El presidente reabre la era de las pruebas nucleares bajo la retórica del poder y el miedo, desafiando décadas de tratados internacionales.
LA RESURRECCIÓN DEL FANTASMA NUCLEAR
Donald Trump ha decidido que el mundo no ha tenido suficiente con guerras, sanciones y genocidios. Desde su red social Truth Social, el mandatario ha ordenado al Pentágono retomar las pruebas con armamento nuclear, interrumpidas desde hace más de treinta años. Una medida presentada como una defensa de la “igualdad de condiciones” frente a Rusia y China, pero que en realidad rompe el frágil equilibrio global que mantenía a la humanidad a salvo de su propia destrucción.
Trump anunció la decisión con su habitual tono mesiánico: “Estados Unidos no puede quedarse atrás”. Ordenó al Departamento de Guerra —como si quisiera resucitar la terminología de los años 50— reactivar los ensayos nucleares de inmediato. En su mensaje, insistió en que EE. UU. posee “el arsenal nuclear más grande y moderno del mundo” y que “no tenía otra opción”. Pero sí la tenía: la de no arrastrar al planeta hacia otra carrera armamentística.
La orden rompe de facto con la moratoria informal de pruebas que Washington respetaba desde 1992. Con ello, Trump dinamita el espíritu del Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (CTBT), nunca ratificado por EE. UU. pero cumplido por responsabilidad internacional. Esta decisión sitúa a Estados Unidos al nivel de los regímenes que usa como pretexto para su propaganda de miedo.
UN NUEVO MUNDO DE MIEDO Y NEGOCIO
La justificación oficial —“igualar las condiciones”— es un disfraz torpe. Detrás se esconde la industria militar más poderosa del planeta, un complejo industrial y financiero que necesita guerras para sobrevivir. El presupuesto del Pentágono para 2025 supera los 890.000 millones de dólares, una cifra que duplica el gasto conjunto de Rusia, China y la Unión Europea. Con cada misil que se prueba, las acciones de Lockheed Martin, Raytheon o Northrop Grumman suben en bolsa.
No es casual que el anuncio llegue mientras Trump coloca a J. D. Vance y Marco Rubio como sus herederos políticos, reforzando su círculo más belicista. Tampoco es casual que se produzca tras semanas de presión de los lobbies nucleares y los think tanks neoconservadores, que defienden “demostrar fuerza” frente a Moscú y Pekín. La “igualdad de condiciones” que Trump proclama no es científica ni militar: es ideológica y corporativa.
El movimiento llega además en un contexto de crisis ecológica y humanitaria sin precedentes. Mientras medio planeta sufre los efectos del cambio climático y los conflictos derivados del hambre y los recursos, el presidente de la mayor potencia mundial decide reabrir los túneles del infierno para probar bombas capaces de destruir la vida humana varias veces.
Los analistas más sensatos recuerdan que no se trata de defensa, sino de dominación simbólica. Las pruebas nucleares no son necesarias para mantener el arsenal: las simulaciones digitales lo sustituyen desde hace décadas. Lo que Trump busca es otra cosa: reconstruir el mito del miedo como herramienta de poder.
El gesto de Trump es, sobre todo, un mensaje: que el planeta vuelve a girar alrededor del dedo de un hombre dispuesto a quemarlo si no se inclina ante él.
Cuando un presidente confunde el botón nuclear con un botón de campaña electoral, el peligro deja de ser hipotético.
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