«Es irónico, pero no menos cierto, que cuando incluso los gobiernos más conservadores te dan la espalda, es hora de reconsiderar tus acciones»
Javier F. Ferrero
«Las palabras tienen el poder de destruir y sanar, y cuando las palabras son verdaderas y amables, pueden cambiar nuestro mundo», afirmó Buda. Sin embargo, en el reciente desplome público de José Manuel Soto, vemos cómo las palabras, lejos de sanar, han abierto grietas y quemado puentes.
Es irónico, pero no menos cierto, que cuando incluso los gobiernos más conservadores te dan la espalda, es hora de reconsiderar tus acciones. No todos los días vemos a la clase política distanciarse de figuras populares que, a priori, podrían haber compartido ideologías similares. Pero aquí estamos, viendo el caso de Soto, el artista que hizo que hasta las administraciones del PP lo «cancelaran».
Los Ayuntamientos de Bormujos y Villacarrillo, ambos bajo el paraguas del Partido Popular, decidieron suspender los conciertos de Soto tras sus desacertados comentarios sobre Pedro Sánchez y sus seguidores en Twitter. Aunque la libertad de expresión es un derecho fundamental, también lo es la responsabilidad de moderar el discurso y actuar con integridad y respeto.
Resulta destacable que el Ayuntamiento de Bormujos, donde el PP comparte poder con Vox, haya salido al paso señalando que las palabras de Soto «no representan la postura oficial de este Ayuntamiento». Estas no son palabras leves; reflejan un rechazo claro y contundente a la retórica incendiaria. El mensaje es claro: las y los políticos del gobierno local representan a todas y todos sus ciudadanos, independientemente de su afiliación política.
LAS CONSECUENCIAS DE CRUZAR LA LÍNEA
Las consecuencias de los comentarios imprudentes de Soto no se limitan a la cancelación de conciertos. Han desatado una oleada de críticas, incluso dentro de partidos que podrían haber simpatizado con sus puntos de vista. La diversidad y la inclusión, como señaló el Consistorio de Villacarrillo, son «pilares fundamentales» de la comunidad. La intolerancia y el insulto no tienen cabida en ese marco.
«Están de acuerdo con que España esté en manos de sus peores enemigos: que os jodan». Estas palabras, aunque luego borradas y seguidas de disculpas, no solo representan un insulto al presidente en funciones, sino a millones de españolas y españoles. La repercusión de este comentario ha resonado en el tejido político de Melilla, donde las y los líderes de la oposición han exhortado al Gobierno local a seguir el ejemplo de Villacarrillo y Bormujos.
Es preocupante que se requiera una respuesta colectiva para denunciar tales actitudes. Pero quizás lo más revelador es el silencio del gobierno de Melilla, que aún no ha condenado públicamente las palabras de Soto. Gloria Rojas, secretaria general del PSOE de Melilla, ha enfatizado que la actuación de Soto en la Feria de Melilla está financiada por todos los ciudadanos y ciudadanas, por lo que, lógicamente, se espera que el Gobierno actúe en beneficio de todas y todos.
En conclusión, la saga de José Manuel Soto sirve como un recordatorio de que el respeto y la decencia no son negociables, incluso en la esfera pública. Y cuando hasta tus aliados te rechazan por tus acciones, es hora de una seria introspección. Es lamentable ver cómo un artista ha oscurecido su legado con palabras y actitudes divisivas. En el escenario político y social actual, la cohesión y el respeto mutuo son más cruciales que nunca.
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