La sanidad privada, con sus promesas de eficiencia y exclusividad, es una entidad que a menudo opera bajo el disfraz de la benevolencia, mientras en realidad perpetúa un sistema de desigualdades y privilegios.
Es un sistema que mercantiliza la salud, convirtiendo el dolor y la enfermedad en oportunidades de lucro, y donde el valor de una vida se mide por la capacidad de pago. Los seguros privados, con sus primas elevadas y políticas de exclusión, no son más que un símbolo de un capitalismo desenfrenado que prioriza los beneficios económicos sobre el bienestar humano.
Es una dura realidad donde las mentiras se venden como marketing, y la cobertura completa es a menudo una ilusión vendida a precios exorbitantes, dejando a los más vulnerables en un estado de abandono y desesperación. La dureza de la sanidad privada se manifiesta en su frialdad al negar tratamientos por razones burocráticas, en la letra pequeña de sus contratos que a menudo resulta en la negación de servicios esenciales en momentos críticos.
Es un sistema que fomenta una cultura de «lo primero es el dinero», donde las decisiones médicas están influenciadas por consideraciones de coste y rentabilidad en lugar de la necesidad clínica y la compasión. En contraste, la sanidad pública se erige como un bastión de igualdad, donde cada individuo tiene derecho a recibir cuidados médicos de calidad, independientemente de su estatus socioeconómico.
La lucha por una sanidad pública robusta y universal es una lucha por la humanidad misma, contra las fuerzas que buscan convertir nuestra salud en una mercancía más en el mercado.
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