El problema no es el contrato, es la cobardía estructural de un sistema que teme más a la palabra que al genocidio
EL SILENCIO NO ES NEUTRO, ES CÁLIDO PARA QUIEN NO QUIERE MOJARSE
Melody ha hablado. Tarde, mal y usando un contrato como escudo. Ha dicho que no podía pronunciarse políticamente sobre Israel por cláusulas firmadas con RTVE y la UER. Lo leyó en voz alta, como quien recita un parte médico para justificar que no asistió a la historia. Pero lo que transmitió no fue impedimento legal. Fue miedo. Cálculo. Ambición. En resumen: conveniencia.
Melody no fue censurada. Se censuró sola.
La cláusula que leyó especifica que las canciones no deben contener mensajes políticos. No prohíbe entrevistas. No prohíbe palabras. No prohíbe humanidad. Lo que sí hace es generar ese tipo de artista que, ante una masacre, solo se atreve a decir “quiero paz” mientras evita mencionar a la potencia ocupante que bombardea hospitales. No es inocencia. Es estrategia.
“Soy artista, no política”, soltó. Pero cuando en Gaza entierran a bebés bajo escombros, cada silencio también canta. Y en su caso, desafinó. Porque quien tiene un micrófono y decide callar lo importante, está gritando lo que le interesa: que no le salpiquen los muertos.
JJ, EL QUE SÍ TUVO VOZ: “OJALÁ SIN ISRAEL”
Y sin embargo, ahí está JJ. El ganador de Eurovisión 2025. El tipo que, en plena ola de represión y censura, tuvo los cojones que a Melody le temblaron. No lo hizo con florituras. No lo disfrazó de metáfora. Dijo lo que había que decir: “Ojalá el año que viene el festival se celebre en Viena y sin Israel”.
Intentó colar una bandera LGTBI+ y la organización se la requisó. Pero su voz no se la requisó nadie. Habló alto y claro, sabiendo perfectamente que sus palabras le cerrarían puertas. Pero prefirió ser recordado como alguien incómodo antes que pasar desapercibido por cobarde.
Ese es el punto. No se trata de quién puede, sino de quién quiere. Melody pudo hablar. Pudo nombrar a las víctimas. Pudo mirar a cámara y decir lo obvio: que hay un Estado bombardeando civiles con impunidad. Pero no lo hizo. Porque prefería volver a casa con un contrato sin cláusulas rotas y un perfil impoluto.
Melody eligió no incomodar. JJ eligió no traicionarse.

ENTRE LAS LUCES DEL ESCENARIO Y LAS SOMBRAS DE LA HISTORIA
Hay quien cree que cantar es suficiente. Que entretener es un salvoconducto moral. Pero en tiempos de genocidio, quien sube a un escenario sin hablar de lo que pasa fuera, actúa en una caverna.
La historia no se construye con notas agudas ni coreografías. Se construye con posiciones. Y Melody decidió no tener ninguna. Se escondió tras un papel. Se disfrazó de víctima de un sistema que no le prohibía nada, pero al que no quiso desafiar en nada.
Porque lo peor no es la censura explícita. Lo peor es la obediencia voluntaria.
Y mientras ella hace equilibrios para no perder ni fans ni contratos, miles de niñas y niños siguen muriendo sin que su nombre entre en ninguna canción.
Y eso, señora Melody, no lo tapa ni el mejor estribillo.
El aplauso fácil hoy. El olvido mañana.
Related posts
ÚLTIMAS ENTRADAS
Musk y el bulo del «genocidio blanco» como arma diplomática
La historia de cómo un magnate usó su inteligencia artificial para reescribir la realidad y extorsionar a un Estado soberano. Y ganó.
Miedo líquido, fascismo sólido
La inseguridad permanente alimenta el hambre de orden. El fascismo se presenta como el atajo.
Golpismo a plazos y sanciones por encargo: el juicio a Bolsonaro y la sombra de Trump
Mientras Brasil intenta juzgar un intento de golpe, Washington sopla en la nuca de sus jueces. No por justicia, sino por estrategia.
Maternidad o barbarie
La libertad de no ser madre no debería escandalizar a nadie en 2025. Y sin embargo…
Vídeo | Hasbara: blanqueando el genocidio
Mientras bombardea Gaza, el Estado israelí despliega una campaña global de imagen financiada con dinero público, desde los escenarios hasta los algoritmos