La industria automotriz alemana enfrenta las consecuencias de una transición deficiente hacia la electrificación y el abandono de su base industrial tradicional.
La noticia ha caído como un jarro de agua fría entre los empleados y empleadas de Volkswagen. El gigante automotriz alemán, símbolo de estabilidad laboral y motor económico desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ha anunciado que planea cerrar tres de sus plantas en Alemania, lo que impactará a miles de personas. Este anuncio desató una oleada de indignación en sus sedes, especialmente en Wolfsburg, donde Daniela Cavallo, directora del comité de empresa, aseguró que «todas las plantas alemanas de VW están en la mira», en referencia a los ajustes planteados.
El sindicato IG Metall, uno de los más grandes de Europa, se ha posicionado con firmeza contra esta estrategia. Su líder regional, Thorsten Groger, ha dejado claro que los trabajadores y trabajadoras no permitirán que sus empleos sean eliminados sin lucha. «Esperamos una resistencia que la dirección de Volkswagen ni siquiera puede imaginar», señaló Groger, enfatizando que los recortes masivos no son una solución sostenible para los desafíos de la industria.
El personal de Volkswagen, que suma más de 120.000 personas en Alemania, promete resistir y no aceptar que la transición hacia el vehículo eléctrico sea la excusa para una restructuración salvaje. La dirección de VW ha justificado estos cierres por las dificultades en la industria automotriz, incluida la presión por la transición verde y los elevados costes de energía. No obstante, la eliminación de la promesa de protección de empleo hasta 2029, un compromiso clave para la estabilidad laboral en la empresa, deja a la plantilla en una situación de vulnerabilidad sin precedentes. Para las y los trabajadores, la estrategia actual no es más que una trampa para maximizar beneficios sin tener en cuenta la dimensión social del impacto de los cierres.
EL PRECIO SOCIAL DE UNA TRANSICIÓN MAL GESTIONADA
Volkswagen se encuentra atrapada en una transición industrial que se ha gestionado de forma caótica. El cambio hacia los vehículos eléctricos, sumado a la presión por reducir emisiones, ha dejado a la compañía en una posición crítica en el mercado. Pero para las y los trabajadores, esta no es una simple cuestión de adaptación tecnológica; es una excusa para realizar ajustes despiadados, que no solo destruyen puestos de trabajo, sino que eliminan la seguridad y la estabilidad de miles de familias.
Los precios de energía en Alemania, que se dispararon tras la guerra en Ucrania y el cierre del gas ruso, han agravado la situación, haciendo imposible para Volkswagen mantener su competitividad en comparación con otras regiones donde la electricidad es más asequible, como Estados Unidos o Asia. Sin embargo, muchos se preguntan si este coste debe recaer siempre en la plantilla, mientras la cúpula de la empresa sigue beneficiándose de altos salarios y bonificaciones. En este contexto, las plantas de Volkswagen se ven atrapadas en una paradoja: la transición energética que debería mejorar la vida de todos y todas está, en cambio, precarizando a la clase trabajadora.
Al mismo tiempo, las medidas para incentivar la electrificación de los vehículos han favorecido, sin intención aparente, la entrada de empresas chinas al mercado europeo. Estas empresas han logrado producir vehículos eléctricos a menor coste y con diseños más atractivos, desplazando a compañías como Volkswagen, que ahora intentan competir en un mercado hostil, con modelos menos accesibles para la mayoría de las personas. Los subsidios a la industria verde en Europa han abierto una ventana para la competencia extranjera, dejando a Volkswagen en una desventaja que no puede solventar mediante recortes de plantilla.
La dirección de Volkswagen argumenta que el mercado ha cambiado y que deben ajustarse para sobrevivir. Sin embargo, para las y los trabajadores, este argumento no basta para justificar que una empresa tan grande y de tanta tradición esté dispuesta a abandonar su compromiso social. La transición energética es una realidad necesaria, pero es inadmisible que las empresas utilicen esta necesidad para eludir sus responsabilidades hacia quienes mantienen las fábricas en funcionamiento.
Para la base trabajadora, el mensaje es claro: no aceptarán que su estabilidad sea el primer precio de la crisis. La resistencia en Volkswagen marca un precedente en el que se dirime no solo el futuro de una empresa, sino también la ética empresarial en un momento de transformación global.
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