El peronismo conquista seis de las ocho secciones electorales y abre una grieta en el proyecto de odio del Gobierno nacional.
UNA DERROTA ESTRATÉGICA PARA MILEI
Las urnas de la provincia de Buenos Aires hablaron claro: Fuerza Patria obtuvo el 49,6 % de los votos (2.046.522 sufragios) frente al 30,5 % de La Libertad Avanza (1.258.410 votos). El Frente de Izquierda y de Trabajadores-Unidad quedó muy atrás, con apenas un 5,1 % y 209.576 votos.
El peronismo se impuso en seis de las ocho secciones electorales. Milei y su fuerza liberticida apenas lograron sostener la quinta y la sexta, un resultado que desnuda la debilidad de un proyecto que se presentaba como hegemónico. El golpe es doble: numérico y simbólico. Buenos Aires concentra el 40 % de la población argentina y constituye el corazón económico y social del país. Perder allí es quedar mutilado políticamente.
El gobernador Axel Kicillof lo sintetizó con una frase directa: “No se puede gobernar más con odio, con maltrato y con insultos.” La elección desdoblada del calendario nacional se convirtió en un movimiento estratégico que, más que táctica, fue un diagnóstico: el Gobierno nacional está aislado y la sociedad no está dispuesta a tolerar la demolición de sus derechos.
Kicillof no dudó en calificar el resultado como “histórico”, una “victoria aplastante” que descoloca a un Milei que había hecho de la confrontación el único pilar de su poder. Lo que se ha demostrado en Buenos Aires es que la gente no vota cadenas de insultos, sino políticas capaces de sostener la vida cotidiana.
EL ODIO COMO PROYECTO Y EL ESCUDO SOCIAL
La campaña de Milei se sostuvo en un discurso de demolición: universidades, ciencia, cultura, personas con discapacidad. Todo fue señalado como un lastre, como un enemigo interno a abatir. En Buenos Aires esa narrativa encontró su límite. Lo que los liberticidas llamaban “casta subsidiada” resultó ser la gente de a pie, la que se levanta cada día para sostener un país devastado.
Kicillof, consciente de la magnitud del resultado, lanzó un mensaje inequívoco: “Los bonaerenses la están pasando mal, vamos a seguir siendo el escudo con todos los instrumentos que protegen al pueblo de la provincia.” El peronismo se presentó como dique de contención ante la ofensiva neoliberal y la población lo respaldó en las urnas.
El contraste fue brutal. Mientras Milei eligió gobernar desde la provocación y el desprecio, el peronismo tejió un relato de resistencia y cuidado colectivo. Cristina Kirchner, mencionada por Kicillof como “injustamente condenada”, volvió a emerger como figura de referencia, no tanto por presencia física sino por la memoria política que sigue pesando en la conciencia popular.
Los números no dejan lugar a dudas: casi 14 puntos de ventaja en el distrito más grande del país equivalen a una deslegitimación directa de la estrategia nacional. Lo que se vivió no fue solo un resultado provincial, sino un aviso de que el proyecto de Milei enfrenta un rechazo social profundo.
Kicillof advirtió que el Gobierno nacional debe “rectificar el rumbo”, aunque es difícil imaginar a Milei abriendo una mesa de diálogo cuando su proyecto político se alimenta precisamente de la negación del otro. El gobernador le exigió “coraje y valentía” para reunirse, sabiendo de antemano que la respuesta probablemente sea más odio.
En una noche cargada de simbolismo, quedó claro que la maquinaria del ultracapitalismo no logra enraizar en todos los territorios. Buenos Aires votó paz, democracia y peronismo, en palabras de Kicillof. Y envió un mensaje que retumba en toda Argentina: no habrá silencio frente a los ataques contra la dignidad de las mayorías.
El odio se vota, pero también se derrota.
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