El canciller Gerardo Werthein dimite a cuatro días de las legislativas y deja en evidencia el caos exterior del gobierno liberticida
UNA DIMISIÓN QUE DESNUDA EL FRACASO DIPLOMÁTICO
Gerardo Werthein, el canciller de Javier Milei, ha renunciado a solo cuatro días de las elecciones legislativas. Su salida no es un gesto menor: marca la fractura interna más visible del gobierno argentino desde que asumió el poder el autodenominado “león”, y confirma lo que ya era un secreto a voces en Buenos Aires: la política exterior del Ejecutivo se ha convertido en un teatro de subordinación ante Estados Unidos e Israel.
Werthein, empresario y amigo personal de Donald Trump, había sido designado por Milei en noviembre de 2024, en reemplazo de Diana Mondino, con la misión de consolidar la “alianza estratégica” con Washington. Pero esa apuesta se ha revelado un boomerang. La reunión entre Trump y Milei, celebrada la semana pasada, terminó en fiasco. En lugar de garantizar estabilidad o apoyo financiero, el mandatario estadounidense condicionó un multimillonario rescate económico al resultado electoral del domingo. El mensaje fue claro: ayuda solo si Milei gana.
Lo que pretendía ser un espaldarazo se convirtió en un golpe de mercado. El peso argentino se desplomó, los bonos soberanos retrocedieron y el país volvió a respirar el aire viciado del corralito financiero. En la Casa Rosada, la búsqueda de culpables fue inmediata. Werthein fue señalado como responsable del “malentendido” con Washington y del daño reputacional del Gobierno. Su renuncia era cuestión de horas.
MILEI ENTRE LA SUMISIÓN Y EL DELIRIO DE PODER
El liberticida Milei, obsesionado con su imagen internacional, ha jugado a ser un Trump del sur, pero sin economía ni soberanía. Desde que asumió el poder, rompió con China y Brasil, dos de los principales socios comerciales de Argentina, y convirtió la política exterior en un escenario de fanatismo ideológico. Abrazó al sionismo de Netanyahu, se alineó con los sectores más duros del trumpismo y redujo la diplomacia a un espejo de su propio delirio mesiánico.
Werthein fue el ejecutor disciplinado de esa doctrina. Defendió con fervor la embajada argentina en Jerusalén, avaló los silencios cómplices ante el genocidio en Gaza y llevó al país a una posición marginal en la región. Pero su final demuestra que ni siquiera los fieles sobreviven a la maquinaria de Milei. Cuando la economía se hunde y las encuestas anticipan castigo en las urnas, el presidente busca cabezas.
El desgaste interno del Gobierno es ya inocultable. Los ministerios se vacían, la inflación roza los tres dígitos y las promesas de “libertad” se traducen en despidos masivos, represión sindical y censura informativa. La dimisión del canciller, a días del examen electoral, es un símbolo de ese colapso.
En los círculos diplomáticos, la salida de Werthein se interpreta como el fin del relato del “nuevo orden libertario”, esa quimera que pretendía poner a Argentina al servicio del capital extranjero mientras desmantelaba su Estado. Lo que queda hoy es un país sin rumbo, atrapado entre la obediencia geopolítica y la rabia social.
El león rugía contra el sistema, pero terminó siendo su mascota más dócil.
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