantes son ciudadanos sin derechos políticos plenos. No pueden votar por su presidente, no tienen senadores y su representante en el Congreso carece de voto. Esa carencia de soberanía es lo que la hace tan útil al Pentágono: un limbo legal donde las guerras pueden prepararse sin consentimiento popular.
LA LÓGICA DEL IMPERIO Y EL GRITO DE NUESTRA AMÉRICA
Cada vez que una nación latinoamericana decide controlar sus recursos o no obedecer las órdenes de Washington, se convierte en enemiga. Así ha sido con Cuba, con Nicaragua, y hoy con Venezuela. Las sanciones, los bloqueos y las operaciones encubiertas son las nuevas formas de invasión.
La congresista puertorriqueña Nydia Velázquez lo advirtió en Newsweek: “Nuestro pueblo ya pagó el precio de la contaminación y la explotación colonial. Puerto Rico merece paz, no más guerra”. Su llamado se suma al de los países del Caribe y de América Latina reunidos en CELAC, que han declarado la región como una Zona de Paz.
Sin embargo, Estados Unidos sigue usando la isla como si fuera su portaaviones permanente, lanzando misiles en nombre de la libertad mientras niega esa misma libertad al territorio que ocupa. Esa es la hipocresía central del imperio: invoca la democracia mientras gobierna sin democracia.
Defender la soberanía de Puerto Rico no es solo una cuestión local. Es defender el derecho de todos los pueblos del sur a existir sin ser bombardeados, saqueados ni tutelados. Cuando un dron despega de una pista caribeña rumbo a Caracas, sobrevuela los fantasmas de Vieques y la memoria de un pueblo que ya dijo basta.
Puerto Rico merece sanar su tierra y recuperar su futuro. Y Venezuela merece vivir sin el acoso de un imperio que confunde el petróleo con obediencia.
Porque defender el derecho de Puerto Rico a la paz es defender el derecho de Venezuela a existir.
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