Cansın Köktürk fue expulsada del Bundestag por llevar una camiseta, pero el problema no era la ropa: era Palestina.
Javier F. Ferrero
LA DOBLE MORAL A RAYAS BLANCAS Y NEGRAS
La presidenta del Bundestag, Julia Klöckner (CDU), ha decidido que el problema más urgente de Alemania no es el rearme militar, ni el precio de la vivienda, ni la complicidad con el genocidio en Gaza. Es una camiseta. Una prenda con la palabra «Palestine» estampada en el pecho de la diputada de Die Linke, Cansın Köktürk. Una palabra que, al parecer, es más peligrosa para el orden institucional que 50.000 personas muertas bajo bombas fabricadas en Occidente.
La escena ocurrió el 4 de junio de 2025 durante una sesión de control al Gobierno en la que comparecían, entre otros, el ministro de Exteriores, Johann Wadephul (CDU), y la de Desarrollo, Reem Alabali-Radovan (SPD). Köktürk se presentó con una camiseta donde no había ni una granada, ni un misil, ni una bandera de Hamas. Solo una palabra: Palestine.
Media hora aguantó la provocación democrática. Después, Klöckner intervino con tono de institutriz: “Ni pegatinas ni mensajes en camisetas, lo hemos acordado”. Acordado, sí. Como se acordó mirar hacia otro lado mientras Israel arrasaba hospitales. Como se acordó seguir enviando armas. Como se acordó convertir el decoro parlamentario en mordaza para las y los representantes que aún creen que la política sirve para decir algo incómodo.
Köktürk se negó a quitarse la camiseta. Fue expulsada. No insultó, no interrumpió, no agredió. Solo nombró una tragedia silenciada. En su salida del hemiciclo, respondió a una diputada entre dientes. Klöckner volvió a alzar la voz como si el escándalo estuviera en el susurro de la resistencia y no en el silencio cómplice de su bancada.
EL PARLAMENTO COMO VITRINA DE HIPOCRESÍA
Que una camiseta cause más revuelo que la promesa de seguir enviando armas a un país acusado de crímenes de guerra por múltiples organismos internacionales no es casualidad. Es el síntoma de una democracia que teme la verdad cuando viene sin corbata.
“Wadephul: Alemania seguirá enviando armas a Israel. Ni una palabra sobre más de 50.000 muertos y miles de niñas y niños heridos”, escribió Köktürk en X. No miente. No exagera. Y eso es lo que molesta. Lo que ofende no es la prenda, sino el espejo. La palabra Palestina como recordatorio de todo lo que Europa no quiere ver.
No es la primera vez. Durante la constitución del actual Bundestag, Köktürk ya fue objeto de reprimendas por portar una kufiya palestina. En ese momento, explicó lo evidente: solidaridad no es terrorismo, la kufiya no es un arma, es una bandera de dignidad. Pero en una Cámara donde las y los portavoces del statu quo aceptan sin pudor la limpieza étnica como “defensa legítima”, la dignidad es provocación.
El nivel de censura estética ha alcanzado tal grado que también fue expulsado Marcel Bauer, otro diputado de Die Linke, por no quitarse una boina. ¿Una boina? ¿Qué viene después? ¿Revisar los calcetines en busca de lemas sospechosos? ¿Prohibir los tatuajes con símbolos de justicia social?
Alemania presume de democracia mientras aplica criterios de vestimenta más estrictos que un internado conservador. Pero no se trata de normas. Se trata de qué voces incomodan. Si Köktürk hubiera llevado una camiseta con la bandera ucraniana, nadie la habría señalado. Si hubiese escrito “Je suis Charlie”, la habrían aplaudido. Pero “Palestine” no cabe en el decorado. Ni en las agendas, ni en las conciencias tibias.
Porque nombrar Palestina es hablar de muros, de niños mutilados, de pueblos sitiados, de gas lacrimógeno pagado con presupuestos europeos. Nombrar Palestina es interrumpir el relato en el que Occidente es siempre civilizado, siempre víctima, siempre justo. Y esa interrupción, aunque sea en forma de camiseta, es más valiosa que mil discursos en tono neutro.
Mientras tanto, los negocios con empresas de armamento israelí continúan, la Unión Europea calla, y la prensa oficialista titula con escándalo de vestuario. Pero hay algo que no pueden expulsar del Parlamento: el eco incómodo de quienes aún se atreven a decir vosotras y vosotros habéis fracasado.
Si un trozo de tela puede tumbar el relato oficial, entonces ese relato estaba podrido desde el principio.
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