Un año después de la DANA, el presidente valenciano escucha por fin lo que trató de enterrar bajo toneladas de silencio político.
LA TARDE EN QUE DESAPARECIÓ EL PRESIDENTE
El 29 de octubre de 2024 no fue una simple jornada de lluvia. Fue el día en que 229 personas murieron en la Comunidad Valenciana, siete en Castilla-La Mancha y una en Andalucía. Fue también el día en que Carlos Mazón, presidente de la Generalitat, desapareció durante horas. Mientras el 112 se colapsaba, los teléfonos de emergencia enmudecían y los barrios quedaban sumergidos bajo el agua y el pánico, Mazón almorzaba. No en un centro de mando, sino en una “comida privada de trabajo” con una periodista. La frase se hizo tan famosa como infame.
Durante meses, el relato oficial trató de borrar las huellas de la desidia. El PP repitió que fue un fenómeno “imprevisible”, una “tormenta perfecta”. Pero la tormenta perfecta fue política: protocolos ignorados, alertas retrasadas, falta de coordinación y un presidente que prefirió la huida a la rendición de cuentas.
Mazón se blindó detrás de comunicados, asesores y culpas ajenas. Evitó reuniones con asociaciones de víctimas. No hubo duelo público, sino propaganda institucional. Intentó que el tiempo lo limpiara todo, como si el barro del Turia pudiera tragarse también la memoria.
Pero el barro nunca olvida.
EL FUNERAL QUE ROMPIÓ EL SILENCIO
Un año después, la realidad lo alcanzó en el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe. Allí estaban los nombres: 229 leídos uno a uno por la periodista Lara Siscar. Cada nombre era una acusación. Cada apellido repetido era una herida doble. En la tercera fila, Mazón bajó la mirada.
Dentro se escuchaban los sollozos. Fuera, los gritos: “Cobarde”, “asesino”, “desgraciado”. Y sobre todo, esa consigna que ya es símbolo: “No son muertos, son asesinados”.
Frente a él, las madres y padres que lo esperaron en vano aquella tarde. Personas que no reclaman venganza, sino la verdad. Le mostraron fotos de sus seres queridos, móviles con imágenes de sonrisas que ya no existen. Le contaron historias mínimas y terribles: Slim Regaieg, que aún tenía merengue guardado en la nevera; Eva María Canut, que creía que “todo era posible”; Andrea Ferrari, 20 años, desaparecida en cuestión de minutos.
Cuando Naiara Chuliá habló de Slim como “el amor de su vida” y confesó que sueña con salvarlo cada noche, Mazón rompió la compostura. Lágrimas. Pero las lágrimas no bastan cuando los hechos se hunden en la mentira.
Porque mientras lloraba en el funeral, su gobierno sigue evitando aclarar qué hizo exactamente aquel día, a qué hora fue informado, quién dio las órdenes, por qué la alerta tardó casi dos horas en activarse y por qué se improvisaron mensajes que salvaron barrios enteros solo gracias a voluntarios.
DEL DESAMPARO AL DESPRECIO
Ese mismo día por la mañana, Mazón había pronunciado una declaración institucional donde habló de “los valencianos que se sintieron desamparados”. Habló en tercera persona, como si no hubiera estado allí, como si el desamparo fuera un accidente administrativo y no una consecuencia política.
Su estrategia ha sido siempre la misma: convertir la tragedia en relato, y el relato en excusa. Cuando le preguntaron si pensó dimitir, respondió que no, que no quería ser “el foco”. Pero no hay mayor foco que el que encandila el cinismo.
Las familias no le creen. Doce manifestaciones en un año lo han exigido: “Mazóndimisión”. En cada pancarta, el mismo mensaje: “No fue la lluvia, fue la dejadez”.
El funeral de Estado, al que acudieron los Reyes, Pedro Sánchez y las y los presidentes del Congreso y del Senado, fue también un juicio moral sin sentencia judicial. Mazón no habló con las víctimas. Ni siquiera fue él quien las presentó a las autoridades: esa tarea recayó en Pilar Bernabé, delegada del Gobierno. La distancia no era solo protocolaria. Era simbólica.
Las y los familiares se vieron obligados a compartir espacio con el hombre que no estuvo cuando más lo necesitaban. Y esa presencia, dicen, fue una segunda agresión.
Carlos Mazón creyó que el tiempo lo absolvería. Pero el tiempo, en Valencia, se mide en agua y memoria.
Y ninguna de las dos ha dejado de correr.
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