Hoy Hannah Arendt probablemente se avergonzaría de ver cómo su pueblo comete las mismas atrocidades que sufrió en sus propias carnes
¿Por qué Israel está masacrando al pueblo palestino? ¿Cómo puede la comunidad Internacional asistir impasible a un genocidio? ¿Nos estamos deshumanizando? A estas preguntas ya respondió una mujer judía en 1963.
Hannah Arendt, una de las figuras más importantes del pensamiento político del siglo XX, reflexionó acerca del totalitarismo, el holocausto y las circunstancias que pueden llevar a un ser humano a dejar su humanidad a un lado y cometer terribles atrocidades contra otras personas. Ella lo vivió de cerca: era judía, huyó de Alemania y de un campo de concentración en Francia, y fue testigo del juicio contra uno de los responsables del exterminio nazi, Adolf Eichman, un hombre “normal” que llegó a cometer auntenticas barbaridades sin que ello le causara ningún tipo de cargo de conciencia. Eichmann era plenamente consciente de lo que había hecho, y nunca llegó a reconocer que hubiera nada malo en sus actos. Según él, “cumplía órdenes de Estado”. Al escuchar esto, Hannah se preguntó: ¿Por qué una persona normal, que ni es malvada ni tiene mayores pretensiones que las de cumplir órdenes, se involucra en semejante horror? Arendt llega finalmente a una respuesta: Por una incapacidad de juicio.
Hannah distingue entre conocimiento y pensamiento; el primero sería la acumulación de saberes y técnicas, mientras que el pensamiento sería el diálogo interno mediante el cual uno juzga sus propias acciones. Eichman carecía de “pensamiento”, o al menos no lo ejercitaba mientras orquestaba el traslado de miles de judíos para ser ejecutados. ¿Os suena de algo? (Imágenes de soldados nazisraelís disfrutando) De entre estas personas sin capacidad de pensamiento, Arendt distinguía 3 grupos: – Los nihilistas (imágenes de netanyahu y amigos), aquellos que desde las esferas de poder y bajo la creencia de que no hay valores absolutos, hacen y deshacen buscando su propio beneficio. – Los dogmáticos (soldados, ultraortodoxos…) que se aferran a una postura heredada para justificar sus actos. – Y los “ciudadanos normales”, el hombre-masa del que hablaba Ortega y Gasset, el grupo mayoritario que asume los actos de su sociedad como “buenos” de un modo acrítico.
Como sucedió con el nazismo, el genocidio israelí es alimentado hoy por estos tres grupos, que permiten que todo un país lleve a cabo crímenes de lesa Humanidad sin que exista ningún tipo de cargo de conciencia por ello. Al igual que Eichmann, aquellos que apoyan y ejecutan el actual genocidio del pueblo palestino no responden (en su mayoría) a los rasgos de un monstruo o un psicópata. Su motor no es la locura ni la maldad, sino funcionar dentro de un sistema establecido basado en el exterminio. Hoy Hannah Arendt probablemente se avergonzaría de ver cómo su pueblo comete las mismas atrocidades que sufrió en sus propias carnes, y cómo la sociedad israelí se ha convertido en el ejemplo perfecto de la que acabó siendo su teoría más recordada: la banalidad del mal.
Con este término, Hannah quería explicar cómo un sistema de poder político puede trivializar el exterminio de seres humanos, convirtiendo el asesinato de inocentes en un acto burocrático ejecutado por subalternos incapaces de discernir las consecuencias éticas y morales de sus actos. Gracias a Hannah, hoy podemos entender los mecanismos que han llevado a Israel a exterminar a más de 25.000 personas en 100 días. Sólo la banalidad del mal explica el uso sistemático de la tortura y el apartheid. O el asesinato impune de niños, mujeres, trabajadores de ONG o periodistas, así como otras muchas y variadas prácticas malvadas contra el pueblo palestino. Mientras, los soldados bailan con cadáveres y ríen ante el sufrimiento ajeno, y los políticos y una parte de la sociedad exijen que se acabe con todos y cada uno de los seres humanos que habitan en la cárcel más grande del mundo, convertida ahora en un campo de exterminio.
Actualmente, alrededor de dos millones de personas están hacinadas en apenas 30 Km2 en las cercanías del paso de Rafah, lo que supone más de 650 personas malviviendo
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