Musk y Trump juegan a ver quién tiene el ego más inflado mientras desaparecen 150.000 millones de dólares
CUANDO EL MERCADO SE GOBIERNA A GOLPES DE TUIT
Tesla ha perdido un 14,26% de su valor en bolsa en un solo día. Lo que equivale a unos 150.000 millones de dólares volatilizados, no por una crisis energética, ni por un fallo en la cadena de suministros, ni por un informe de sostenibilidad, sino por algo mucho más posmoderno: una pelea de gallos entre Elon Musk y Donald Trump. El primero, emperador de los coches eléctricos; el segundo, emperador de sí mismo. Ninguno destaca por su prudencia. Y el mercado, como de costumbre, les sigue el juego con entusiasmo suicida.
La cosa empezó con Musk sugiriendo en su red social que Trump aparece en los papeles de Jeffrey Epstein. Un gesto de valentía si fuera verdad. Un gesto de marketing si no lo es. Trump, en modo emperador ofendido, respondió con cariño: “Estoy muy decepcionado con Elon”. Añadió que le había ayudado más que a nadie, que conocía los subsidios de Tesla como si los hubiera redactado él. Y probablemente sea cierto: los redactó él. En los años clave, el Gobierno federal aprobó miles de millones en ayudas para que Musk se convirtiera en el Mesías del litio.
Pero cuando el mecenas se vuelve enemigo, el Silicon Valley tiembla. La bolsa también. Musk no tardó en replicar con otra fanfarronada de manual: sin mí, Trump no habría ganado las elecciones, dijo. Como si hubiera fundado Estados Unidos desde su garaje. Como si tuitear memes fuera una nueva forma de ingeniería electoral. Y Trump, por supuesto, escaló: amenazó con cancelar todos los subsidios y contratos públicos con Tesla y SpaceX. Es decir, con quitarle el suelo del que ha estado viviendo Musk todos estos años mientras predicaba el evangelio de la autosuficiencia empresarial.
TESLA, ESA GRAN STARTUP CON TETAS DEL ESTADO
El resultado: una caída en picado de las acciones de Tesla, que pasaron de la promesa de dominar el futuro al riesgo de convertirse en un juguete roto. Pero lo interesante no es el batacazo bursátil, que probablemente se recuperará a base de más promesas vacías y más titulares delirantes. Lo interesante es lo que el episodio revela sobre la estructura del poder económico contemporáneo: no estamos ante empresarios, sino ante cortesanos con acceso directo al trono.
Musk no construyó su imperio desde cero. Lo hizo con contratos públicos, exenciones fiscales y subsidios pagados con el dinero de todas y todos. Trump lo sabe. Porque los firmó. Por eso su amenaza funciona: no es un chantaje, es una auditoría emocional. Y eso deja claro que Tesla no es una empresa independiente, sino una criatura institucional, un Frankenstein tecnológico ensamblado con piezas del Tesoro y orgullo neoliberal.
Este no es solo un duelo entre dos narcisistas con Twitter. Es un espejo de época. Una en la que la política se hace por redes sociales, la economía se derrumba por egos heridos y las decisiones públicas se toman entre millonarios con traumas mal resueltos. Mientras tanto, las enfermeras, los trabajadores del metal, las y los docentes, miran la caída de 150.000 millones de dólares como quien ve incendiarse un yate desde el andén del metro.
¿Elon Musk y Donald Trump peleando en público? Qué raro, ¿verdad? Nadie podía imaginar que alimentar monstruos con dinero público acabaría en desastre.
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