El líder de Reform presume de imponer su agenda en un Reino Unido que recibe menos solicitantes de asilo que España, Francia o Alemania
LA MÁQUINA DEL ODIO QUE SE VENDE COMO SENTIDO COMÚN
Nigel Farage se ha convertido en el gran maestro de la normalización de la xenofobia. Su partido Reform no necesita ganar elecciones para vencer: basta con arrastrar el debate público hacia su terreno. Hoy los medios británicos discuten cómo aplicar deportaciones masivas, no si son compatibles con los derechos humanos.
El martes, en un hangar del aeropuerto de Oxford, Farage exhibió su teatro de propaganda: pantallas simulando vuelos de deportación, puertas cerradas para determinados países y un logo alterado con un avión despegando. Lo acompañaban cifras manipuladas, discursos de miedo y la amenaza de dinamitar la legislación de derechos humanos de 1998 o incluso la convención internacional de 1951, firmada en su día por el propio Reino Unido.
El líder ultra habló de “invasión” y “hombres jóvenes peligrosos”, apelando a un relato racista que vincula la llegada de refugiados con delitos sexuales, aunque los datos desmientan esas afirmaciones. Según el Observatorio de Migración de la Universidad de Oxford, en 2024 el Reino Unido recibió 109.000 solicitudes de asilo. España recibió 167.000, Francia más de 157.000 y Alemania o Italia cifras muy superiores. Con 69 millones de habitantes, el Reino Unido ocupó el puesto 17 en Europa en solicitudes por población. Pero la verdad importa menos que el eco mediático.
La operación de Farage funciona: ha conseguido que laboristas y conservadores hablen con sus palabras, usen sus metáforas y se midan en su terreno. Keir Starmer, que en 2024 canceló el plan conservador de deportar refugiados a Ruanda, hoy endurece visados de trabajo y estudio, recorta derechos de familias migrantes y firma acuerdos con Francia para devolver a quienes cruzan el canal de la Mancha. En mayo llegó a decir que el Reino Unido corría el riesgo de convertirse en “una isla de extraños”. Después se disculpó, pero mantuvo las restricciones.
EL NEGOCIO POLÍTICO DEL MIEDO
Las protestas xenófobas en el Reino Unido son mínimas: en Oxford se juntaron 40 personas contra refugiados y 70 en apoyo. En Liverpool, con medio millón de habitantes, apenas acudieron un centenar de ultras y fueron superados por una contra-protesta. Ni en Londres, ni en Mold (Gales), ni en Epping lograron reunir más que unos cientos de personas. Sin embargo, la cobertura mediática infla estas movilizaciones hasta convertirlas en un polvorín nacional.
Around 70 people on the pro immigration side. Around 40 on the anti immigration side, many say they live near the hotel. “There are many many more of us than you,” chants the pro immigration side @TheOxfordMail pic.twitter.com/FyWid1G5Pd
— Matt Simpson (@MattSimpson__) August 23, 2025
Mientras tanto, la encuesta de YouGov de agosto muestra que el 54% de la población considera la inmigración el principal problema del país, por encima de la economía, la vivienda o la sanidad. No importa que 30.000 refugiados sigan atrapados en hoteles insalubres, herencia del Gobierno conservador. No importa que las universidades y las empresas pidan más visados de estudio y trabajo ante la falta de personal. La política británica ha decidido que la prioridad nacional es un enemigo inventado.
Los conservadores no se quedan atrás. Robert Jenrick, uno de sus líderes en ascenso, se presenta como defensor de los “británicos blancos”, categoría tan absurda que ni Carlos III cumpliría con ella. Kemi Badenoch, actual líder, acusa a Farage de copiar sus ideas, mientras intenta endurecer aún más las fronteras. Y así se consolida un tablero en el que ningún partido mayoritario defiende a los más de cinco millones de residentes europeos o a los solicitantes de asilo. Las pocas voces que alzan la voz están en la Cámara de los Lores, entre figuras semi-retiradas o religiosas, ajenas al barro electoral.
La trampa es perfecta: los laboristas pierden apoyo a cada concesión. Hoy Reform supera en intención de voto tanto a ellos como a los conservadores. Farage es el político más impopular del país, pero eso no impide que gane la batalla cultural. Lo que importa no es su aprobación, sino que todos hablen de migración en sus términos.
En 2024, Rishi Sunak fue abucheado por sugerir que desobedecería al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Un año después, Farage presume de que la prensa ya no cuestiona la base de su relato, sino los detalles técnicos de cómo fletar vuelos masivos de deportación. La xenofobia ya no es una línea roja: es logística.
Y ese es el triunfo más peligroso.
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